Silenciosamente, formó un nombre en su mente. El viento adquirió fuerza de vendaval; encima de ellos, en el cielo, la estrella de siete puntas se apagó como si pasara una nube por delante de ella. Entonces se oyó un sonido parecido al de una puerta al cerrarse suavemente y Yandros se plantó al lado de Tarod. Sus ojos de múltiples colores estaban más tranquilos que de costumbre.
—Hermano. —Yandros apoyó una mano en el hombro de Tarod—. El mundo está ahora en calma, y el Orden ha sido vencido, aunque todavía no destruido del todo.
Tarod le sonrió, cansada pero afectuosamente.
—Y de nuevo estoy en deuda contigo, Yandros. Si no me hubieses prestado tu fuerza cuando te llamé, no habría podido detener yo solo aquel alud.
Yandros hizo un ademán de indiferencia.
—¿Por qué no habíamos de responder? No estamos en guerra con la humanidad y, ciertamente, no queremos la destrucción de este mundo. Y este mundo está ahora bajo nuestra autoridad. Nuestros únicos enemigos son Aeoris y su estúpida camada, y los mortales que han colaborado activamente con ellos contra nosotros. —Su mirada se fijó en Keridil y la boca perfecta y maliciosa se torció en una sonrisa que hizo que el Sumo Iniciado se echase atrás—. Creo que te gustará ver que ellos tardan mucho en morir.
Tarod miró fríamente a Keridil y dijo.
—No.
—¿No? —dijo Yandros, repitiendo la palabra—. Hermano mío, no te comprendo. La batalla ha terminado, y hemos vencido. El Orden puede ser aplastado por nuestros pies y no nos molestará de nuevo. Lo único que nos falta es destruir a sus siervos, ¡empezando por las alimañas como ésa! —y señaló a Keridil.
Tarod vaciló y, después, sacudió la cabeza.
—No —dijo de nuevo y sonrió tristemente a su hermano del Caos.
Las barreras que le habían separado de Yandros durante tanto tiempo habían sido derribadas; ya no podía haber malentendidos entre ellos.
—Cometí un gran error, Yandros —dijo—. Volví la cara a los míos, a mi propia naturaleza, y caí en la trampa de creer en la justicia última del Orden.
Yandros torció los labios, pero antes de que pudiese hacer un comentario, Tarod prosiguió:
—Sé lo que piensas; me avisaste antes de que me encarnase en este mundo, y desde entonces has tratado de advertirme. Me vería contaminado por aquellos entre los que tendría que moverme, y la pureza del Caos se diluiría en el catecismo del Orden. —Frunció los párpados—. Tenías razón... y sin embargo estabas equivocado.
—¿Qué quieres decirme?
Yandros cambió un poco de posición; el tono de su voz había parecido reflexivamente divertido, y la roca de debajo de sus pies cambió de forma con inquietante brusquedad.
—Sí. Yo estaba contaminado, y sin embargo aprendí lecciones que, sin los grilletes de la humanidad, no había comprendido ja más. —Los ojos de Tarod se nublaron un momento—. Hice que tuviésemos quizá la mayor ventaja que jamás poseímos sobre Aeoris y los suyos, Yandros. La ventaja de comprender, por experiencia, las esperanzas y los temores, y los ideales que afligen a los que no están imbuidos de nuestra inmortalidad.
Yandros miró reflexivamente a Keridil, que le estaba observando con incertidumbre. Se pasó la lengua por los labios.
—Me intrigas. Cuando tratamos de infiltrarnos en la fortaleza de Aeoris, no me imaginé que el experimento pudiese traer estas complicaciones.
—Yo tampoco. Pero tal vez no es posible, incluso para seres como nosotros, disfrazarnos de mortales y tomar forma y vida mortales, sin espigar algo de sus pensamientos y emociones.
—¿Emociones? —dijo Yandros, arqueando las cejas.
Tarod miró el cuerpo de Cyllan y sintió que algo se encogía en su interior.
—Emociones, sí. Aunque no son exclusivas de la humanidad.
El Señor del Caos asintió con una inclinación de cabeza.
—Nos sirvió bien; te fue fiel. Es una lástima. .. —Pareció arrebujarse en el brillo que le envolvía y dio un rodeo al cadáver para enfrentarse directamente a Keridil—. Y tú... Volvemos a encontrarnos, Sumo Iniciado del Círculo, y en mejores circunstancias.., al menos para nosotros. ¿Qué tienes que decir, ahora que tus dioses han sido derrotados?
Keridil no flaqueó. Una vez sintió miedo de Yandros, y sabía que hacerle frente ahora era una locura; pero no pareció importarle. Se había perdido tanto, habían cambiado tantas cosas... Si lo único que le quedaba era su integridad, era lo menos que podía conservar.
—Serví al Orden durante toda mi vida, Yandros del Caos — dijo—. Y por muchos que sean mis defectos, no soy hipócrita. Y no cambiaré de señor para salvar la cabeza; ni para salvar mi alma, dicho sea de pasada. Te confesaré, y tampoco me importa si me condeno por ello, que lo que pretendía hacer Aeoris repugnaba a mi conciencia y que... —añadió, después de vacilar un momento— no lamento del todo lo que hizo Tarod. Pero eso no quiere decir que esté dispuesto a renegar de todo aquello en lo que he creído y a adorar al Caos, simplemente porque el Caos ha triunfado. —Miró a Tarod—. Quisiera pensar que lo comprendes.
—Así es como debe ser —respondió suavemente Tarod, haciendo que Yandros le mirase sorprendido. Tenía entre cerrados los ojos verdes, pero sonrió al volverse a su herma no—. Keridil Toln fue el primer amigo verdadero que tuve en este mundo. Me traicionó, pero me traicionó por lo que creía que era un principio noble. Creo que desde entonces ha aprendido mucho. Sobre todo, aprendió el significado del equilibrio, y si nosotros lo destruimos, echaremos a perder algo que podría ser inestimable.
—¿El equilibrio? —preguntó amablemente Yandros.
—Sí. Tal vez recuerdes que tú mismo lo dijiste. ¿De qué sirve el Orden sin el Caos que desafíe a su gobierno? Y a la inversa, ¿qué nos espera si nada se opone a nuestros caminos? —Miró al cielo vacío. Se habían puesto las dos lunas y la estrella de siete puntas ya no brillaba en lo alto. Sólo había oscuridad—. ¿Nos quedaremos estancados, como se estancaron Aeoris y sus hermanos, tan seguros en nuestro reinado que nos convertiremos en anacronismos como él? El mundo enfermó bajo su régimen y a punto estuvo de morir. No quisiera que nosotros cometiésemos el mismo error.
Yandros le estaba observando, y la expresión de sus ojos profundos y de color siempre cambiante pasó por toda una gama de reacciones. Regocijo, irritación, reflexión, respeto, afecto; era imposible juzgar los pensamientos que había detrás de aquella mirada inhumana.
Tarod dijo:
—Tal vez Aeoris pidiese ojo por ojo, pero nosotros somos mejores que él. Por eso digo que Keridil tiene que vivir, con independencia de donde haya puesto su lealtad.
Yandros reflexionó durante unos momentos.
—Si puede aprender, tal vez merece que se le dé oportunidad de aprovechar sus errores pasados. Has hablado de equilibrio, Tarod, y creo que tienes razón. El Orden y el Caos son viejos enemigos, pero los viejos enemigos son también viejos amigos. Hay que enseñar a Aeoris que no tiene nada que ganar con inclinar demasiado la balanza a su favor. El conflicto que existe entre nosotros nunca podrá resolverse; hay que mantener el equilibrio, pues todo lo que crece y prospera debe, por naturaleza, contener su oposición intrínseca. —Sonrió sarcásticamente—. La oposición impedirá que nos volvamos demasiado engreídos. Está bien.
—Miró al Sumo Iniciado, con un nuevo interés —. Keridil Toln podrá vivir.