Ariakas le había recomendado que entrevistara a un tal Toede, un jefecillo al que se conocía por el sobrenombre de Fewmaster, para el puesto de Señor del Dragón. Fewmaster Toede, un hobgoblin, había enviado informes a montones sobre la guerra en el oeste. A juicio de Ariakas, esos informes eran obra de un genio militar.
—Primero quiere a un draco para Señor del Dragón, y ahora a un hobgoblin —rezongó Kitiara. Lanzó una patada a otra piedra y falló. Se paró, asestó otro punterazo furioso y, esta vez, dio de lleno en la piedra—. Supongo que tiene sentido. Ahora que la guerra está a punto de ganarse, Ariakas empieza a ver a sus comandantes humanos como una amenaza. Teme que, cuando ya no tengamos un enemigo al que combatir, nos revolvamos contra él. —Esbozó una sonrisa sombría.
»Y en eso es muy posible que tenga razón.
Kitiara tuvo cuidado de no entrar en la ciudad de Haven. Abanasinia era su tierra natal. Había nacido y crecido en la ciudad arbórea de Solace, situada cerca de allí. Podría haber gente en Haven que la reconociera, puede que incluso recordara que había visitado la ciudad varias veces con anterioridad en compañía de Tanis y de sus medio hermanos, los gemelos, que también eran conocidos allí.
Tanis Semielfo. Últimamente, desde que Grag le contó a Ariakas que un semielfo de Solace había estado involucrado en la muerte de Verminaard, Kitiara se sorprendía pensando en él cada dos por tres. En Ansalon los semielfos no abundaban, y Kit sólo sabía de uno que viviera en Solace. Ignoraba cómo se las había ingeniado Tanis para enredarse con esclavos y Señores de los Dragones, pero si existía alguien capaz de vencer a Verminaard, ése era Tanis. De nuevo sus pensamientos volaron hacia él al evocar días de risas y aventuras y noches pasadas en sus brazos.
Caminaba tan sumida en los recuerdos que, al no mirar por dónde iba, tropezó en un hoyo y cayó de bruces al suelo con el resultado de que casi se rompe el cuello. Se incorporó y se echó una buena reprimenda.
—¿Por qué pierdes el tiempo pensando en él? Esa historia acabó y punto. Quedó atrás. Tienes cosas más importantes en las que pensar.
Kitiara apartó a Tanis de su mente. No le convenía que la relacionaran con los «héroes» locales que, según los rumores, habían despachado a Verminaard. Ariakas ya sospechaba de ella.
«Mala suerte», se dijo para sus adentros con un suspiro. Se habría sentido muy cómoda en una de las estupendas posadas de Haven. Tal como estaban las cosas, se resignó a instalarse en el campamento del ejército de los dragones donde, al menos, tendría la satisfacción de exigir que se le proporcionara el mejor alojamiento disponible.
La llegada inesperada de Kit al cuartel general del Ejército Rojo puso nervioso a todo el mundo. Los soldados corrían de aquí para allá sin orden ni concierto, daban traspiés y tropezaban unos con otros en su afán por complacerla. No obstante, era de esperar cierto caos, ya que se había presentado sin avisar. En gran parte, Kit encontró el campamento bien organizado y bien dirigido. Los centinelas draconianos se hallaban en sus puestos y realizaban su tarea. Se le dio el alto en seis ocasiones como poco antes de que llegara al campamento en sí.
Kitiara empezó a pensar que había subestimado al hobgoblin. A lo mejor resultaba que Fewmaster Toede era realmente un genio militar.
Estaba deseando conocerlo, pero ese placer se postergó ya que, al parecer, nadie sabía dónde se encontraba. Un draconiano envió un mensajero a buscarlo y le dijo a Kitiara que Fewmaster debía de estar perfeccionando su destreza con el arco en el campo de tiro o dirigiendo la instrucción de soldados en la plaza de armas. El draconiano dijo todo eso en el lenguaje —mezcla de Común y de la jerga soldadesca— que utilizaba la milicia compuesta de diferentes razas. Después, al parecer dando por hecho que la mujer no lo entendería, se dirigió a otro draco y añadió en su propia lengua un comentario chusco que los hizo sonreír a ambos de oreja a oreja.
Daba la casualidad de que el cuerpo de la guardia personal de Kitiara en el Ala Azul lo componían draconianos sivaks. Puesto que era de la opinión que no convenía tener subordinados —en especial aquellos de los que dependía su vida— que usaran a su espalda un lenguaje desconocido para ella, había aprendido el idioma draconiano.
En consecuencia, Kitiara supo que los draconianos no habían enviado ningún mensajero ni a la plaza de armas ni al campo de tiro, sino que lo habían mandado a La Zapatilla Roja, una de las casas de lenocinio de peor reputación de Haven.
La escoltaron hasta el puesto de mando de Fewmaster. Dentro, la Señora del Dragón encontró la mitad de la tienda atestada de muebles, alfombras y chismes que probablemente habían sido robados. La otra mitad de la tienda estaba ordenada y bien arreglada. Había armas de diversas clases apiladas a lo largo de un costado. Un mapa grande que había extendido en el suelo de tierra mostraba las posiciones de diferentes ejércitos. Kitiara examinaba el mapa cuando un draconiano alzó el faldón de la entrada de la tienda y pasó. Kit reconoció al oficial draconiano que había visto en el despacho de Ariakas.
—Comandante Grag —saludó.
—Lamento no haber estado aquí para recibirte como es debido, Señora del Dragón —dijo el bozak, cuadrado en postura de firmes y la mirada fija al frente—. No se nos informó de tu llegada.
—Se hizo a propósito, comandante. Quería ver al ejército sin que estuviera engalanado para pasar revista, con sus virtudes y sus defectos, por así decirlo. Frase que parece apropiada al hablar de Fewmaster.
El comandante parpadeó pero no desvió la vista.
—Hemos mandado a buscarlo, Señora del Dragón. Está en el campo...
—... practicando estocadas y fintas —lo interrumpió Kitiara en tono sarcástico.
El comandante Grag se relajó por fin.
—Podría decirse que sí, Señora del Dragón. —Hizo una pausa y la observó atentamente—. Hablas draconiano, ¿verdad?
—Lo suficiente para defenderme. Siéntate, por favor.
Grag echó una mirada despectiva a las frágiles sillas de manufactura elfa.
—Gracias, Señora del Dragón, pero prefiero seguir de pie.
—Probablemente sea menos peligroso —convino Kitiara con sorna—. Sabes por qué estoy aquí, comandante.
—Sí, tengo una idea bastante aproximada, señora.
—He de recomendar a alguien para el puesto vacante de Señor del Dragón. Impresionaste al emperador, Grag.
El draconiano hizo una ligera inclinación de cabeza.
—¿Te gustaría el trabajo? —preguntó Kitiara.
—No, Señora del Dragón, pero gracias por tenerme en cuenta —repuso sin titubear el draconiano.
—¿Por qué no? —La mujer sentía realmente curiosidad. Grag vaciló.
»Puedes hablar con libertad —lo tranquilizó Kitiara.
—Soy guerrero, señora, no político —contestó Grag—. Quiero dirigir a mis hombres en la batalla, no pasarme el tiempo arrastrándome ante los que tienen el poder. Sin ánimo de ofender, señora.
—Lo entiendo. —Kitiara suspiró—. Lo entiendo, créeme. De modo que tú te encargas de la parte militar y el tal Fewmaster Toede se ocupa de la rastrera.
—Fewmaster es bueno en su trabajo, señora —contestó Grag con el semblante impertérrito.
En ese momento, Toede entró a trompicones por la abertura de la tienda. Al reparar en Kitiara, el hobgoblin se acercó presuroso a ella y las primeras palabras que salieron de la boca amarillenta demostraron cuan acertada era la valoración de Grag.
—Señora del Dragón, perdóname por no estar aquí para recibirte —jadeó—. ¡Estos imbéciles no me informaron de tu llegada! —Lanzó una ojeada furiosa al comandante.