—¿Qué está haciendo? —preguntó Hilfy, que no podía verlo dada su posición.
—Es un sistema de escritura, probablemente algún tipo de notación por cifras. No se trata de un animal, sobrina.
Al oír el intercambio de palabras el intruso alzó los ojos… y se levantó con una brusquedad que resultó excesiva después de su pérdida de sangre, Sus ojos se vidriaron y con una expresión desesperada el intruso se derrumbó sobre el charco de sangre y los signos que había trazado, resbalando sobre ellos cada vez que intentaba levantarse de nuevo.
—Llama a la tripulación —dijo Pyanfar con voz calmada, y esta vez Hilfy se apresuró a obedecerla. Pyanfar se quedó donde estaba, pistola en mano, hasta que Hilfy hubo desaparecido por el corredor y luego, asegurándose bien de que nadie la veía faltar de tal modo a su dignidad, se inclinó sobre el intruso dejando descansar el arma, aún agarrada con las dos manos, entre sus rodillas. El intruso seguía debatiéndose y finalmente logró apoyar su espalda ensangrentada en la pared, apretándose con el codo la herida del flanco de la que brotaba mayor cantidad de sangre. Aunque algo extraviados, sus ojos, de un azul claro, no parecían haber perdido el sentido de lo real y la observaban, cautelosos, con lo que en su situación parecía un cinismo irracional.
—¿Hablas kif? —le preguntó de nuevo Pyanfar. Un fugaz centelleo en sus ojos, lo cual podía significar cualquier cosa, pero ni una palabra. Su cuerpo empezó a temblar violentamente con los primeros efectos de un shock por hemorragia. Su piel carente de vello se estaba cubriendo de sudor, Pero el intruso no apartaba los ojos de ella.
Ruido de pasos en los corredores. Pyanfar se incorporó rápidamente, no deseando que nadie le viera en tal posición junto al intruso. Hilfy apareció por un pasillo a toda velocidad y en dirección opuesta, al mismo tiempo, llegó la tripulación. Pyanfar se apartó unos pasos al verlas y el intruso intentó moverse sin demasiado éxito. Varias manos se apoderaron de él rápidamente y lo arrastraron sobre el charco de sangre. Lanzó un grito, intentando luchar, pero no tardaron en darle la vuelta y aturdirle de un golpe.
—¡Con suavidad! —gritó Pyanfar, pero ya no era necesario, Le ataron los brazos a la espalda con un cinturón y luego otro le rodeó los tobillos, apartándose luego de él con el pelaje tan ensangrentado como el cuerpo del intruso, que seguía removiéndose lentamente—. No le hagáis más daño —dijo Pyanfar—. Lo quiero limpio, naturalmente. Dadle agua y comida y curadle, pero que esté bien encerrado. Id preparando alguna explicación de cómo logró darse de bruces conmigo en la rampa y si alguien habla de esto fuera de la nave, aunque sólo sea una palabra, me encargaré de venderla a los kif.
—Capitana… —murmuraron, agachando las orejas en deferencia. Eran sus primas en segundo y tercer grado: dos parejas de hermanas, una grande y una pequeña, y las cuatro estaban igualmente apenadas.
—¡Fuera! —les dijo. Cogieron al intruso por el cinturón que le ataba los brazos y se dispusieron a llevárselo a rastras—. ¡Con cuidado! —siseó Pyanfar, y su transporte fue algo menos brusco—. Y tú… —le dijo después Pyanfar a Hilfy, la hija de su hermana, mientras que ésta agachaba las orejas y apartaba el rostro de corta melena en el que ya empezaba a despuntar la barba de una adolescente, con cierta expresión de mártir—. Si desobedeces otra orden mía te enviaré de vuelta a casa con la melena afeitada. ¿Me has entendido?
Hilfy le hizo una reverencia con el debido aire de contrición.
—Tía —le dijo, irguiendo de nuevo el cuerpo y logrando que el gesto fuera a la vez grácil y reposado en tanto que sus ojos se clavaban en los de ella con ofendida adoración.
—Bah… —dijo Pyanfar, Hilfy le hizo una segunda reverencia y se marchó caminando lo más silenciosamente posible. Sus pantalones azules eran iguales a los del resto de tripulantes pero su paso, orgulloso y grácil, era típico de Chanur y no resultaba todo lo ridículo que habría podido esperarse en una joven de su edad. Pyanfar resopló mientras se alisaba los sedosos rizos de la barba y luego sus ojos, más pensativos, se posaron en la mancha de sangre que el Extraño había dejado al caer, borrando así todo lo que había escrito a los ojos de la tripulación.
Vaya, vaya, vaya…
Pyanfar dejó para más tarde su viaje a las oficinas de la estación y volvió al centro de operaciones de la cubierta inferior. Una vez allí tomó asiento ante el tablero del ordenador, rodeada por la miríada de luces que indicaban el estado de la mercancía y las operaciones rutinarias de carga y mantenimiento que la Orgullo desempeñaba automática mente. Primero examinó los mensajes que estaban llegando y al no encontrar nada en ellos buscó en el registro que la, Orgullo mantenía con todos los mensajes recibidos desde el atraque, junto con todos los que habían pasado por el sistema de comunicaciones de la estación para otros destinatarios. En primer lugar examinó todo lo enviado o recibido por los kif y una rápida sucesión de líneas destelló en el monitor, con una trascripción de todo el parloteo implicado en las operaciones normales… en cantidades ingentes. Luego buscó algún aviso sobre un animal perdido y después el anuncio de que se hubiera escapado alguno.
¿Mahendo’sat?, preguntó luego, limitándose siempre a los registros que la nave mantenía con todos los mensajes recibidos, en los que entraba la amplia gama que fluye a cada momento en una estación atareada, y sin mandar nunca una pregunta directa al sistema de ordenadores de la estación. Recicló el último registro y lo hizo pasar a cegadora velocidad por el monitor, buscando alguna palabra clave sobre huidas o avisos de que hubiera algún extraño no identificado en Punto de Encuentro.
Bien… Así que todos mantenían la boca cerrada sobre el asunto.
Los propietarios no querían todavía reconocer públicamente la pérdida de su artículo y una Chanur no era tan imbécil como para anunciar públicamente que lo había encontrado, como tampoco para confiar en que los kif, o quienes lo hubieran perdido, fueran quienes fueren, no estuvieran en ese mismo instante revolviendo la estación de arriba abajo en una discreta búsqueda.
Pyanfar desconectó la máquina y movió las orejas, haciendo tintinear así los anillos de su lóbulo izquierdo, un ruido que siempre lograba relajarla. Se puso en pie y empezó a recorrer el centro de un extremo a otro, con las manos metidas en el cinturón y pensando en las alternativas y las ganancias posibles. Funesto sería el día, ciertamente, en que una Chanur acudiera a los kif para entregarles algo que había adquirido. Quizá pudiera reclamarlo justificando su acción mediante las responsabilidades legales que acarreaba la entrada sin autorización en una nave hani: riesgo público, eso sonaría bien. Pero no tenía ningún testigo de tal entrada que no perteneciera a la nave y los kif, que estaba casi segura eran los responsables de todo, no cederían sin plantear un litigio… lo cual significaba acudir a los tribunales y una prolongada proximidad con los kif, unos seres de piel grisácea y cubierta de pliegues que ella encontraba aborrecibles al igual que le resultaba insoportable su expresión acostumbrada de pena dolorida y las interminables jeremiadas sobre miserias e injusticias cometidas con ellos… no, insoportable. Una Chanur metida en la sala de un tribunal con una multitud de kif chillando a plena potencia… y quizá todo llegara a tales extremos si acudía un kif reclamando al intruso. El asunto resultaba indigerible en todas sus implicaciones.
Fuera lo que fuera y viniera de donde viniera, estaba claro que el intruso poseía una educación y eso a su vez sugería otras cosas, tales como imaginar la razón de que los kif no desearan darle ninguna publicidad a su búsqueda dado lo preocupados que estaban al haber perdido una de sus propiedades.