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Y destruir ese espíritu o poner en peligro su vida a causa de ese Extraño harapiento no valía la pena. Pyanfar pensó que quizá debiera tragarse su orgullo y entregar al intruso, como si fuera un desperdicio, en la nave kif más próxima. Lo estuvo pensando seriamente, dado que escoger la nave equivocada podía acabar proporcionando una diversión de lo más animada. Los kif se subirían por las paredes y en la estación reinaría el caos. Pero entregar al intruso seguía resultándole, en el fondo, de lo más desagradable.

¡Dioses! De ese modo se proponía enseñarle a la joven Hilfy cómo manejar las dificultades, ¡ése era el ejemplo que le daba…! entregar lo que tenía porque creía peligroso conservarlo en su poder.

Estaba ablandándose. Se golpeó nuevamente el estómago y decidió que cuando acabara el viaje no habría permiso y menos aún romance y otra carnada nacida en Mahn para complicar las cosas. No habría retirada. Aspiró una honda bocanada de aire y sonrió, no de muy buena gana. La vejez se aproximaba y los jóvenes se hacían también viejos pero no lo suficiente, de eso cuidaban los dioses. Durante este viaje la joven Hilfy Chanur aprendería a justificar ese contoneo insolente con que recorría los pasillos de la nave… sí, realmente lo aprendería.

Imposible dejar la nave con tantas cosas por hacer. Pyanfar fue a la pequeña galería central ascendiendo por la curvatura de estribor y el puente, deteniéndose para tomar una taza de café del proveedor automático y sentándose en el mostrador que había junto al horno para saborearlo sin prisas, concediéndole a su tripulación el tiempo suficiente para vérselas con el Extraño. Una vez pasado ese tiempo les concedió aún algo más y finalmente arrojó la taza vacía en el esterilizador, se puso en pie y bajó nuevamente a cubierta, donde los corredores olían fuertemente a desinfectante. Allí encontró a Tirun, apoyada en la pared junto al lavabo de la cubierta inferior.

—¿Y bien? —le preguntó Pyanfar.

—Le hemos metido aquí, capitana. Es más fácil de limpiar, si le parece bien… Haral se fue. Chur, Geran y ker Hilfy están fuera encargándose de la mercancía. Pensé que alguna debería quedarse aquí junto a la puerta para asegurarse de que el intruso se encuentra bien.

Pyanfar puso la mano en el cerrojo y se detuvo para mirar a Tirun: la hermana de Haral, tan ancha y sólida como ella, con las bien ganadas cicatrices de la juventud y el oro de los viajes saldados con éxito brillando en su oreja izquierda. Las dos juntas serían capaces de manejar al Extraño fuera cual fuera su estado, pensó.

—¿Ha dado señales de salir de la conmoción?

—De momento está quieto: respiración agitada y no fija demasiado bien la vista… pero se da cuenta de lo que sucede a su alrededor. En los primeros momentos nos asustamos pensando en una reacción alérgica al medicamento, pero luego se fue calmando al ver que el dolor cesaba. Cuando lo llevábamos tuvimos mucho cuidado e intentamos hacerle entender que no deseábamos causarte daño. Quizá lo haya entendido. Lo metimos aquí, se quedó quieto y no hizo nada más… se movía cuando se lo indicábamos pero su pasividad no era resistencia, sino más bien como si hubiera dejado de pensar o de hacer lo que debía. Yo diría que está… desgastado o muy cansado, no sé.

—Ya —Pyanfar corrió el cerrojo. El oscuro interior del lavabo olía también a desinfectante, el más fuerte del que disponían a bordo. Las luces estaban muy bajas y la atmósfera, casi asfixiante, contenía un extraño olor enmascarado por la omnipresente pestilencia del desinfectante. En el primer vistazo no distinguió al intruso y sus ojos recorrieron ansiosamente la estancia para acabar localizándolo en un rincón, un confuso montón de mantas junto a la ducha… dormido o despierto, eso no podía decirlo, con la cabeza escondida bajo los brazos. Un gran recipiente de agua y un plato de plástico con algunos restos de carne y migajas se encontraban junto a él, sobre las baldosas del suelo. Bien, oirá vez. Después de todo, era carnívoro y no tan delicado si aún le quedaba apetito para comer algo, lo que parecía reducir su pretendida conmoción a un mero disimulo—. ¿Está atado?

—Tiene cadena suficiente como para ponerse en pie… si es que sabe hacerlo.

Pyanfar salió del lavabo y cerró nuevamente la puerta.

—Es muy probable que sepa hacerlo. Tirun, o es un ser inteligente o yo estoy ciega. No des por sentado que no sea capaz de operar los controles de la puerta. Nadie debe entrar ahí sin ir acompañada y no quiero que nadie lleve armas cerca de él. Transmite la orden a las demás personalmente. También a Hilfy. Especialmente a Hilfy.

—Sí, capitana. —El ancho rostro de Tirun parecía totalmente inocente y sin la menor opinión propia. Sólo los dioses sabían lo que podían hacer con el intruso si lo conservaban a bordo, pero Tirun no hizo ninguna pregunta al respecto. Pyanfar se marchó, meditando en la escena que había presenciado tras la puerta del lavabo, el engañoso montón de mantas, el alimento consumido aparentemente con tan saludable apetito, la conmoción fingida… No, el intruso que por dos veces había puesto a prueba la seguridad de la nave y había logrado entrar en ella a la tercera vez, no era ningún estúpido. ¿Por qué la Orgullo?, se preguntó, ¿por qué su nave entre todas las del muelle? ¿Porque eran los últimos en la sección, antes de que el gran mamparo de la esclusa exterior pudiera obligar al intruso a salir al descubierto, y de ese modo resultaban ser su única oportunidad a mano? ¿O había acaso alguna otra razón?

Recorrió el pasillo hasta la compuerta y luego tomó por la rampa, a lo largo de cuya curvatura soplaba el aire frío de los muelles de carga. Al salir miró a la izquierda y vio a Hilfy, cargando recipientes con Chur y Geran, haciendo rodar los grandes cilindros fuera de la plataforma del vehículo de la estación hasta la cinta transportadora que llevaría las mercancías a las bodegas de la Orgullo. Esas mercancías por las que cobraban, las que iban a Urtur, Kura y Touin, algunas incluso hasta Anuurn: mercancías stsho, artículos de lujo, telas, medicinas… nada fuera de lo corriente. Hilfy se detuvo un instante al verla, jadeando a causa del esfuerzo y pareciendo ya al borde del desmayo, pero irguiendo el cuerpo con las manos a los costados y las orejas gachas, el vientre agitándose con su respiración laboriosa. Mover los recipientes era un trabajo duro, especialmente para quien no estuviera acostumbrada a ello y careciera de la habilidad que, por ejemplo, tenían Chur y Geran. Ellas dos, de baja estatura y cuerpo nervudo, seguían trabajando sin parar, conociendo exactamente cuáles eran los puntos de equilibrio del recipiente. Pyanfar fingió no ver a su sobrina y se alejó a grandes zancadas, con aire despreocupado y sonriendo interiormente. Hilfy debía estar muy indignada al ver que no se le dejaba ir al mercado de la estación y que le era imposible vagar sin escolta por la Estación Punto de Encuentro, a la cual acudía por primera vez, un lugar al que llegaban especies nunca vistas en su mundo natal… También en Urtur y Kura se había perdido espectáculos similares, ya fuera por estar trabajando en la nave o porque no se le había permitido alejarse del punto de atraque. La chiquilla estaba demasiado llena de entusiasmo pero al menos ese día había conseguido echarle una mirada a los famosos muelles de Punto de Encuentro, algo que había pedido más de una vez, aunque no hubiera podido permitirse la excursión turística planeada por su joven imaginación.