Asintió con la cabeza.
—Agradezco tu apoyo, Señor, y tu generosidad, y no me importa confesar que necesitaré toda la ayuda que pueda encontrar, especialmente en hombres.
—Lo creo. Pero, naturalmente, puedes suponer que, una vez se extienda el rumor, correrás el riesgo de que el pánico se apodere de todo el mundo, a pesar de la ayuda que puedas recibir. —Se mordió el labio—. El miedo al Caos está profundamente arraigado en todos nosotros, y la idea de su posible retorno...
Se encogió de hombros, para disimular un temblor, de un modo que no podía ser más elocuente.
—Ya lo he tenido en cuenta, pero no me atrevo a quitar importancia al peligro que nos amenaza —dijo Keridil, recordando las horas de tormento mental que había padecido mientras se esforzaba en valorar la prudencia de la decisión que había tomado—. La gente debe saberlo, Margrave. En buena conciencia, no puedo ocultarles la verdad.
Gant inclinó la cabeza.
—Sí... Comprando tu dilema y creo que debo aceptar lo que dices. Sin embargo, para evitar el histerismo, puede que sea necesario imponer ciertas restricciones por encima de las leyes de nuestro mundo. Por ejemplo, en mi propia provincia...
Keridil le interrumpió.
—Aprobaré todo lo que consideres necesario, en la medida de mi autoridad, Señor. Y si es necesario el consentimiento del Alto Mar-grave, haré todo lo posible por conseguirlo.
—Gracias. Y hablando del Alto Margrave, ¿has dicho que una de tus aves mensajeras vuela hacia la Isla de Verano?
—Así es. —El Sumo Iniciado vaciló, preguntándose si era aconsejable confiar plenamente en Gant; después decidió que ningún mal podía haber en ello—. También he enviado un mensaje a la Matriarca Ilyaya Kimi, en su residencia.
—Vaciló de nuevo—. Será mejor que te diga, Señor, que he pedido la opinión de ambos sobre la posibilidad de convocar un Cónclave en la Isla Blanca.
Gant le miró fijamente, pasmado.
— la...? —Tragó saliva—. ¡Supongo, Keridil, que las cosas no han llegado tan lejos!
—No han llegado, pero podrían llegar. Y en tal caso, no tendríamos más remedio que aprobar la apertura del cofre.
Gant hizo de nuevo la señal de Aeoris sobre su corazón.
Su cara había adquirido un enfermizo color amarillento, y trató de no pensar en las consecuencias de lo que había dicho el Sumo Iniciado. A todos los niños se les contaba la leyenda del cofre de oro, que era el legado de Aeoris a su mundo y a sus seguidores después de la caída de la antigua raza, cuando el Caos había sido derrotado y expulsado. El cofre estaba depositado en un santuario de la Isla Blanca, una extraña isla volcánica frente a la costa de Shu-Nhadek, y era guardado por una casta hereditaria de fanáticos que eran los únicos hombres que podían pisar el suelo sagrado de la Isla. Sólo en caso de gravísimos problemas podían el Sumo Iniciado, el Alto Margrave y la Matriarca de la Hermandad de Aeoris navegar hasta la Isla, y allí, reunidos en Cónclave, podían tomar la decisión de abrir la sagrada reliquia. Y si el cofre era abierto, sería una llamada para que Aeoris volviese al mundo... No, se dijo desesperadamente Gant; las cosas no podían haber llegado a ese extremo...
Keridil observó las expresiones cambiantes del semblante del anciano, dándose cuenta de su evidente turbación. La idea de verse obligado a tomar una decisión que no se había considerado en miles de años era suficiente para producirle pesadillas; pero si había que hacerlo, sabía que lo haría.
—Margrave, creo, y espero, que la posibilidad es muy remota — dijo—. Pero hay que pensar en ella. —Hizo una pausa y después añadió—: Hoy, al amanecer, juré que no descansaría hasta que Tarod fuese encontrado y destruido, y ahora te prometo que estoy resuelto a hacer que la asesina de Drachea comparezca ante la justicia. Cumpliré ambas promesas, cueste lo que cueste.
Gant reflexionó unos instantes y, después, lentamente y de mala gana, asintió con la cabeza.
—Sí, lo comprendo. —Levantó la mirada, y sus ojos eran ahora inexpresivos—. Me gusta pensar que, si estuviese en tu lugar, tendría el valor de tomar la misma decisión.
Era ya noche cerrada cuando Cyllan espoleó el caballo gris a través de una espesura y, para su sorpresa, se encontró, libre de árboles, en una loma que dominaba un estrecho camino. Un talud peligroso pero franqueable descendía hasta el camino, que brillaba con un color de hueso viejo bajo el cielo nocturno, y más allá se extendía de nuevo la masa dormida del bosque, perdiéndose en la oscuridad. No era un camino principal para la conducción de ganado, sino solamente una senda secundaria en la que, probablemente, había poco o ningún tránsito; pero un camino era un camino y un verdadero alivio después de la pesadilla de abrirse trabajosamente paso a través de la interminable sucesión de ramas y monte bajo, con el miedo supersticioso al bosque de noche aflorando en la superficie de su mente.
El caballo estaba inquieto, cansado, y empezaba a mostrarse rebelde; pero Cyllan lo mantuvo quieto con firmeza, mientras miraba a su alrededor y trataba de orientarse. Una sola estrella fría brillaba a lo lejos a su derecha, pero las constelaciones familiares estaban siendo rápidamente oscurecidas por una gruesa capa de nubes que presumió que venían del noroeste, trayendo consigo un viento frío y molesto. El caballo bufó y sacudió la cabeza, oliendo lluvia en el viento, y unos momentos más tarde Cyllan sintió en su cara las primeras gotas.
A menos que estuviese equivocada, el camino discurría aproximadamente de norte a sur, y se volvió en su silla para mirar hacia el norte, donde la pálida cinta se perdía entre los pliegues de bajas colinas. Lejos, en aquella dirección, aunque no tenía manera de saber a qué distancia, estaban la Península de la Estrella y el lúgubre Castillo donde había visto por última vez a Tarod.
¿Estaría todavía allí? No sabía cuánto tiempo había pasado desde que se la había llevado el Warp; si el Círculo le había capturado de nuevo, a estas horas podía estar muerto... Se mordió con fuerza el labio, luchando contra la poderosa tentación de dirigir su caballo hacia el norte y cabalgar hasta el límite de su resistencia para alcanzar la costa y el Castillo. Pero esto sería una locura: el Círculo la culpaba de asesinato, y volver y ponerse a su alcance sería correr al desastre. Lo único que podía hacer era rezar para que Tarod estuviese vivo, libre, y la buscase.
Espoleó a su montura y descendió el empinado talud hacia el camino. La lluvia caía ahora con más fuerza y el animal resbaló varias veces sobre la hierba mojada; abajo, el camino había adquirido un brillo suave. Al llegar al pie del declive, Cyllan volvió el caballo hacia el sur impulsándole hacia delante, y al emprender el animal un trote vivo y regular, se arrebujó en su capa para resguardarse lo más posible de la lluvia. A ambos lados, el bosque susurraba mientras el agua caía sobre los matorrales, y la noche adquirió un aspecto irreal; negras siluetas de árboles se alzaban a ambos lados del camino, y solamente la fría cinta blanca de éste ofrecía un mezquino y obsesionante medio de orientación. El ruido apagado de los cascos de su montura parecía hacer eco a los latidos de su propio corazón, y empezó a sentir un inquietante cosquilleo en el cráneo, como si un sexto sentido le advirtiese que era seguida por una sombra invisible. Sacudió esta idea de su cabeza, consciente de que era provocada por el cansancio y por las engañosas ilusiones de la oscuridad. Sin embargo, había muchos peligros reales en un camino como ése, y no podía, no se atrevía, a detenerse en aquel solitario y desconocido paraje, al menos hasta que amaneciese.