Выбрать главу

—¿Hemos? ¿A quién te refieres? —la interrumpió Derek.

—A los que nos importa el futuro del mundo —replicó Lillith, que le sostuvo la mirada sin vacilar—. En esta guerra estamos en el mismo bando, sir Derek, te lo aseguro. Como decía, nos han llegado rumores de que se han visto draconianos dentro de las murallas de la ciudad.

Los tres caballeros intercambiaron una mirada.

—Y también fuera de las murallas —recalcó Aran.

—Así que los rumores son ciertos. ¿Los habéis visto? —preguntó Lillith con gesto grave—. ¿Dónde?

—En la calzada a Tarsis. Estaban acampados junto a un puente para ver quién lo cruzaba...

—Tiene sentido —dijo Lillith—. Alguien está haciendo circular una lista de recompensas por los asesinos del Señor del Dragón Verminaard. Por casualidad tengo una copia en mi poder. —Se llevó la mano a la pretina y sacó un documento semejante al que le habían quitado a los draconianos.

»Llevo mucho tiempo buscando a alguien y ahora resulta que me encuentro con su nombre en esta lista. Necesito que lo atrapéis y me lo traigáis. —Lillith alzó un dedo en un gesto de advertencia—. Tenéis que hacerlo sin que nadie lo descubra.

—Vas mal encaminada, señora —dijo Derek—. Deberías hablar con el gremio de maleantes de la ciudad. Son expertos en secuestros...

—¡No quiero que lo secuestréis! Y desde luego no quiero que lo atrapen maleantes ni draconianos. —La ansiedad hizo que Lillith se ruborizara—. Lleva consigo algo de gran valor y me da miedo que no sepa darle la importancia que tiene. Es posible que entregue ese objeto al enemigo por pura ignorancia. He intentado discurrir la forma de atraparlo desde que vi su nombre en la lista. Vosotros, caballeros, habéis venido como agua de mayo. Dadme vuestra palabra de honor como caballeros de que me haréis este favor y os enseñaré cómo llegar a la biblioteca.

—¡Esto es chantaje, indigno de la hija de un caballero! —exclamó Derek, y Brian, a su pesar, estuvo de acuerdo con él. Todo aquel asunto era ambiguo, poco claro.

Lillith no se amilanó.

—¡Y yo creo que es indigno de un caballero negarle ayuda a la hija de otro caballero! —replicó fogosamente.

—¿Qué clase de objeto es el que lleva esa persona? —inquirió Aran con curiosidad.

Lillith vaciló y después negó con la cabeza.

—No es que no confíe en vosotros. Si fuera mi secreto, os lo diría, caballeros, pero al no ser así no puedo compartirlo. La información me la dio alguien que correría un grave peligro si se descubriera. No debería hablar con nosotros. Arriesgó mucho al revelarme tanto, pero le preocupa ese objeto valioso y también la persona que lo lleva.

El gesto severo de Derek no se borró.

—¿A qué persona de esa lista de recompensas quieres que encontremos? —preguntó Brian.

Lillith puso el índice en uno de los nombres.

—¡Ni pensarlo! —bramó Derek.

—Derek... —empezó Brian.

—¡Brian! —gritó Derek, encolerizado.

—Os dejaré solos, caballeros, para que lo habléis entre vosotros. —Lillith se alejó fuera del alcance del oído.

—No me fío de esa marimacho, aunque sea hija de un caballero —dijo Derek—. ¡Y no pienso secuestrar a un kender! Nos está gastando alguna clase de broma.

—Derek, hemos pateado arriba y abajo esta maldita calle casi toda la mañana y no hemos visto ni rastro de una biblioteca —argüyó Aran, exasperado—. Podríamos pasarnos toda la vida buscándola. Yo digo que le hagamos ese pequeño encargo a cambio de que nos ayude a encontrar la biblioteca.

—Además, si los draconianos están deseosos de echarle mano al kender, eso por sí solo debería parecemos razón suficiente para salvarlo —apuntó Brian—. Por lo visto fue uno de los que mataron al Señor del Dragón, junto con Sturm.

—Y quizá nos pueda decir dónde encontrar a Sturm —abundó Aran.

Brian negó con la cabeza para hacer entender a Aran que aquel razonamiento no era precisamente el más adecuado para convencer a Derek de que aceptara el plan de Lillith. De hecho, produciría el efecto contrario. Por su parte, Brian ansiaba ayudar a Lillith a toda costa, aunque sólo fuera por verla sonreír de nuevo.

Saltaba a la vista que a Derek no le hacía ninguna gracia aquella situación, pero tenía que afrontar los hechos: no sabían cómo dar con la biblioteca, y con los draconianos merodeando por la ciudad, no podían perder tiempo. Llamó a Lillith.

—Nos encargaremos de esa tarea, señora. ¿Dónde encontraremos al kender?

—No tengo ni idea... —contestó alegremente. Viendo que Derek fruncía el entrecejo, añadió:— Mis colegas Estetas están pendientes por si aparece. Me avisarán si lo localizan. Entretanto, os llevaré a la biblioteca. ¿Veis?, yo también sé actuar con probidad.

—¿Qué hacen los draconianos en Tarsis, señora? —preguntó Brian. La joven los conducía por algo que parecía un callejón sin salida y sin que hubiera a la vista nada semejante a una biblioteca.

—No lo sabemos. —Lillith sacudió la cabeza—. Quizá sólo buscan a esas personas.

—¿Habéis dado aviso a las autoridades sobre eso?

—Lo intentamos. —La joven puso gesto de enfado—. Enviamos una delegación para que se entrevistara con el señor. Se mofó de nosotros. Dijo que eran imaginaciones nuestras. Nos llamó agitadores y afirmó que nuestra intención era crear problemas. —Lillith negó con la cabeza.

»Se comportaba de un modo extraño. Antes era amable y dedicaba el tiempo que fuera necesario para atender a los peticionarios, pero cuando lo vimos esta vez se mostró brusco, casi grosero. —Suspiró profundamente—. Si os interesa mi opinión, los problemas ya han empezado.

—¿A qué te refieres?

—Creemos que el enemigo lo domina. No podemos demostrarlo, por supuesto, pero tendría sentido. Ejerce algún tipo de control sobre él. Es la única razón por la que nuestro señor permitiría que esos monstruos se acercaran siquiera a nuestra ciudad.

El callejón se extendía entre grandes edificios tan deteriorados que resultaba difícil saber si otrora habían sido mansiones elegantes. Las paredes daban la impresión de que se vendrían abajo si alguien las soplaba, por lo que los caballeros se mantuvieron apartados de ellas a pesar de que Lillith les aseguró que habían aguantado así siglos. La joven continuó callejón adelante; de vez en cuando se paraba y echaba un vistazo atrás para comprobar si alguien los seguía.

—Cuidado con la rejilla del alcantarillado —advirtió al tiempo que señalaba—. Los pernos están oxidados y su resistencia no es de fiar. Podríais sufrir una caída muy desagradable.

Aran, que había estado a punto de pisar la rejilla, la salvó de un salto ágil.

—¿Por qué no arreglan todo esto los tarsianos? —preguntó mientras señalaba en derredor—. Después de todo han pasado más de trescientos años.

—Al principio estaban demasiado ocupados tratando de sobrevivir para ocuparse de reconstruir lo que se había perdido —contestó Lillith—. Tomaron los ladrillos y los bloques de granito y de mármol de los edificios en ruinas y los usaron para levantar casas. Creo que al principio tenían intención de reconstruir la ciudad, pero con las penalidades, los peligros y los vecinos que abandonaban la ciudad para buscar trabajo en otros lugares, siempre hubo falta de dinero y, quizá lo que es más importante, falta de ganas.

—Pero cuando pasaron los años, a medida que aumentaba la prosperidad, sin duda se plantearon reconstruir esta parte de la ciudad al igual que hicieron con otras —comentó Brian—. Vi algunos edificios magníficos de camino aquí.

Lillith sacudió la cabeza.

—Es por la biblioteca. La gente acabó asociando esta parte de la ciudad con los grupos a los que culpaba de sus desgracias: hechiceros, clérigos, eruditos y Caballeros de Solamnia, como vosotros. Los ciudadanos temían que si reconstruían la biblioteca y las universidades, la gente problemática como nosotros regresaría.