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—Lo he recordado, señora. Es imposible olvidarse de ellos. Había un mestizo, un semielfo al que llamaban Tanis, un hechicero enfermo llamado Raistlin Majere y su hermano, Caramon. Había un caballero. No sé qué Brightblade. Y un enano, de nombre Flint, así como una bestezuela kender, al que llamaban Hotfoot...

Kit masculló algo entre dientes y Toede interrumpió la retahíla un momento antes de preguntar:

—¿Conoces a esos criminales, Señora del Dragón?

—Por supuesto que no —replicó secamente Kitiara—. ¿Por qué iba a conocerlos?

—Por nada, señora —contestó Toede, que se había quedado pálido—. Por nada en absoluto. Es sólo que me pareció oírte decir algo...

—Tosí, eso es todo —lo interrumpió, y añadió, irritada—: Aquí dentro hay un olor espantoso.

—Es por los draconianos. Apestosos reptiles... Me libraría de ellos, pero son útiles. Bien, ¿por dónde iba? Ah, sí, los asesinos viajaban en compañía de unos bárbaros...

Kitiara apenas le prestaba atención. Cuando empezó a interrogar a Toede sólo había sido un juego. Quería saber si los asesinos habían sido Tanis, sus hermanos y sus viejos amigos. No imaginó que oír sus nombres, descubrir la verdad, iba a afectarla tanto. Experimentaba sensaciones contradictorias. Por un lado, le causaba un descabellado orgullo que sus amigos hubieran matado al poderoso Señor del Dragón, pero por otra parte le inquietaba que pudieran relacionarla con ellos. Sobre todo, sentía un intenso y repentino deseo de volver a verlos a todos, en especial a Tanis.

—... El mestizo y sus amigos llegaron a Pax Tharkas —decía Toede cuando Kitiara empezó a prestarle atención de nuevo—, donde me encontraba yo por aquel entonces haciendo de consejero de lord Verminaard. Los criminales viajaban en compañía de un par de elfos que eran hermanos. El nombre de él era Gilthanas y el de la mujer... A ver si me acuerdo... —La cara de Toede se contrajo en un gesto pensativo—. Falanalautanasa o algo por el estilo.

—Lauralanthalasa —dijo Kitiara.

—¡Eso es! —Toede se dio una palmada en el muslo y después la miró con estupor—. ¿Cómo lo sabías, Señora del Dragón?

Kit comprendió que casi se había delatado.

—Cualquiera con dos dedos de frente lo sabe —replicó mordazmente—. La mujer que tuviste en tus mugrientas manos es una princesa elfa, hija del Orador de los Soles.

Fewmaster Toede dejó escapar una exclamación ahogada.

—¿En serio? —preguntó, temblorosa la voz.

Kitiara le asestó una dura mirada.

—¡Tuviste a la hija del rey de los elfos a tu alcance y no hiciste nada!

—¡Yo no, Señora del Dragón! —protestó Toede con un timbre agudo en la voz provocado por el pánico—. Fue Lord Verminaard. ¡Yo sólo he recordado el episodio, ni siquiera estaba por los alrededores de Pax Tharkas en ese momento! Estoy seguro de que si me hubiera encontrado allí, habría reconocido a la princesa al instante, porque, como tú has dicho, todo el mundo conoce a la tal Lauralapsalusa, esa, eh... esa princesa, y habría aconsejado a lord Verminaard que... eh... eh... —balbuceó Toede.

—Le habrías aconsejado que la retuviera como rehén, que la utilizara para exigir a los elfos que se rindieran o la mataríais. Habríais recaudado una fortuna por su rescate.

—¡Sí! —gritó Toede—. Eso es exactamente lo que le hubiera aconsejado a su señoría que hiciera. Verminaard me pedía asesoramiento con frecuencia, ¿sabes? Me han contado que sus últimas palabras antes de morir fueron: «Ojalá le hubiera hecho caso a Toede.» ¿Adónde vas, señora? ¿Ocurre algo?

Kitiara se había incorporado bruscamente de la silla.

—Me he cansado de esta conversación. ¿Dónde ésta mi tienda?

Fewmaster dio un salto.

—Te escoltaré hasta allí yo mismo, Señora del...

Kitiara se volvió hacia el hobgoblin.

—¡No necesito una maldita escolta! ¡Dime dónde está la tienda!

Toede se encogió, acobardado.

—Sí, Señora del Dragón. Se ve desde aquí. —Señaló hacia una de las tiendas grandes del campamento—. Es aquella...

Kitiara salió con gesto airado. Apartó un barrilete de una patada y tiró a un draconiano que no se quitó de su camino con bastante rapidez. Internándose con alivio en la fresca penumbra de su tienda, la mujer se sentó en el tosco camastro, pero casi de inmediato volvió a ponerse de pie y empezó a pasear de un lado para otro.

Lauralanthanasa, también conocida por el cariñoso diminutivo de Laurana; princesa elfa, hija del Orador de los Soles... y prometida de Tanis Semielfo.

Tanis le había contado a Kitiara todo lo referente al idilio de su infancia y adolescencia. También le había dicho que ese episodio estaba olvidado. Que sólo amaba a una mujer en el mundo y que esa mujer era ella, Kitiara.

Cuando le pidió que viajara con ella hacia el norte, hacía de eso cinco años, él se negó. Le había puesto excusas poco convincentes, que si desasosiego y confusión en su estado anímico, que si la necesidad de pensar bien las cosas, de llegar a conocerse a sí mismo, de intentar encontrar la paz interior entre las dos mitades enfrentadas de su ser. Que si había oído rumores sobre el regreso de los dioses verdaderos e iba a investigar...

—¡Y una mierda iba a investigar rumores sobre dioses! —Kitiara echaba chispas—. ¡Ese mentiroso bastardo iba a buscar a su antigua novia!

Daba igual que en ese intervalo de años la propia Kitiara hubiera tenido un montón de amantes, incluido el amigo íntimo de Tanis, Sturm Brightblade, que había viajado al norte con ella. La relación sólo había durado una noche. Había seducido al joven caballero principalmente porque estaba furiosa con Tanis. A Sturm le siguió Ariakas, y en la actualidad tenía a su apuesto lugarteniente, Bakaris. No había amado a ninguno de ellos. Ni siquiera estaba segura de haber amado a Tanis, pero lo que sabía de cierto era que él tendría que estar enamorado de ella, no de una zorra elfa de extremidades flacuchas, ojos rasgados y orejas puntiagudas.

A Kitiara ya no le importaba por qué o cómo sus amigos habían asesinado a lord Verminaard. Sólo podía pensar en Tanis y esa chica elfa. ¿Seguiría todavía con él? ¿Qué había pasado cuando estuvieron juntos en Pax Tharkas? Kitiara necesitaba tener más información y lamentaba haberse separado de Toede antes de que el hobgoblin hubiera acabado su historia. Claro que Toede no había estado en Pax Tharkas. Él mismo lo había admitido. Tenía que encontrar a alguien que sí hubiera estado.

Le sonsacaría al comandante Grag, pero antes tenía que inventar un pretexto para preguntarle por sus amigos. No debía despertar sospechas en el draconiano. Ariakas ya estaba receloso, y si llegaba a descubrir que Tanis había sido su amante...

Kitiara se dejó caer en el camastro. Contempló, fruncido el entrecejo, el techo de lona mientras se hacía reproches.

—¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué me preocupa? Tanis es un hombre más de todos los que he conocido. Sólo que no lo es —añadió en un susurro, de mala gana.

Todos esos hombres que había conocido desde que se separó de Tanis. Ahora se daba cuenta de que los había tomado en sus brazos y metido en su cama con la esperanza de que cada nuevo amante le hiciera olvidar al antiguo. El único amante que la había desdeñado, la había rechazado, le había dado la espalda y había salido de su vida.

Se estaba quedando dormida cuando vio el rostro de Tanis... Como lo veía cada vez que otro hombre le hacía el amor.

Lejos, en Neraka, el fuego de un brasero ardía alegremente. Las llamas se reflejaban en los ojos de Ariakas, pero el emperador no las veía. Veía las imágenes que había en el brillo del fuego mágico. Observaba y escuchaba con un gesto de desagrado.

Finalmente, el fuego mágico consumió el mechón del rizado cabello negro que Iolanthe había colocado cuidadosamente en el brasero. Las imágenes del hobgoblin, Toede, y de Kitiara desaparecieron justo cuando la mujer se marchó a su tienda.

Ésta era la tercera vez que Iolanthe y Ariakas habían usado el hechizo de visión a distancia para espiar a Kitiara, y la primera que descubrían algo interesante. Anteriormente, Ariakas y ella habían observado a Kitiara hablando con Derek Crownguard en una ocasión, y en la siguiente la guerrera viajaba montada en Skie. A Ariakas le había complacido comprobar que Kit le era leal, que quizá era la única entre sus Señores de los Dragones en quien podía confiar realmente. Ahora no tenía más remedio que afrontar la verdad.