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Kit había tratado anteriormente con hobgoblins. Incluso se había enfrentado a unos cuantos antes de que la guerra empezara. No le gustaban los goblins porque era muy propio de ellos dar media vuelta y huir en cuanto la cosa se ponía fea, pero había llegado a respetar a los hobgoblins, que eran más corpulentos, más feos y más avispados que sus parientes.

Lo de más corpulentos y más feos era aplicable a Toede, que era bajo y patoso, con la tripa fofa; tez grisácea, amarillenta y verdosa; ojos rojos, porcinos; y una boca cavernosa de gruesos labios que tendía a acumular saliva en las comisuras. Era la parte de más avispado lo que parecía ser discutible. El uniforme de Toede, ostentoso hasta la exageración y de gusto muy particular, no se parecía a ninguno de los que Kitiara conocía. Era evidente que se había vestido con precipitación porque los botones de la chaqueta estaban abrochados a los ojales que no les correspondían, además de que el hobgoblin no se había subido bien los pantalones, por lo que quedaba a la vista un amplio espacio entre el pantalón y la camisa, espacio que rellenaba con creces la barriga verrugosa y amarillenta. Al parecer había ido corriendo la mayor parte del camino, ya que estaba cubierto de polvo, además de sudar profusamente.

Kitiara no era escrupulosa y tenía mucho aguante. Había visto incontables campos de batalla que apestaban por el hedor de los cadáveres en descomposición y había sido capaz de engullir con apetito una buena comida a continuación. Pero la fetidez del sudoroso Toede en el espacio cerrado de la tienda era más de lo que se sentía capaz de aguantar, así que se aproximó a la entrada para que le llegara un poco de aire fresco.

Toede se apresuró a seguirle los pasos y faltó poco para que le pisara los talones con los anchos pies.

—Había salido en una misión de reconocimiento especialmente peligrosa, Señora del Dragón. Tan peligrosa que no podía pedirle a ninguno de mis hombres que se encargara de hacerla.

—¿Y has luchado cuerpo a cuerpo con el enemigo, Fewmaster? —preguntó Kitiara, que miró de reojo a Grag.

—En efecto —afirmó Toede con un aplomo extraordinario—. Fue una batalla feroz.

—Sin duda, ya que imagino que no atacarías al «enemigo» en posición horizontal.

Grag emitió una especie de gorjeo que disimuló con un repentino ataque de tos. Toede parecía estar ligeramente confuso.

—No, no, el enemigo no estaba acostado, Señora del Dragón.

—¿Lo trincaste contra el muro? —inquirió la mujer.

Al oír esto, el comandante Grag no tuvo más remedio que pedir permiso para ausentarse.

—Tengo ocupaciones que atender, señora —dijo y llevó a buen fin su escapada.

Entre tanto, Toede había empezado a recelar. Los ojos rosáceos se entrecerraron cuando el hobgoblin siguió con la mirada la marcha del draconiano.

—No sé qué te habrá contado ese lagarto baboso, Señora del Dragón, pero no es verdad. Aunque haya estado en La Zapatilla Roja ha sido en cumplimiento del deber. Estaba...

—¿... a cubierto? —sugirió Kitiara.

—Exactamente. —Toede soltó un suspiro de alivio y se enjugó el sudoroso rostro amarillento con la manga.

Habiéndose hecho una idea bastante buena del ingenio y la sabiduría de Fewmaster para entonces, Kitiara pensó que sería un Señor del Dragón perfecto, uno que, con toda seguridad, nunca se convertiría en un rival peligroso. Mientras Toede proseguía con sus «batallas» en La Zapatilla Roja, el verdadero trabajo de dirigir la lucha estaría a cargo del competente comandante Grag. Además, que se diera el ascenso a este estúpido le estaría bien empleado a Ariakas.

Kitiara no pensaba informar todavía a Toede de la decisión que acababa de tomar.

—He de decir que te admiro por el valor de encargarte de una misión tan peligrosa. Lord Ariakas me ha encomendado la tarea de aconsejarle en la elección de un nuevo Señor del Dragón, alguien que sustituya a lord Verminaard...

No fue necesario que dijera nada más. Fewmaster le asió la mano.

—Dudo en proponerme a mí mismo, Señora del Dragón, pero me sentiría muy honrado de que se me tuviera en cuenta para el alto cargo de Señor del Dragón, tan codiciado...

Kitiara se soltó la mano de un tirón y se la limpió en la capa. Después bajó la vista al suelo.

—Tengo sucias las botas. Habría que limpiarlas —dijo.

—Están un poco embarradas, Señora del Dragón. Permíteme —dijo Toede.

El hobgoblin se puso de rodillas y empezó a restregarle diligentemente las botas con la manga de la chaqueta.

—Así están bien, Fewmaster. Ya puedes ponerte de pie —ordenó Kit, cuando se vio reflejada en el cuero.

Resoplando, Toede se incorporó.

—Gracias, Señora del Dragón. ¿Te apetece beber algo fresco? —Se volvió y ordenó a voces:— ¡Cerveza fría para la Señora del Dragón!

—He de hacerte algunas preguntas, Fewmaster. —Kitiara vio un taburete de campaña y se sentó.

Toede se quedó rondando a su alrededor mientras se retorcía las manos.

—Estaré encantado de colaborar en lo que sea, Señora del Dragón.

—Háblame de los asesinos de lord Verminaard. Tengo entendido que hasta el momento no has conseguido arrestarlos.

—No ha sido culpa mía —se defendió rápidamente Toede—. Grag y el aurak echaron a perder el plan. Sé dónde están esos criminales, sólo que parece que no puedo... dar con ellos. Se encuentran en el reino enano, ¿comprendes? Te explicaré...

—No me interesa —lo interrumpió Kitiara al tiempo que alzaba una mano para detener el raudal de palabras—. Y tampoco al emperador.

—No, claro que no. ¿Por qué iba a interesarle?

—Volviendo a lo de los asesinos, ¿sabes cómo se llaman? ¿Sabes algo sobre ellos? ¿De dónde proceden...?

—Oh, sí —respondió Toede, contento—. ¡Los tuve bajo mi custodia!

—¿De veras? —Kitiara lo miró fijamente.

—Lo que quiero decir es que no los tuve realmente bajo mi custodia —parloteó de manera atropellada—, sino que hice que los encerraran en jaulas.

—Pero no bajo custodia —apremió Kit, prietos los labios para no reírse.

Fewmaster Toede tragó saliva con esfuerzo.

—Pensé que eran como todos los demás esclavos que estábamos capturando en aquel momento. Ignoraba que fueran asesinos. ¿Cómo iba a saberlo, señora? —Toede extendió las manos en un gesto patético—. Después de todo, cuando los apresé aún no habían matado a nadie.

Kitiara hacía un gran esfuerzo para no dar rienda suelta a su regocijo. Hizo un ademán con la mano, como desestimando el asunto. Toede volvió a secarse el sudor de la frente.

—Llevaba a los esclavos a Pax Tharkas para trabajar en las minas de hierro cuando un ejército de unos cinco mil elfos asaltó la caravana.

—¡Cinco mil elfos! —se maravilló Kitiara.

—Gracias a mi brillante liderazgo, Señora del Dragón, mi pequeña tropa, compuesta sólo por seis soldados, resistió contra los elfos varios días —manifestó Toede con aire modesto—. A despecho de sufrir catorce heridas por todo el cuerpo, estaba dispuesto a luchar hasta la muerte. Por desgracia, perdí el conocimiento y mi lugarteniente, ese maldito cobarde, dio la orden de retirada. Mis hombres me sacaron del campo de batalla. Estuve a punto de morir, pero la reina Takhisis en persona me curó.

—Qué suerte para nuestra causa que su majestad te ame tanto —dijo Kitiara en tono cortante—. Bien, en cuanto a esos asesinos...

—Sí, veamos si consigo recordar los detalles. —Toede arrugó la cara. Se suponía que esa mueca horrible denotaba algún tipo de proceso mental de profunda reflexión—. Me topé por primera vez con esos bribones en Solace, cuando su señoría me envió allí en busca de un bastón con un cristal azul. Si me disculpas un momento...

Toede salió disparado de la tienda. Kitiara lo vio correr de un lado a otro del campamento para abordar a las tropas y hacerles algunas preguntas. Al parecer obtuvo las respuestas que buscaba, porque volvió a la carrera, con mucho bamboleo de barriga y zarandeo de papada.