»Todos hemos cometido errores —continuó Brian—. Si Derek se despojara alguna vez de esa coraza, descubriríamos que debajo hay un ser humano, pero es incapaz de quitársela, Sturm. No está en su forma de ser. Espera la perfección en todo el mundo, sobre todo en sí mismo.
Aquello pareció aplacar un poco a Sturm. Su gesto ceñudo se suavizó.
»Cuando los ejércitos de los dragones invadieron el castillo de Crownguard —prosiguió Brian—, un dragón mató a su hermano pequeño, Edwin. Es decir, suponemos que está muerto. —Hizo una pausa mientras evocaba aquellos momentos horribles y luego susurró:— Esperamos que lo esté. La esposa y el hijo de Derek han tenido que ir a vivir con el padre de ella porque no puede proporcionales una casa donde cobijarse. ¿Cómo tiene que sentirse un hombre en esa situación, sobre todo uno tan orgulloso como Derek? No le queda nada excepto la caballería, esta misión —Brian suspiró— y su orgullo. Ten esto presente, Sturm, y perdónalo si puedes.
Dicho esto, Brian se apartó de Sturm porque Derek era capaz de sospechar que había dicho a saber qué. Sturm seguía silencioso, envarado y ceremonioso cuando se reunió con Derek. Aran, atisbando por encima del yelmo de Derek, miró a Brian y enarcó las cejas en una pregunta muda. El otro caballero negó con la cabeza. No tenía ni idea de lo que se proponía hacer Derek.
—Brightblade —empezó bruscamente Derek—, hemos tenido nuestras diferencias en el pasado...
Sturm apretó los puños y el cuerpo le tembló. No dijo nada, pero asintió con un cabeceo.
—Te recuerdo que, según la Medida, en tiempos de guerra cualquier animosidad personal debe dejarse a un lado. Yo estoy dispuesto a hacerlo si tú lo estás —añadió—. Te lo demostraré haciéndote partícipe de nuestro secreto. Voy a revelarte la naturaleza de nuestra misión.
Brian se quedó estupefacto cuando, de repente, comprendió lo que estaba haciendo Derek. Se puso tan furioso que tuvo que hacer un esfuerzo para tragarse unas palabras muy duras: Derek se mostraba conciliador con Sturm porque necesitaba al kender.
Sturm vaciló y después exhaló un sonoro suspiro, como si soltara una gran carga.
—Tu confianza me honra, milord —dijo en voz queda.
—Tienes permiso para contarles a tus amigos nuestra misión, pero esto no debe salir del grupo —advirtió Derek.
—Lo comprendo. Respondo por su honor como del mío propio.
Teniendo en cuenta que se estaba refiriendo a gente extraña, tales como enanos y semielfos, Derek enarcó una ceja al oír su respuesta, pero lo dejó pasar. Necesitaba al kender. Iba a entrar en materia cuando Aran se lo impidió al hacer una pregunta.
—¿Es cierto que matasteis al Señor del Dragón en Pax Tharkas? —Se notaba interés en la voz del caballero.
—Mis amigos y yo tomamos parte en una revuelta de esclavos en las minas, con el resultado de la muerte del Señor del Dragón —contestó Sturm.
—No es menester que seas modesto, Brightblade. Debes de haber hecho algo más que tomar parte para que tu nombre encabece la lista de recompensas por la muerte del Señor del Dragón. —Aran estaba impresionado.
—¿Que la encabeza? —preguntó Sturm, sobresaltado.
—Así es. Tu nombre y el de tus compañeros. Enséñaselo, Brian.
—Eso podremos hacerlo en otro momento. Ahora tenemos asuntos más importantes que tratar —intervino Derek, que asestó una mirada iracunda a Aran—. El Consejo de Caballeros nos ha encomendado la búsqueda de un valioso artefacto llamado Orbe de los Dragones y que lo llevemos a Sancrist. Nos han llegado rumores de que ese orbe podría hallarse en el glaciar, y hemos hecho un alto aquí, en la antigua biblioteca, a fin de conseguir más información. El kender nos ha prestado una ayuda muy valiosa en ese sentido.
Sturm se atusó el bigote en un gesto turbado, incómodo.
—No me gusta hablar mal de nadie, milores, sobre todo de Tasslehoff, al que conozco hace muchos años y considero un amigo...
Derek frunció el entrecejo ante la idea de que alguien considerara amigo a un kender, pero, por suerte, Sturm no reparó en su gesto.
—Sin embargo, deberíais tener presente que Tas, aun siendo una persona generosa y afable, a veces se... inventa cosas...
—Si lo que intentas decir es que el kender es un pequeño mentiroso, soy consciente de ello —lo interrumpió Derek, impaciente—. Pero el kender no miente en esto. Tenemos pruebas de la veracidad de sus afirmaciones. Creo que tú y tus amigos deberíais comprobarlo por vosotros mismos.
—Si Tasslehoff ha podido seros útil, me alegro. Estoy seguro de que Tanis querrá hablar con él —añadió Sturm con ironía—. Bien, si no hay nada más que comentar...
—Sólo una cosa... ¿Quién es la mujer del velo? —inquirió Brian con curiosidad al tiempo que echaba un vistazo hacia atrás.
La mujer seguía sentada en un banco y hablaba con el elfo y con el semielfo. El enano paseaba cerca con ruidosas zancadas.
—Es lady Alhana, hija del rey de Silvanesti —contestó Sturm. Los ojos le brillaron con afecto al posarse en ella.
—¡Silvanesti! —repitió Aran, sorprendido—. Está muy lejos de casa. ¿Qué hace una elfa silvanesti en Tarsis?
—El brazo de la Reina Oscura es largo —dijo seriamente Sturm—. Los ejércitos de los dragones están a punto de invadir su patria. La dama ha arriesgado la vida al viajar a Tarsis para buscar mercenarios que ayuden a los silvanestis a rechazar al enemigo. Por eso la arrestaron. Los mercenarios no están bien vistos en esta ciudad, y tampoco los que los contratan.
—¿Estás diciendo que los ejércitos de los dragones han llegado tan al sur que amenazan con invadir Silvanesti? —preguntó Brian, atónito.
—Eso parece —contestó Sturm. Miró a Derek y dijo con pesar:
»He oído que la guerra ha llegado también a Solamnia.
—El castillo de Crownguard cayó en manos de los ejércitos de los dragones, al igual que Vingaard —respondió Derek, impasible—. Como también todas las regiones orientales del país. Palanthas aguanta todavía, así como la Torre del Sumo Sacerdote, pero esos diablos podrían lanzar un ataque en cualquier momento.
—Lo lamento, milord —manifestó Sturm, vehemente. Por primera vez miró a Derek a los ojos—. Lo siento muchísimo.
—No necesitamos compasión. Lo que necesitamos es el poder necesario para expulsar a esos carniceros de nuestra patria —replicó secamente Derek—. De ahí que sea tan importante ese Orbe de los Dragones. Según el kender, confiere a quien lo domina la capacidad de controlar a los reptiles.
—Si tal cosa es cierta, en verdad sería una gran noticia para todos los que luchamos por la libertad —afirmó Sturm—. Iré a informar a mis amigos.
Se alejó para hablar con el semielfo.
—Bien, supongo que tendremos que ser corteses con esa gente —dijo Derek, hosco. Preparándose para afrontarlo, fue a reunirse con Sturm. Aran lo siguió con la mirada.
—Sabes lo que está haciendo, ¿verdad, Brian? Es amable con Brightblade para que nos ayude a conservar al kender. De otro modo, Derek no le habría dado ni los buenos días.
—Tal vez —admitió Brian—. Aunque, para ser justos, creo sinceramente que Derek no se plantea esto así. En su mente lo está haciendo por Solamnia.
Aran se dio tirones del bigote.
—Eres un buen amigo para él, Brian. Ojalá te mereciera. —Hizo ademán de coger la petaca de licor, pero recordó que estaba vacía y, con un suspiro, fue a presentarse a los patéticos amigos de Sturm.
Resultó que uno de ellos no lo era tanto, ni siquiera para Derek, que no vio mermada su dignidad por ser presentado a lady Alhana Starbreeze. Hacía muchos siglos que a los solámnicos no los gobernaba un rey, pero los caballeros seguían siendo respetuosos con la realeza, que los fascinaba, sobre todo tratándose de una representante tan incomparablemente bella como Alhana Starbreeze.
Se dirigieron a la biblioteca, en la que encontraron al kender enfrascado en hacer un examen concienzudo de los libros con sus anteojos mágicos. El semielfo, al que se lo habían presentado como Tanis Semielfo, se mostró severo con Tas por escaparse, pero finalmente se aplacó cuando quedó claro que el kender realmente sabía leer los textos mágicos y no se lo estaba inventando.