Yandros juntó las manos, cruzando los dedos, y los contempló.
—La Vida y la Muerte —dijo—. El Fuego y el Agua y el Aire y la Tierra y el Espacio. —Miró oblicuamente a Tarod—. Y el Tiempo. —Después volvió de nuevo la mirada a su adversario, una mirada llena de veneno—. Desafíanos, viejo amigo... ¡o vete al infierno!
Mientras tomaban forma los Señores del Caos, igualándose a sus colegas y enemigos, Aeoris había permanecido inmóvil, contemplando la roca veteada bajo sus pies. Pero al oír el reto de Yandros, levantó la cabeza y sus ojos brillaron con una fuerza capaz de destruir soles.
—Te compadezco —dijo reflexivamente—. Compadezco tu orgullo y tu arrogancia que te obligan a levantarte contra el poder legí timo del Orden. ¿No aceptarás ahora la supremacía de mi reino y me prestarás acatamiento? Si lo hicieses, podría mostrarme compasivo con esos pobres y desgraciados mortales que se dejaron engañar por tus falsas promesas.
Yandros se echó a reír, y su risa cayó como veneno, fundiendo la roca sobre la que se hallaba.
—El Orden no cambia, el Orden no puede cambiar. Hermanos míos, nuestro antiguo adversario se alza ante nosotros y quiere que entremos en razón. ¿Qué sabe el Caos de la razón?
Las carcajadas sacudieron el cráter; un gran pedazo de piedra se desprendió de lo alto del cono y se hizo añicos contra la espalda de Yandros. Este miró los trozos, y se desintegraron y convirtieron en polvo. Después sonrió a Tarod.
—Es la hora —dijo.
Cyllan no sabía si alguien más conservaba aún el conocimiento. Había observado la aparición de los seis Señores del Caos con un espanto que la preparó para las más fuertes impresiones; después de aquella experiencia, nada podía ya aterrorizarla. Pero oyó retumbar un trueno a lo lejos, heraldo de una tormenta que se acercaba a la isla y, después, un fino y agudo alarido que le heló la sangre.
Un Warp..., la manifestación del Caos... Sintió el amargor de la bilis en su garganta, y la reprimió. Por encima del lejano aullido del Warp, se elevaba otro sonido, chocando con la voz de la tormenta y contrarrestándola. Una sola nota, pura y penetrante, vibrando con una armonía increíble: los Señores del Orden hacían uso de todo su poder para responder al desafío del Caos. Sintió que la tierra se estremecía debajo de sus pies con el estallido de unas fuerzas a las que apenas podía contener. Y en medio de la bélica cacofonía, oyó una voz argentina, espantosa en su malignidad, que gritaba dominando aquel estruendo:
¡LES DESTRUIREMOS!
Su forma era una estrella y sus dimensiones abarcaban un universo. Gritando con la fuerza que brotaba del horno encendido en su interior, se volvió y giró en redondo, arrojando fuertes rayos carmesíes contra los afilados cometas de luz que surgían de la oscuridad para atacarle. A su lado, una estrella estalló en un furioso infierno; carmesí a través de amarillo, a través de blanco, a través de azul; tentáculos que se extendían en el vacío para atrapar a los blancos cometas -espadas que apuntaban a su corazón. Debajo de él, se abría un vacío negro que se tragaba los sonoros rayos mortales; un fuego iridiscente chocó contra la negrura y se retorció, gimiendo, sobre sí mismo.
Un nuevo sol cobró vida casi al alcance de su mano. Dorado, resplandeciente, Orden encarnado, devorando la oscuridad que le rodeaba. Gritó una orden, y creaciones negras y amorfas de pesadilla zigzaguearon y giraron, saliendo de ninguna parte, para atacar y devorar aquel oro brillante. El sol parpadeó, vaciló, hizo acopio de su menguante fuerza para lanzar un último grito de desafío.., y murió. Sonaron voces de triunfo, ahogadas por un puro rayo de energía; algo se acercó a su espalda, y se volvió, lanzó un rayo rojo contra su núcleo, destrozando, destruyendo. El Caos salió furiosamente del infinito para aniquilar los restos que seguían luchando de su enemigo quebrantado, y se echó a reír y su risa resonó en grandes paredes invisibles. Esta batalla era más antigua que la forma, más antigua que el tiempo; nunca se resolvió en victoria o en derrota, pero el gozo del conflicto primigenio era suficiente. Miró las caras contraídas en muecas de malicia o de triunfo o de dolor o las tres cosas a la vez; retumbaban sonidos más allá de los umbrales de lo soportable, manos que se cerraban y arañaban como garras, y todos los recuerdos, las experiencias, el conocimiento y la comprensión del más viejo de todos los conflictos, eran como sangre fresca en sus venas, nueva adrenalina, un poder que nunca podría ser aplastado, sino que viviría, por maltrecho y magullado que estuviese, para luchar una y otra vez.
Una luz dorada resplandeció ante él, pero ya no podía deslumbrarle, y las risas que saludaban cada victoria se mezclaban en una interminable y estridente cacofonía. Sintió otras presencias que tocaban y se fundían con su ser, y percibió la proximidad del más grande de sus hermanos y la satisfacción que ardía en el corazón de aquel ser.
Se están retirando... , han sido derrotados... Hemos triunfado, hermano mío del Caos, ¡hemos triunfado!
Oyó el grito gemebundo de la amarga derrota, sintió el escozor de la vergüenza de los antiguos adversarios al retirarse, con su luz brillando ahora triste, pobre imitación de su vieja gloria. Se reunió con los señores sus hermanos para formar la implacable oscuridad que les empujaba atrás, quebrantado y roto su dominio, comprimidos y auna dos dentro de un anillo pulsátil de poder que ya no tenían fuerza para romper. El cielo se oscureció, pasando por el púrpura hasta el negro...
Era el fin...
Unas imágenes pasaron como sueños medio olvidados por su conciencia, y al principio no pudo asimilarlas ni comprender su significación. Roca desnuda; formas retorcidas que se encogían y lloraban y rezaban; un altar hecho pedazos... Una risa resonó en su mente al disponerse sus hermanos a descargar el golpe final...
Su voz vibró a través de las dimensiones, rompiendo el lazo entre los siete Señores del Caos, y sintió su sobresalto al proyectar toda su fuerza de voluntad contra su intento. Las dos moles chocaron y una sacudida titánica le lanzó, con la fuerza de un martillazo, devolviéndolo al mundo de los mortales que había dejado atrás. Sintió súbitas y violentas contracciones de la carne, de la sangre y de los huesos, al tomar nuevamente forma mortal su conciencia; sintió que su cuerpo se torcía y retorcía, que volaban rocas debajo de él, que paredes enormes se derrumbaban y caían del cielo. Arriba y a su alrededor, oyó el aullido insensato del Warp, y este sonido se hinchó y se extendió en su mente, hasta que otras voces, millones de voces, pero esta vez humanas, se unieron a la cacofonía. Era como si su ser abarcase todo el mundo. Rugían mares en sus materias, y el bramido de oleadas monstruosas, elevado a frenesí por las fuerzas combatientes del Caos y del Orden, eran los latidos de su propio pulso. Montañas se sacudieron y partieron en sus huesos, abriendo grietas de una milla de anchura, que se extendían en la tierra y engullían cuanto encontraban a su paso; vio pueblos aplastados y borrados de la faz del mundo por macizas paredes móviles de rocas. Vendavales que eran su aliento soplaban fuera de control, arrasando bosques, destruyendo cosechas, dejando sólo devastación detrás de sí. Y sobre todo aquel estruendo, llegaba todavía una masa de voces humanas, un gemido incesante que se clavaba en él y le desgarraba y atormentaba con su terror y su dolor; era un grito de auxilio desesperado.
Hombre, demonio y dios se encontraron y fundieron en la mente de Tarod, y cayó de rodillas sobre el suelo del cráter, mientras la fuerza liberada amenazaba con arrastrarle. Tenía que detener aquello; tenía que dominarlo, hacerlo volver atrás, o destruiría el mundo...
Hizo acopio de voluntad y sintió que las fuerzas desencadenadas se rebelaban contra él. Firmemente, aunque sabía que estaba en el límite de su resistencia, ordenó al mar embravecido, a la tierra que se agitaba y a la tormenta que rugía, que se calmasen; tomando sobre él toda su furia, rechazándola, tirando de ella , sujetándola, aplacándola...