Выбрать главу

Permanecieron abrazados unos largos y dulces instantes y después Lillith suspiró hondo.

—Será mejor que os vayáis. Yo me quedaré aquí para no perder de vista al kender.

—Me quedaré en la biblioteca contigo, ayudándote a defenderla. Derek y Aran pueden continuar con esa misión del Orbe de los Dragones sin mí...

Lillith negó con la cabeza.

—No, eso no estaría bien. Tienes que cumplir con tu deber y yo he de cumplir con el mío. —Sonrió y el hoyuelo se le marcó unos segundos en la mejilla—. Cuando esto haya terminado compartiremos relatos de guerra. Será mejor que te des prisa.

Sabiendo que era inútil, Brian renunció a su intento de persuadirla. Llamó en voz alta a Derek y a Aran, que cruzaron la biblioteca a toda prisa. Tasslehoff iba con ellos a pesar de que Derek no dejaba de repetirle que volviera y siguiera con la lectura.

—Mis amigos están metidos en problemas, ¿verdad? —Tas soltó un sonoro suspiro—. Supongo que tendré que ir a salvarlos... una vez más. ¿Os he contado lo que pasó aquella vez que rescaté a Caramon de una feroz escalamita devoradora de hombres? Estábamos en aquella fantástica fortaleza hechizada que se llama Monte de la Calavera y...

—No vienes, kender —dijo Derek.

—Oh, claro que voy, humano —replicó Tas.

—No podemos encadenarlo a la banqueta. Se escapará si lo dejas solo —señaló Lillith—. Más valdría llevarlo con vosotros. Así sabríais al menos dónde está.

Finalmente Derek se convenció, aunque no de buen grado.

—Cuando volvamos, Burrfoot, seguirás buscando la información sobre los Orbes de los Dragones —dispuso.

—Ah, pero si ya la he encontrado —anunció Tas con despreocupación.

—¿Que la has encontrado? ¿Por qué no me lo dijiste? —bramó Derek.

—Porque no me lo preguntaste —contestó el kender con seria dignidad.

—Te lo pregunto ahora. —Derek estaba que echaba chispas.

—De un modo nada amable —le reprochó Tas.

Lillith se agachó para susurrarle algo al oído.

—Muy bien, te lo diré. Los Orbes de los Dragones están hechos de cristal y magia y tienen algo dentro... He olvidado qué... —Se quedó pensativo unos instantes—. Esencia, eso es. Esencia de dragones cromáticos.

A Tasslehoff le encantó la forma en que aquellas palabras le salieron de la boca, así que las repitió varias veces hasta que Derek le ordenó secamente que siguiera con la explicación.

—No sé qué es la esencia de dragones cromáticos —continuó Tas, que aprovechó de buena gana la oportunidad de repetir esas palabras una vez más—, pero es lo que tienen dentro. Si consigues controlar uno de esos Orbes de los Dragones, puedes usarlo para ordenar a los reptiles que hagan lo que les mandes, o para convocarlos o algo por el estilo.

—¿Cómo funciona? —preguntó el caballero de más graduación.

—El libro no da instrucciones... —contestó el kender, irritado porque le hicieran todas esas preguntas mientras sus amigos se encontraban en peligro. Al ver que Derek fruncía el entrecejo, añadió:— Tengo un amigo que probablemente sabe todo lo relacionado con esos orbes. Es un mago. Se llama Raistlin y podemos preguntarle...

—No —lo cortó Derek—. Nada de eso. ¿Dice el libro algo de dónde están los Orbes de los Dragones?

—Pone que uno se lo llevaron a un sitio llamado Muro de Hielo... —empezó Tas.

—Deberíais daros prisa —los interrumpió Lillith con apremio. Durante todo el tiempo no había dejado de rebullir con nerviosismo y echar vistazos escaleras arriba—. Podemos hablar de eso cuando regreséis. Vuestro amigo el caballero ha sido arrestado y probablemente lo van a asesinar.

—No es un caballero —insistió Derek, que agregó en un tono más comedido—: Pero es un compatriota. Brian, el ken... maese Burrfoot está a tu cargo. —Él y Aran empezaron a subir los peldaños y Tasslehoff esperó a Brian al pie de la escalera.

—Un beso más —le pidió el caballero a Lillith con una sonrisa—. Para que me traiga suerte.

—¡Para que te traiga suerte! —repitió ella, y lo besó antes de añadir melancólicamente:— ¿Alguna vez has encontrado algo que llevabas buscando toda la vida sólo que sabes que lo vas a perder y que quizá no vuelvas a hallarlo jamás?

—¡A mí me pasa todo el tiempo! —exclamó Tasslehoff mientras se acercaba a la pareja—. Una vez encontré aquel anillo tan interesante que era de un hechicero perverso. Me estuvo llevando a saltos de un sitio a otro: primero aquí, luego allí y de nuevo de vuelta a aquí. Me gustaba mucho, pero al parecer lo he extraviado...

Tasslehoff dejó de hablar. Su historia sobre el anillo y el hechicero perverso era tremendamente emocionante, muy interesante y casi toda ella cierta, pero ya no tenía audiencia. Ni Lillith ni Brian le prestaban atención.

Derek llamó a Brian en tono impaciente. El caballero le dio un último beso a la joven, aferró firmemente a Tasslehoff y los dos corrieron escaleras arriba.

Lillith suspiró y volvió con sus libros polvorientos.

19

El rescate. Sturm zanja una discusión

Los caballeros y el kender salieron por la puerta secreta de la biblioteca y se encontraron con una fuerte ventisca, un cambio de tiempo asombroso, pues hacía un día soleado cuando se metieron bajo tierra. Del cielo caían copos grandes y compactos que reducían la visibilidad y hacían de caminar por las calles adoquinadas algo peligroso y resbaladizo. Aunque Marco se había marchado hacía poco, la copiosa nevada ya había borrado sus huellas. Como dijo Tas, era tan intensa que casi ni se veían la nariz, así que se sobresaltaron cuando una figura surgió repentinamente de la cortina blanca.

—Soy yo, Marco —dijo el hombre, que alzó las manos al oír el deslizamiento metálico de acero saliendo de las vainas—. Se me ocurrió que necesitaríais un guía para llegar a la Sala de Justicia.

Derek masculló algo parecido a «gracias» mientras envainaba de nuevo la espada, y el grupo avanzó deprisa a través de la ventisca entre resbalones en el pavimento helado y parpadeos para quitarse los copos de los ojos. Aunque el resto del mundo se había sumido en la quietud y el silencio bajo el manto de nieve, el reducido grupo estaba muy animado porque el kender no dejaba de parlotear.

—¿Alguna vez os habéis fijado que la nieve le da a todo un aspecto completamente diferente? Supongo que por eso es tan fácil perderse en una tormenta. ¿Nos hemos perdido? No recuerdo haber visto ese árbol antes, ese que está completamente encorvado. Creo que nos hemos equivocado al girar en alguna calle...

Por fin llegaron a la esquina de un edificio que el kender reconoció, aunque no por ello cesó el parloteo.

—¡Fijaos en esas gárgolas! ¡Eh, he visto a una moverse! Brian, ¿has visto moverse a esa gárgola de aspecto tan fiero? ¿A que sería emocionante que echara a volar desde ese edificio y se lanzara en picado sobre nosotros y nos arrancara los ojos con las afiladas garras? No es que quiera que me saquen los ojos, cuidado. Me gustan mis ojos. Sin ellos no vería mucho. Oye, Marco, creo que nos hemos perdido otra vez. No recuerdo haber pasado por esa carnicería... Ah, sí, sí que pasé por aquí...

—¿No puedes hacerle callar? —gruñó Derek.

—Sin cortarle la lengua, no —dijo Aran.

Derek pareció plantearse tal posibilidad como una opción factible, pero para entonces —por suerte para Tas— habían llegado a la Sala de Justicia, un edificio de ladrillo, grande y feo. A pesar de la ventisca, delante se había agolpado un gentío y algunos de los reunidos gritaban al detestado solámnico que dejara de escudarse tras el señor de la ciudad y diera la cara.

—Estas gentes nos odian realmente —comentó Derek.

—No puedes reprochárselo —arguyo Marco.

—Fueron los habitantes de Tarsis quienes nos dieron la espalda —replicó el caballero—. Muchos solámnicos murieron en esta ciudad tras el Cataclismo a manos de la turba.

—Fue una tragedia, sí —admitió Marco—. Y una vez que el disturbio acabó algunas de esas personas se sintieron profundamente avergonzadas por lo que habían hecho. Los tarsianos enviaron una delegación a Solamnia con intención de hacer las paces. ¿Sabías eso?