Выбрать главу

—Supongo que sí. Pero me lo habría afeitado, aunque habría sido como cortarme el brazo con el que manejo la espada. Sin embargo, no se lo digas a Derek. No dejaría de darme la lata con eso.

Brian se encogió de hombros.

—Suena raro que pongamos en peligro la misión por no sacrificar el bozo del labio superior.

—A esto no se le puede llamar «bozo» —objetó Aran en tono severo al tiempo que se atusaba el bigote con cariño—. Además, seguramente llamaría más la atención si nos lo quitáramos. Tenemos la cara curtida del viaje por mar y la piel blanca sobre el labio levantaría sospechas, mientras que si no nos afeitamos... En fin, que estoy seguro de que no seremos los únicos hombres con bigote en Tarsis.

Decidieron entrar en la ciudad por separado al razonar que si eran tres hombres armados los que entraban juntos, causarían más revuelo que si lo hacían cada uno por su lado. Quedaron en reunirse en la Biblioteca de Khrystann.

—Aunque ignoramos dónde está esa biblioteca y cómo dar con ella —fue el comentario que Aran hizo a la ligera—. Y tampoco sabemos qué hemos de buscar una vez que nos encontremos allí. No hay cosa que más me guste que un fiasco bien organizado.

Arrebujados en las capas, con las capuchas bien caladas y los tapabocas cubriéndoles el rostro del cuello a la nariz, Aran y Brian siguieron el avance de Derek colina abajo, en dirección a la puerta principal de la ciudad.

—No veo de qué otra forma hubiéramos podido hacerlo —dijo Brian.

Aran rebulló en la silla, inquieto. Su habitual buen humor había desaparecido de repente y se mostraba taciturno y susceptible.

—¿Qué te pasa? —preguntó Brian—. ¿Se ha vaciado la petaca?

—Sí, pero eso no tiene nada que ver —contestó Aran, mohíno. Rebulló de nuevo en la silla y echó una ojeada en derredor—. Flota algo en el aire. ¿No lo notas?

—El viento ha cambiado de dirección, si te refieres a eso.

—No. Es más bien una sensación de escalofrío, como si alguien hubiera caminado sobre mi tumba. Es el mismo estremecimiento que sentí antes del ataque al castillo de Crownguard. Será mejor que te pongas en marcha, si es lo que quieres hacer —añadió bruscamente.

Brian vaciló y miró a su amigo, preocupado. Había visto a Aran con diferentes estados de ánimo, desde furioso hasta divertido pasando por temerario, pero nunca lo había visto tan lúgubre.

—Ve, anda. —Aran agitó la mano como una granjera que espanta a las gallinas—. Nos reuniremos en la biblioteca. Aunque seguramente fue destruida hace tres siglos.

—Eso no tiene ninguna gracia —gruñó Brian, que volvió la cabeza hacia atrás cuando ya bajaba la colina hacia las puertas de Tarsis.

—A veces no me apetece bromear —musitó el otro caballero.

16

El pacto. La Biblioteca de Khrystann

Antes del Cataclismo, a Tarsis se la conocía como Tarsis la Bella. Cuando se contemplaba en el espejo veía el reflejo de una urbe de cultura y refinamiento, riqueza, esplendor y embrujo. Gastaba el dinero con largueza, y tenía dinero para gastar porque los barcos llevaban a su puerto ricos cargamentos y los ponían a sus pies. Jardines exuberantes de plantas florecientes la engalanaban como joyas. Caballeros, lores y damas paseaban por sus calles bordeadas de árboles. Eruditos recorrían cientos de kilómetros para estudiar en su biblioteca, porque Tarsis no sólo era elegante, refinada y encantadora, sino que también era ilustrada. Si contemplaba su resplandeciente bahía, sólo veía gozo y felicidad en el horizonte.

Entonces los dioses arrojaron la montaña ígnea sobre Krynn y Tarsis cambió para siempre. La esplendorosa bahía desapareció. Las aguas se retiraron. Los barcos quedaron varados en el cieno y los desechos de un puerto que no servía para nada. Tarsis se miró en el espejo y vio su belleza echada a perder; sus ricos ropajes sucios y desgarrados; sus preciosos jardines agostados y muertos.

A diferencia de muchas otras que tras sufrir la tragedia y la adversidad habían tenido la gallardía, la dignidad y el coraje de volver a levantarse, Tarsis dejó que la catástrofe la hundiera. Revolcándose en la autocompasión, culpó de su caída a los Caballeros de Solamnia y los echó de sus hogares al exilio. También culpó a los hechiceros, y a los enanos, y a los elfos, y a cualquiera que no fuera «uno de ellos». Culpó a los hombres y mujeres sabios que habían acudido allí a estudiar en la antigua Biblioteca de Khrystann y los expulsó. Dejó la biblioteca en ruinas, sin reconstruirla, y prohibió que se entrara en ella.

Tarsis se volvió mezquina y mercenaria, codiciosa y avara. No hallaba placer en las cosas hermosas. Para ella la única belleza estaba en el brillo de las monedas de acero. Su puerto de mar había desaparecido, pero conservaba las rutas comerciales, y recurrió a tretas para fomentar el comercio con sus vecinos.

Por fin, después de más de trescientos años, Tarsis pudo mirarse de nuevo al espejo, jamás recobraría la antigua belleza, pero al menos vestía sus galas prestadas, se daba colorete en las mejillas y se pintaba los labios. Sentada a la sombra, donde nadie la veía con claridad, era posible fingir que volvía a ser Tarsis la Bella.

La ciudad de Tarsis había estado protegida por el mar y por una muralla de piedra de seis metros de altura, con torres y puertas insertadas a intervalos. La muralla se conservaba, pero la desaparición del mar había dejado una brecha abierta en la seguridad de la urbe.

El descenso de población causado por la marcha de marineros y constructores de barcos, fabricantes de velas, mercaderes y todos aquellos que dependían del mar para ganarse la vida, había tenido como resultado una caída espectacular en la recaudación de impuestos. Tarsis pasó literalmente de la riqueza a la pobreza de la noche a la mañana. No había dinero para construir un tramo nuevo de muralla de seis metros de altura. Lo más que pudo costearse fue un lienzo de metro y medio. Por otra parte, como dijo uno de los lores tarsianos en tono pesimista, no tenían nada que proteger. Tarsis no poseía nada que desearan otros.

Eso había ocurrido años atrás, pero la ciudad era más próspera en la actualidad. Los habitantes habían oído rumores de una guerra al norte. Sabían que a los Caballeros de Solamnia los habían atacado («¡Caballeros arrogantes! ¡Se lo tienen merecido!») y habían oído que a los elfos los habían echado de Qualinesti («¿Qué puede esperarse de los elfos? ¡Todos ellos son unos cobardes relamidos!»). Se comentaba que Pax Tharkas había caído («¿Pax Tharkas? Nunca habían oído hablar de ese sitio»), pero Tarsis hizo poco caso de todos esos rumores. Con la prosperidad había llegado la apatía. Tarsis había vivido en paz siempre y sus habitantes no veían amenazas en su horizonte, así que ¿por qué malgastar dinero en algo tan prosaico y anodino como una muralla cuando podían construir bonitas casas y vistosos edificios municipales? En consecuencia, el muro de metro y medio siguió igual.

La muralla tenía dos puertas principales de acceso revestidas con hierro que estaban situadas al norte y al este. Derek iba a entrar por la del norte, donde daba la impresión de que había más tráfico. Aran entró por la puerta oriental y Brian se dirigió a pie a la puerta de la zona sur de la ciudad, en el Muro del Puerto, como se lo conocía.

Siendo la parte más débil de las defensas de la ciudad, los caballeros dieron por sentado que el Muro del Puerto sería el que estaría más vigilado. La elección de Derek para enviar a Brian por esa ruta fue más bien un cumplido equívoco. Citó el comportamiento tranquilo e imperturbable de Brian, su valor sosegado. También mencionó que, de los tres, era el que menos aspecto de caballero tenía.

Brian aceptó lo que había de cierto en la afirmación de Derek y no se dio por ofendido. Aunque de noble cuna, a Brian lo habían educado para trabajar duro, no para ser un privilegiado, como en el caso del acaudalado Derek. El padre de Brian no había heredado su pan de cada día, sino que había tenido que ganárselo. Hombre instruido, lo contrataron como tutor de Derek, y él y su familia se alojaron en el castillo de Crownguard. A Aran, hijo de un lord que vivía cerca, lo invitaron a que asistiera a las clases con los otros dos chicos, y así fue como se conocieron los tres amigos.