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La creyeron, al menos de momento, y uno dijo resueltamente: —Le encontraremos, señora, ¡puedes estar segura de ello!

—Si están vivos —comentó otro, en voz baja.

—Cállate, Vesey. —El que había hablado primero le dirigió una severa mirada—. La dama ha sufrido ya bastante sin tus funestas predicciones. —Se volvió de nuevo a Cyllan—. Enviaremos exploradores inmediatamente y, mientras tanto, dos de los nuestros te llevarán a la villa de Wathryn, que no está lejos de aquí. —Se puso rápidamente en pie—. Gordach, Lesk, vosotros acompañaréis a la señora. Llevadla a Sheniya Win Mar, a la taberna del Arbol Alto, y más tarde me reuniré allí con vosotros. —Tendió una mano a Cyllan y se inclinó cortésmente—. Mañana tendrás noticias nuestras, señora; te lo prometo.

Cyllan asintió con un lento movimiento de cabeza y le dio las gracias; después dejó que sus compañeros la ayudasen a montar el caballo, que estaba plantado en el borde del camino, con la cabeza gacha por la fatiga. Les aseguró que podía cabalgar sin ayuda, pero el más viejo de los dos hombres insistió en sujetar las riendas y caminar delante de su montura, mientras el otro cabalgaba a su lado con la espada corta desenvainada y reposando sobre sus muslos. La luz de las antorchas quedó atrás, y Gordach, su acompañante más joven, aseguró a Cyllan que no corrían peligro viajando a oscuras; la villa quedaba a menos de una milla de distancia y, además, la lluvia estaba amainando; en cualquier momento saldrían las dos lunas para guiarles. Era un joven parlanchín y siguió hablando, mientras los caballos avanzaban con paso cansino. Cyllan se enteró de que sus salvadores formaban parte de una milicia de voluntarios constituida por orden del Margrave de la provincia, en un intento de poner coto a las cada vez más frecuentes tropelías de los bandidos. Todas las poblaciones relativamente importantes tenían ahora estas milicias, le dijo Gordach, y no menos de catorce facinerosos habían sido juzgados y ejecutados sólo en su distrito. Y ahora, con las últimas noticias llegadas del norte, sin duda tendrían todavía más trabajo.

Cyllan sintió un escalofrío de inquietud y dijo:

—¿Qué últimas noticias... ?

Gordach sonrió con orgullo.

—Las trajo el correo una hora antes de que saliésemos a patrullar, señora. La nuestra debe ser una de las pocas poblaciones, aparte de las capitales de provincia, que tiene conocimiento de ellas. —Hizo una pausa, para dar mayor énfasis a sus palabras, y murmuró confidencialmente—: Noticias de la Península de la Estrella.

Cyllan cerró los puños sobre las riendas y hundió las manos en la crin del animal para que Gordach no viese que estaba temblando. Tratando de mantener la voz tranquila, dijo:

—No he oído decir nada de eso.

—No; a decir verdad, ninguno de nosotros conoce todavía los detalles. El correo llegó agotado, y su mensaje no será hecho público hasta mañana. Pero creo —y Gordach sonrió de nuevo, claramente deseoso de impresionarla— que se trata de un peligroso asesino que ha escapado de la custodia del Círculo junto con su cómplice.

Conque había empezado la caza... Cyllan se pasó la lengua por los labios, que se habían secado súbitamente, y Gordach siguió hablando, satisfecho.

—Sabremos los detalles al amanecer, y espero que tendremos una descripción de los dos forajidos. He oído decir que la noticia fue traída por un ave mensajera desde la Tierra Alta del Oeste. Si esto es verdad, es un invento maravilloso, pues el mensaje habría tardado días, en vez de horas, en llegar a nuestro Margrave. —Cambió de posición sobre la silla, agarrando con fuerza la espada que reposaba en sus muslos—. Ojalá viniese a la provincia de Chaun el hombre al que buscan. ¡Nos ganaríamos una buena recompensa si fuésemos nosotros quienes le prendiésemos!

Cyllan no respondió, y el hombre que caminaba delante de su caballo volvió la cabeza, mirando por encima del hombro.

—Cállate de una vez, Gordach. La señora no está de humor para escuchar tu chachara. Disculpe, señora, pero, si no le avisara, seguiría charlando hasta que se le cayese la lengua de la boca.

Cyllan asintió con la cabeza, pero todavía no se atrevió a hablar. Gordach guardó silencio y, cuando ella levantó de nuevo la cabeza, vio que se estaban acercando a la villa. Las achaparradas siluetas de las casas se recortaban contra el cielo, y un halo de luz brotaba de la ventana de una de ellas, a pesar de lo avanzado de la hora. Al aproximarse más, un centinela invisible les dio el alto desde la oscuridad, y Lesk respondió bruscamente. Deteniendo el caballo de Cyllan, se adelantó solo, y ella oyó un breve intercambio de palabras con que éste explicaba su presencia; después volvió y tiró del caballo. Un hombre envuelto en una gruesa capa se llevó cortésmente un dedo a la frente cuando pasaron frente a él y entraron con los caballos en la población.

Aunque no era grande, en comparación con otras del interior, Wathryn era sin duda una villa próspera y de mucho movimiento. Acres de bosque habían sido talados al crecer lo que empezó siendo solamente una colonia forestal, y Wathryn podía jactarse ahora de tener varias mansiones de mercaderes, un juzgado donde se celebraban juicios y se dirigían los negocios locales, y una plaza de mercado pavimentada. Pero ahora estaba todo tranquilo, aunque Cyllan pudo oír el sonido de un saetín no lejos de ellos, donde un riachuelo había sido domeñado.

—Casi hemos llegado, señora —dijo Gordach, sin dejarse amilanar por el ceño de Lesk.

Los cascos de los caballos resonaron con fuerza al llegar a la plaza del mercado, y Cyllan pudo ver un edificio largo y bajo que daba a la plaza, con la fachada adornada por la pintura estilizada de un roble de gran tamaño. Una sola luz brillaba en una ventana de la planta baja, y Lesk se detuvo delante de la puerta y llamó con fuerza con el puño.

— ¡Sheniya Win Mar! Soy Lesk Barith. ¡Traigo una invitada que necesita de tu hospitalidad!

Un minuto más tarde se abrió la puerta y se asomó una mujer rolliza y de edad mediana, que abrió mucho los ojos al ver a Cyllan y a su escolta.

—Que Aeoris nos ampare, ¿qué significa esto a esta hora? ¿Has perdido el juicio, Lesk Barith?

Lesk le explicó brevemente lo ocurrido, mientras Cyllan permanecía sentada muda en su caballo, tratando de calmar el miedo creciente que amenazaba con sofocarla. La noticia de su fuga estaba ya circulando y habían puesto precio a su cabeza; por la mañana, la gente de la población podría comparar su cara y sus peculiares cabellos con la descripción de la perseguida asesina. Deseó desesperadamente emprender la fuga, hacer que su caballo diese media vuelta y alejarse al galope mientras estuviese a tiempo; pero tanto ella como el animal estaban agotados; la huida la delataría inmediatamente y no podía esperar librarse de una persecución. Al menos tenía unas pocas horas de plazo; era mejor aferrarse a su historia y esperar una oportunidad para marcharse sin ser advertida..., si es que se presentaba esa oportunidad.

Sheniya Win Mar escuchó lo esencial de la historia de Cyllan y su instinto natural pudo más que su enfado por haber sido molestada. Reprendió severamente a Lesk por hacer esperar a la dama con su charla y después salió al encuentro de la joven en cuanto los otros la hubieron ayudado a desmontar.

—Ven, señora, pronto entrarás en calor y estarás cómoda. ¡Cuánto debes de haber sufrido! No quiero pensar en ello; pero ahora estás a salvo. Ven, entra e iré a buscar para ti el mejor sillón...

Cyllan oyó el ruido de los cascos del caballo que Lesk se llevaba de allí. Resistió la tentación de mirar ansiosamente atrás por encima del hombro y, lanzando un profundo y nervioso suspiro, se dejó llevar por su huésped al interior de la casa.

CAPÍTULO 2