La próxima vez, pensó Pyanfar… quizás entonces su sobrina habría aprendido lo suficiente como para dejarla vagar sin escolta, cuando ese salvaje entusiasmo se hubiera embotado un poco y hubiera sacado del incidente actual la lección de que el muelle era un lugar peligroso y que incluso en el puerto más amistoso un poco de cautela nunca estaba de más.
En cuanto a ella, Pyanfar escogió la ruta más directa, aunque vigilando siempre lo que la rodeaba.
2
Normalmente visitar a los oficiales de la Estación Punto de Encuentro era algo descansado y agradable. Los stsho se encargaban de las oficinas y departamentos de esta parte de la estación, dedicada al atraque de las especies que respiraban oxígeno, y resultaban tan plácidos como amables. Metódicos hasta la exasperación, los stsho podían acabar siendo insoportables cuando se dedicaban a descifrar los sutiles significados ocultos en los tatuajes y adornos color pastel que cubrían en series interminables sus flancos nacarados. Eran otra especie sin vello: delgados como palos y con tres sexos, hallarles alguna semejanza con los hani requería un salvaje esfuerzo imaginativo, si es que el tener los ojos, la nariz y la boca en el orden biológicamente adecuado podían calificarse de similitud, Incluso entre ellos sus formas de comportamiento resultaban extrañas, pero los stsho habían aprendido cómo adaptar su metódico proceder y su amor por las ceremonias a los gustos hani, que consistían en un sillón confortable, una taza de té con hierbas siempre a punto y un plato de golosinas exóticas, aparte de una actitud individual todo lo relajada posible en cuanto a impresos y estadísticas, con lo que tales visitas acababan pareciendo meras charlas sociales.
Este stsho no le resultaba familiar. Los stsho cambiaban a los funcionarios con un entusiasmo aún mayor del que aplicaban a los cambios en la decoración. Pyanfar supuso que o un individuo distinto se encargaba ahora de controlar la Estación Punto de Encuentro o que un stsho al que ya conocía había entrado en una nueva fase. ¿Algo ha cambiado?, se preguntó Pyanfar, sintiendo que en su interior se agitaba un instinto diminuto y algo nervioso… ¿algo ha cambiado? ¿Extraños sueltos y luchas por el poder entre los stsho? Todos los cambios resultaban sospechosos si había un nuevo factor en liza. Si el actual encargado de la estación era el mismo de antes, había cambiado todo el complejo entramado de plumas y adornos de plata: ahora eran de color lima y azul, no verde menta y azul. Si tal era el caso, resultaba extremadamente descortés el demostrar que se había reconocido al individuo remodelado, aunque tal fuera la sospecha de una hani.
El stsho le ofreció golosinas y té con una reverencia y los miembros como palillos del gtst (él, ella o lo, ya que, hablando en puridad, ninguno de los tres géneros sexuales clásicos podían aplicarse a un stsho) le instalaron en su asiento, un hueco acolchado abierto en el suelo de la oficina, la mesa, imprescindible, se alzó sobre un pedestal ante gtst, Pyanfar ocupó el otro hueco, apoyándose en un codo para alcanzar el pez ahumado que el sirviente del stsho, de un rango social inferior, había colocado a su izquierda sobre una mesa similar. El sirviente, que carecía de adornos y por lo tanto no era nadie, se quedó apoyado en la pared, con los brazos rodeando sus huesudos tobillos y las rodillas más arriba que la cabeza, esperando el momento de ser útil.
También el funcionario stsho probó el pescado ahumado y se sirvió té, gráciles muestras de la elegancia y hospitalidad stsho. Sus cejas, cubiertas de plumas y de grosor aumentado gracias a la cirugía, se movían delicadamente sobre ojos que parecían piedras lunares cada vez que gtst alzaba la cabeza: trazos blancos que se desvanecían en sombras violetas y azules; líneas azules que cubrían el cráneo en forma de cúpula y cambiaban suavemente de color hasta volverse casi blancas en la coronilla desprovista de pelo. Naturalmente, cualquier stsho habría podido leer con absoluta precisión esos trazos, descifrando en ellos la estación vital, el humor elegido para esa fase de su existencia, los gustos y modas y, a partir de ahí, el grado de complacencia que podía esperarse de gtst, A quienes no eran stsho se les perdonaban sus errores y cualquier stsho en fase de retiro era altamente improbable que ocupara un cargo público.
Pyanfar intentó sacar a colación el tema del Extraño, con gran delicadeza:
—¿Han estado tranquilas las cosas últimamente por aquí?
—Oh, naturalmente —fue la respuesta, acompañada de una radiante sonrisa de su fina boca y sus estrechos ojos. Una costumbre de carnívoro, aunque la raza stsho no era nada agresiva—. Naturalmente.
—En mi planeta también —dijo Pyanfar, sorbiendo su té y notando en sus fosas nasales el delicioso aroma de las especias—. De hierbas; pero, ¿qué hierbas?
La sonrisa se hizo un poco más amplia.
—Ah… importadas de mi mundo. Las hemos estado introduciendo en nuestras oficinas de aquí. Sin impuestos: nuevas técnicas de cultivo hacen que sea posible exportarlas. Pero sólo la primera vez, claro, el primer cargamento que ofrecemos… Son muy escasas, una auténtica muestra de los sabores de mi lejano mundo.
—¿Precio?
Discutieron el precio, que resultaba escandaloso, pero que fue rebajado, tal y como era predecible, al ofrecer Pyanfar la tentación de ciertas golosinas hani que prometió hacer transportar del muelle a las oficinas. Pyanfar salió de la entrevista con el ánimo bastante alegre: el regateo y la compraventa le resultaban tan imprescindibles como respirar.
Cogió el ascensor que llevaba a los muelles sin pasar por los varios corredores laterales que también habrían podido conducirla hasta allí con un recorrido más largo. Luego hizo a pie el largo camino que llevaba hasta el muelle de la Orgullo, vagabundeando sin rumbo fijo y sin ninguna prisa por la gran extensión de muelles que iba desplegando ante ella oficinas y edificios comerciales a un lado y, al otro, las inmensas grúas móviles, torres que apuntaban con sus cimas hacia el lejano eje de Punto de Encuentro, de tal modo que la más lejana parecía imposiblemente inclinada sobre la curvatura del horizonte. Tableros indicadores situados espaciadamente informaban de las llegadas y salidas de los navíos, y también mencionaban su puerto de origen y la mercancía que transportaban. Pyanfar los fue leyendo distraídamente.
Un vehículo pasó junto a ella como un rayo: era de forma globular y esquivaba los recipientes, la gente que iba a píe y las cintas transportadoras con tal velocidad que no podía tratarse de un vehículo automático. El hecho de que no tuviera ninguna abertura indicaba que muy probablemente llevaba a un ser que respiraba metano, quizás algún funcionario procedente del otro lado de la línea fronteriza que separaba las dos realidades incompatibles de Punto de Encuentro. Los tc’a controlaban ese lado de la estación: eran seres parecidos a reptiles con la piel dura y de color dora do, que resultaban más bien incomprensibles a las demás especies a causa de sus cerebros multisegmentados. Comerciaban con los knnn y con los chi, manteniéndose generalmente alejados de las demás razas y teniendo muy poca relación con los hani e incluso con los stsho, con los cuales compartían el control de Punto de Encuentro, construido por las dos razas. Los tc’a nada tenían en común con este lado de la frontera, ni tan siquiera las ambiciones; y los knnn y los chi resultaban aún más extraños y participaban aún en menor medida de las relaciones entre los mundos y territorios del Pacto. Pyanfar se quedó observando el vehículo que se alejaba hacia el horizonte de los muelles de Punto de Encuentro y muy pronto la esclusa de la sección lo ocultó al franquearla el vehículo con un presuroso zig zag que indicaba la presencia ante los controles de una mente tc’a. Los tc’a no suponían ningún problema en cuanto a su asunto… era imposible que estuvieran relacionados con el Extraño, dado que sus cerebros eran tan disparatados como sus aparatos respiratorios. Pyanfar se detuvo un instante contemplando el tablero más próximo y buscando entre los improbables e intraducibles nombres de los respiradores de metano alguno que le resultara familiar, en caso de que hubiera problemas y como aliados posibles para una crisis. No podía andarse con remilgos a la hora de escoger aliados en este punto concreto del trayecto de la Orgullo.