—Me sorprende que no destruyeran la biblioteca —dijo Aran.
—Los Estetas se temieron lo peor. Cuando los rumores de lo acaecido en Tarsis llegaron a nuestra orden, ocasionaron una gran preocupación. La orden envió una comisión a la ciudad, un viaje muy peligroso por entonces debido al caos reinante. Los Estetas tenían instrucciones de proteger los libros o, si llegaban demasiado tarde, de salvar todo lo que pudieran.
»Cuando llegaron, los Estetas descubrieron que los clérigos de Gilean que trabajaban aquí antes del Cataclismo habían sido advertidos de que iba a pasar algo terrible. Los clérigos pudieron haber abandonado Krynn y ponerse a salvo junto con los clérigos de otros dioses, pero eligieron quedarse para proteger los libros. Afortunadamente la biblioteca se había construido bajo tierra, así que cuando la montaña ígnea se precipitó sobre el mundo, la biblioteca se salvó. Entonces sólo tuvieron que temer a los hombres.
»Cuando el populacho fue a saquear la biblioteca y prenderle fuego, se encontró con los Estetas que la protegían. Muchos perecieron en la lucha, pero mantuvieron a la turba a raya hasta que pudieron cerrar la entrada a cal y canto. Después, ocultaron el acceso para que nadie lo encontrara ni pudiera abrir las puertas a menos que conocieran el secreto. De esta manera, los libros han permanecido a salvo todos estos siglos, protegidos por quienes los aman.
—Como tú —dijo Brian con admiración. Le tomó la mano y señaló los dedos manchados de tinta.
Lillith se ruborizó, pero asintió con la cabeza desapasionadamente. Brian no le soltó la mano, como si fuese algo casual. Lillith le sonrió y el hoyuelo reapareció; después, retiró la mano.
—¿Qué libro o informe buscáis, caballeros? Quizá pueda ayudaros a encontrarlo. Me es familiar mucho de lo que hay aquí abajo, pero no absolutamente todo, a decir verdad. Para conseguir eso harían falta varias vidas.
Derek asestó una mirada incisiva a Brian que lo hizo enmudecer.
—No es que no confiemos en ti, señora Cuño —dijo Derek fríamente—, pero esa información es reservada y opino que debe permanecer así. De otro modo, podríamos ponerte en peligro.
—Como gustéis. —Lillith se detuvo—. Hemos llegado.
—Un muro ciego —comentó Aran.
Habían pasado bajo una arcada envuelta en sombras que conducía al callejón sin salida: una pared construida con piedras multicolores, redondeadas, erosionadas y unidas con mortero y acopladas contra una ladera cubierta de hierba alta.
—La Biblioteca de Khrystann —anunció Lillith.
Puso un pie encima de una losa, delante del muro, y apretó. Ante el asombro de los caballeros, el sólido muro se sacudió y se deslizó hacia un lado.
—No es de piedra —exclamó Aran al tiempo que alargaba la mano para tocarlo—. ¡Es madera pintada para que parezca piedra! —Se echó a reír—. ¡Qué obra maestra! ¡Me engañó completamente!
Los caballeros miraron hacia el callejón y lo vieron bajo una perspectiva muy diferente.
—El callejón es parte de las defensas de la biblioteca —aseguró Brian—. Cualquiera que intente llegar a la biblioteca tiene por fuerza que venir por ahí.
—Y la rejilla de la alcantarilla que estuve a punto de pisar... ¡es una trampa! —Aran miró a Lillith con más respeto—. Parece que tú y tus compañeros Estetas estáis dispuestos a luchar y a morir por defender la biblioteca. ¿Por qué? No es más que un montón de libros.
—Un montón de libros que contienen la luz radiante de la sabiduría de generaciones pasadas, sir Aran —dijo en voz queda la joven—. Nuestro temor es que si esta luz se extingue, nos hundiremos en una oscuridad tan intensa que quizá nunca encontremos la forma de salir de ella.
Empujó la puerta de madera pintada imitando piedra. Detrás había otra puerta, ésta de factura muy antigua. Tallados en la madera había los platillos de una balanza que descansaba sobre un libro.
—El símbolo de Gilean, dios del Libro y Fiel de la Balanza. —La joven alargó la mano y tocó los platillos.
—Hablas de él con respeto —comentó Brian—. ¿Crees que los dioses han vuelto?
Lillith iba a contestar, pero Derek la atajó:
—No hay tiempo para majaderías. Por favor, señora, procede.
La joven miró de soslayo a Brian y le dedicó una sonrisa cómplice.
—Hablaremos de eso después —dijo.
Apretó dos veces uno de los platillos, a continuación apretó el otro tres veces y por último presionó cuatro veces sobre el libro. La segunda puerta se deslizó hacia un lado. Una larga escalera descendía hacia la oscuridad. Cerca de la puerta había un farol colgado en un gancho. Lillith lo cogió y, abriendo un panel de cristal, encendió el cabo de una vela que había dentro. La llama prendió. Lillith cerró el cristal con cuidado y encabezó la marcha escalera abajo.
La temperatura se hizo más cálida. Allí dentro olía a cuero viejo, a pergamino y al polvo del tiempo. Al final de la escalera había otra puerta decorada asimismo con la balanza y el libro. Lillith volvió a apretar los relieves, sólo que en otro orden. La puerta se deslizó en la pared. La joven la cruzó sosteniendo el farol en alto.
La estancia era enorme, larga y ancha, y se extendía mucho más allá del alcance de la luz del farol. Estaba repleta de libros, del suelo al techo. Estanterías llenas de libros se alineaban en las paredes, se prolongaban en hileras por el suelo, fila tras fila, hasta perderse en la oscuridad. Era un verdadero bosque de estanterías, y los libros de esas estanterías eran tan numerosos como las hojas de los árboles de un bosque.
Los tres caballeros contemplaron los libros con pasmo mezclado con una creciente consternación.
—¿Estás seguro de que no necesitáis mi ayuda, sir Derek? —preguntó Lillith serenamente.
17
Búsqueda infructuosa. Disturbios. Atrapar a un kender
—¡Los hay a millares! —exclamó Aran, estupefacto.
—Miles de millares —coreó Brian en tono desesperado.
Derek se volvió hacia Lillith.
—Tiene que haber un catálogo de los libros, señora Cuño. Los Estetas son famosos por llevar un registro meticuloso del contenido de una biblioteca.
—Lo había —dijo la joven—. Los libros se catalogaban con referencias por título, autor y contenido.
—Hablas en pasado —apuntó Aran en tono preocupado.
—El catálogo fue destruido —le respondió Lillith con gravedad.
—¿Quién haría algo así? ¿Por qué? —inquirió Brian.
—Los mismos Estetas lo destruyeron. —Lillith suspiró profundamente—. Justo antes del Cataclismo, en la época en la que el Príncipe de los Sacerdotes emitió el Edicto del Control del Pensamiento y amenazó con enviar a sus agentes ejecutores a la biblioteca y buscar el catálogo de libros para que retiraran y quemaran todos los que se consideraran «una amenaza para la fe». Ni que decir tiene que los Estetas no iban a permitir que ocurriera tal cosa, de modo que quemaron el catálogo. Si los agentes ejecutores querían conocer el contenido de los libros, tendrían que leérselos. Todos, del primero al último.
—Como, al parecer, tendremos que hacer nosotros —dijo Derek, ceñudo.
—No necesariamente. —Brian señaló los dedos de Lillith manchados de tinta—. Has estado reproduciendo el catálogo, ¿verdad, señora Cuño?
—Preferiría que todos me llamaseis Lillith, simplemente. Y sí, estoy intentando reproducir el catálogo. No he avanzado mucho. Es una tarea descomunal.
—Derek, tenemos que decirle por qué hemos venido —murmuró Aran.
Derek se había propuesto mantener en secreto el asunto del orbe y durante unos instantes su expresión se tornó obstinada. Después dirigió la vista hacia los anaqueles repletos de libros; hilera tras hilera de estanterías. Apretó los labios un momento antes de hablar en tono cortante.
—Buscamos información relativa a los Orbes de los Dragones. Lo único que sabemos con certeza es que fueron una creación de los hechiceros.
Lillith soltó un suave silbido.