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Había otra nave hani en el muelle, la Viajera de Handur, y ella conocía remotamente algunos miembros de la familia Handur. Procedían del otro hemisferio de Anuurn y no eran ni rivales ni aliados íntimos, dado que no compartían ninguna zona común de la superficie de Anuurn. Había muchas naves stsho, lo cual era de esperar tan cerca del espació stsho y también muchas de los mahendo’sat, cuyo territorio acababa de cruzar la Orgullo.

Y pasando a los posibles problemas, había cuatro kif, una de las cuales conocía: la Kut, capitaneada por un tal Ikkkukkt, un rufián ya algo viejo cuyo estilo habitual consistía en permitir que los recipientes de otra nave aparecieran misteriosamente en su muelle de carga desdeñando luego las protestas de aquellos desorientados propietarios que pudieran quejarse. Por sí solo no representaba un problema demasiado grande, pero los kif en grupo ya eran algo muy distinto, y no conocía a los otros.

—Hola —dijo al pasar junto a un muelle de carga mahendo’sat en el que se hallaba la Mahijiru y un grupo de criaturas cubiertas de oscuro pelaje que maldecían y se rascaban la cabeza ante la dificultad surgida con una conexión cuyas piezas revueltas yacían desordenadamente entre la multitud de recipientes a cargar—. ¿Ha ido bien el viaje, mahe?

—Ah, capitana. —La figura que ocupaba el centro del grupo se apartó de él acercándose a Pyanfar, imitada luego por algunas otras que se abrieron paso cuidadosamente entre las piezas de la conexión. Cualquier hani bien vestida resultaba una capitana para los mahendo’sat, los cuales preferían equivocarse por exceso de cumplidos que no por defecto. Pero éste, a juzgar por sus dientes dorados, era probablemente el capitán del carguero—, ¿Comerciando?

—¿El qué?

—¿Qué tiene?

—Bueno, mahe… ¿qué necesita?

El mahendo’sat sonrió, exhibiendo una deslumbrante hilera de dientes afilados. Naturalmente, nadie empezaba a comerciar admitiendo que en realidad necesitaba algo.

—Necesito unos cuantos kif menos en la estación —añadió Pyanfar respondiendo a su propia pregunta, y los mahendo’sat lanzaron sus risas que parecían silbidos, agitando la cabeza en señal de aprobación.

—Cierto, cierto —dijo Dientes-de-oro, con un aire a medio camino entre el buen humor y la ofensa, como si tuviera alguna historia muy personal que narrar—. Ah, buena y honesta capitana, llorones kif te deseamos bien lejos de tu muelle. Kut no bueno, Hukan y Lukker, igual, Pero Hinukku hizo nuevo trato que no bueno, Espere en estación, espere para no pasar igual que Hinukku, buena capitana.

—¿Cómo… armas?

—Igual que hani, quizá —Dientes-de-oro acompañó sus palabras con una sonrisa y Pyanfar rió, fingiendo que la broma le parecía estupenda.

—¿Cuándo han llevado armas las hani? —le preguntó.

Al mahe también le pareció excelente la broma.

—Doscientas cargas de seda —le ofreció Pyanfar.

—Impuestos de estación se llevan todo mi beneficio.

—Ah, qué pena. Un trabajo duro ése. —Rozó con el pie una de las partes de la conexión—. Puedo ofrecerte berra mientas hani magníficas, acero estupendo, dos soldadoras hani magníficas. Hechas por la casa Faha.

—Yo ofrecer buenas obras de arte, calidad.

—¡Arte!

—Quizás algún día gran artista mahe, capitana.

—Ven a verme entonces—, de momento me guardo la seda.

—Ah, ah… yo hacer favor con arte, capitana, pero no pedir que corras riesgos. En vez de arte, tengo unas cuantas perlas muy bonitas como las que tú llevar.

—Ah…

—Eso dar seguridad para herramientas y soldadoras. Uno mío viene a ti mañana para recoger herramientas y enseñar perlas al mismo tiempo.

—Cinco perlas.

—Vemos herramientas tú ves dos perlas.

—Trae cuatro.

—Estupendo. Tú escoges tres mejores.

—Y las cuatro si no son de las mejores, mi buen y magnífico capitán mahe.

—Tú ver —prometió él—. Absolutamente mejores. Tres.

—Bien —Pyanfar sonrió ampliamente y dejó que su mano fuera estrechada por los fuertes dedos con gruesas uñas del mahe y se marchó, sonriendo aún a todo el que se cruzaba en su camino. Pero la sonrisa se desvaneció al terminar de pasar junto a los recipientes y entrar en el dique siguiente.

Bien. El problema eran los kif. Había kif y kif, y dentro de esa jerarquía de ladrones había unos cuantos capitanes de nave que tendían a funcionar como dirigentes en las fechorías de gran escala, y entre ellos algunos pocos elegidos que podían plantear realmente grandes problemas. Traducir lo que decía un mahendo’sat siempre tenía sus dificultades pero lo que había oído le hacía pensar preocupadamente en algo parecido. Quédate en el muelle, le había aconsejado el mahendo’sat; no te arriesgues a salir de aquí hasta que se haya marchado. Ésa era la estrategia típica de los mahendo’sat pero no siempre funcionaba. Podía mantener la Orgullo en el muelle y acumular una factura monstruosa y, pese a ello, no tenía la garantía de que el trayecto posterior fuera del todo seguro. También podía anticipar la salida y partir con la esperanza de que los kif no sospecharan lo que llevaba a bordo… o, al menos, de que contaran con algo más fácil de masticar que un puñado de hani.

Hilfy. Una preocupación más que rondaba su mente. Diez viajes tranquilos, diez viajes de una calma tan profunda que llegaba a ser agotadora… y ahora esto.

Los muelles que tenía delante, entre ellos el de la Orgullo, parecían estar muy tranquilos. Su tripulación seguía trabajando allí donde la había dejado, subiendo el correo y la carga a la nave tal y como era su deber. Haral estaba de nuevo entre ellas y la alivió verla. Ahora le tocaba a Tirun el turno de exterior, así que Hilfy debía estar dentro; las otras dos eran Geran y Chur, dos siluetas delgadas que se afanaban junto a Tirun y Haral. No había razón para apresurarse. Probablemente Hilfy ya había tenido bastante y se había metido dentro para cumplir su turno de vigilancia junto al Extraño, y ojalá los dioses permitieran que no le viniera la idea de abrir la puerta y meterse en líos.

Pero la tripulación la había visto llegar y al darse cuenta de que en sus rasgos aparecían súbitas expresiones de alivio desesperado y algunas orejas se enderezaban velozmente supo, con el corazón oprimido, que algo había ido muy mal.

—¿Hilfy? —preguntó Pyanfar mientras que Haral iba hacia ella. Las otras tres se quedaron junto a la carga, muy ocupadas poniendo cara de nerviosismo, jugando a ser obreras sin ni un solo momento libre.