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—Esto lo escribió uno de nuestros monjes que se encontraba en Istar alrededor de un año antes del Cataclismo. Es una narración de su estancia allí.

Derek bajó la vista hacia las páginas escritas y después la alzó de nuevo.

—No sé descifrar esos garabatos. ¿Qué pone?

—El hermano Michael era ergothiano —explicó el hermano Bernabé— así que escribía en su lengua. Cuenta que a los soldados de Príncipe de los Sacerdotes se les entregó un listado de artefactos mágicos y se los envió a irrumpir en tiendas de productos mágicos para buscar los objetos que hubiera en dicha relación. Consiguió una de las listas y copió los objetos reseñados. Uno de ellos es un Orbe de los Dragones. Se proporcionaba descripciones a los soldados para que supieran lo que tenían que buscar. La del orbe rezaba: «Una bola de cristal de veinticinco centímetros de diámetro en cuyo interior se agita una extraña niebla arremolinada.» El hermano Michael escribe que a los soldados se les advertía que, de hallar un orbe, lo manejaran con sumo cuidado porque nadie sabía exactamente qué hacía ese objeto, aunque, según aclara a continuación: «Se cree que se había utilizado durante la Tercera Guerra de los Dragones, para controlar a los reptiles.»

—Controlar dragones —repitió Derek en un susurro. Los ojos le brillaban, pero tuvo cuidado de ocultar su creciente entusiasmo—. ¿Y encontraron alguno? —preguntó en tono despreocupado.

—El hermano Michael no lo menciona.

—¿Y ésta es toda la información que tenéis sobre esos Orbes de los Dragones? —inquirió Derek.

—Es lo único que tenemos aquí, en nuestra biblioteca —aseguró el hermano Bernabé—. No obstante, he encontrado una llamada. —Señaló una pequeña anotación situada en el margen del legajo—. Según esto, otro libro que supuestamente da más información sobre los Orbes de los Dragones se halla en una antigua biblioteca de Tarsis: la perdida Biblioteca de Khrystann. Por desgracia, como el propio nombre implica, son pocas las personas que recuerdan la ubicación de la biblioteca. Sólo lo sabemos nosotros, los Estetas, y no lo divulgamos...

Derek miraba al monje con gesto de estupefacción. Entonces sacó el mapa que había arrugado por la frustración y lo alisó sobre la mesa.

—¿Es ésta? —preguntó al tiempo que señalaba el mapa.

El hermano Bernabé se inclinó sobre el papel.

—La Biblioteca de Khrystann, sí, ésa es. —Dirigió una mirada de sospecha al caballero—. ¿Cómo ha llegado este mapa a tu poder, milord? —Bertrem tiró de la manga a Bernabé y le susurró algo al oído—. Ah, claro, el Maestro.

—Qué extraño —masculló Derek—. Condenadamente extraño. —Dobló el mapa, al que ahora daba un trato mucho más cuidadoso, y lo guardó junto con la carta que llevaba debajo del cinturón.

—Quizá te gustaría dejar una donación —sugirió Brian, que hacía un esfuerzo tremendo para contener la risa.

Derek le asestó una mirada cortante y luego metió la mano en la bolsa del dinero y sacó varias monedas que le tendió a Bertrem.

—Emplea esto en alguna buena causa —rezongó.

—Te lo agradezco, milord —dijo el Esteta—. ¿Alguna otra cosa en la que pueda ayudarte esta noche?

—No, hermano. Gracias por la ayuda. —Hizo una pausa y después agregó, un poco tieso—. Me disculpo por mi comportamiento de antes.

—No hace falta, milord. Está olvidado —contestó Bertrem con amabilidad.

—Quizá Astinus es el dios Gilean, después de todo —dijo Brian mientras Derek y él bajaban los peldaños de la escalinata de la Gran Biblioteca, bañados en luz de luna.

Derek masculló algo y siguió caminando deprisa calle abajo.

—Derek, ¿puedo preguntarte algo? —inquirió Brian.

—Si no queda más remedio —replicó su amigo con sequedad.

—Odias a los hechiceros. Odias todo lo que esté relacionado con ellos. Cruzas la calle con tal de evitar pasar al lado de uno de ellos. Ese Orbe de los Dragones fue creado por hechiceros. El propio orbe es mágico, Derek. ¿Por qué tienes tanto interés en conseguirlo?

Derek no dejó de andar y no le contestó.

»Se me ocurre una idea —continuó Brian—. Manda un mensaje a los hechiceros de la Torre de Wayreth. Diles que te ha llegado esta información sobre uno de sus artefactos. Que decidan ellos qué hacer.

Derek se paró en seco y se dio media vuelta para mirar a su amigo de hito en hito.

—¿Estás loco?

—No más que de costumbre —repuso con sarcasmo. Suponía lo que Derek diría a continuación.

—¿Acaso sugieres que entreguemos un artefacto tan poderoso a los hechiceros?

—Lo crearon ellos, Derek —recalcó.

—¡Razón de más para mantenerlo lejos de su poder! —exclamó Derek con aire severo—. Que fueran hechiceros los que crearon esos orbes no quiere decir que se les deba permitir que los utilicen. Si quieres que te diga la verdad, la razón de que busque el Orbe de los Dragones es que no me fío de los hechiceros.

—¿Y qué piensas hacer si lo encuentras?

Derek esbozó una sonrisa tirante, prietos los labios.

—Lo llevaré a la isla de Sancrist y lo dejaré caer en la sopa de lord Gunthar. Después, cuando me nombren Gran Maestre, saldré y ganaré la guerra.

—Por supuesto. —Brian tenía algo más que decir a propósito de eso, pero sabía que insistir sobre ello no serviría de nada—. Tendrás que escribir a lord Gunthar para decirle que te dispones a emprender esta búsqueda y pedirle permiso.

Derek frunció el entrecejo. Sin embargo, no podía saltarse ese trámite así como así. Según la Medida, un caballero no debía emprender un viaje tan largo —atravesar las tres cuartas partes del continente— sin antes recibir la autorización de su superior, que daba la casualidad de que era Gunthar.

—Una simple formalidad. No osará denegar mi petición.

—No, supongo que no —repuso Brian en voz queda.

—Enviará a uno de sus hombres para que me acompañe y no me pierda de vista —añadió Derek—. Aran Tallbow, casi con toda seguridad.

—Eso espero —convino Brian a la par que asentía con la cabeza—. Aran es un buen hombre.

—Antes era un buen hombre. Ahora es un borracho que se deja llevar por Gunthar como un pelele. Pero tú vendrás conmigo para cubrirme las espaldas.

A Brian le hubiera gustado que Derek le preguntara, para variar, si quería hacer esto o aquello en lugar de decirle que lo hiciera, aunque en realidad eso no cambiaría nada. Seguiría a su amigo, como siempre.

—¿Te lo imaginas, amigo mío? Esto podría ser decisivo para ti. ¡Quizá te nombren Sumo Sacerdote! —apuntó Derek.

—No estoy seguro de querer serlo —contestó Brian en tono apacible.

—No digas tonterías. ¡Pues claro que quieres! —zanjó Derek.

7

Fewmaster suda. Iolanthe entretiene al emperador

—Así que el caballero se tragó el anzuelo —dijo Skie a la mañana siguiente. Kitiara y él se preparaban para abandonar el escondrijo del dragón, una zona de frondosos bosques alejada de las murallas de Palanthas.

—Menos mal que no me pidió que escribiera algo para comprobar mi letra —comentó Kit, sonriente—. No sólo dio por buena la carta falsificada sino que además me pagó cien monedas de acero por ella. Pocos hombres contribuyen tan generosamente a costear su propia destrucción.

—Eso, si es verdad que el orbe lo destruye —masculló Skie—. Es igualmente posible que nos destruya a nosotros. No me fío de los hechiceros. Si ese caballero representa una amenaza, ¿por qué no le clavaste un cuchillo, sin más?

—Porque Ariakas quiere complacer a su nueva amante —repuso secamente Kit—. ¿Qué sabes de esos Orbes de los Dragones?

—Muy poco —gruñó el azul—. Eso es lo que me preocupa y lo que debería preocuparte a ti. ¿Por qué le diste tu verdadero nombre? ¿Y si descubre que Kitiara Uth Matar no es una ladrona sino una Señora del Dragón?