—Ker Hilfy está sana y salva dentro —se apresuró a decir Haral—. Capitana, traje lo que me ordenó y lo puse en la sala de operaciones de la cubierta inferior… todo, no falta nada. Pero, capitana… había kif por todo el mercado. Iban y venían entre los puestos mirando a todo el mundo pero sin decir nada. Acabé de hacer las compras y volví mientras que ellos seguían rondando por el mercado. Decidí ordenarle a ker Hilfy que entrara de guardia y mandara fuera a Tirun. De pronto este lugar parece haberse llenado de kif…
—¿Qué están haciendo?
—Mire por encima de mi hombro, capitana.
Pyanfar hizo lo que indicaba, sin apenas mover la cabeza.
—Nada —dijo. Pero había montones de recipientes junto a la esclusa de la sección… quizá veinte o treinta, cada uno tan alto como una hani, y estaban apilados de dos en dos: una protección más que suficiente. Puso la mano en el hombro de Haral y volvió con ella hacia las demás, como si estuvieran hablando amistosamente—. Mira, tendremos una pequeña entrega stsho y vendrá un mahendo’sat para hacer tratos con tres perlas; los dos son de confianza… pero vigílalos. Y nadie más. Hay una nave hani al otro extremo del muelle, junto a la zona de metano. No he hablado con ellas. Es la Viajera de Handur.
—Una nave pequeña.
—Y vulnerable. Vamos a sacar la Orgullo de aquí, tan deprisa como podamos, pero sin levantar sospechas: creo que las cosas van a empeorar. Tirun, tengo una pequeña tarea para ti: acércate a la Viajera y avísales de que hay atracada una nave llamada Hinukku y que corre el rumor entre los mahendo’sat de que esa nave significa problemas bastante feos y fuera de lo normal. Luego, vuelve aquí lo más rápido posible… No, espera. Un buen equipo de herramientas y dos buenas soldadoras: déjaselas a la tripulación del Mahijiru y, si te es posible, coge las perlas sin perder tiempo. El séptimo dique yendo hacia abajo. Se merecen eso y más si es que les he echado encima a los kif haciéndoles preguntas. Vete.
—Sí, capitana —dijo Tirun a toda prisa y se marchó, con las orejas agachadas, por la rampa de servicio que corría junto a la cinta de carga.
Pyanfar miró por segunda vez el montón de recipientes al volverse. No vio ni un solo kif. ¡Aprisa!, te ordenó mentalmente a Tirun, ¡no pierdas el tiempo! El obtener los artículos necesarios para el intercambio era algo rápido, dado que la bodega estaba automatizada. Tirun apareció nuevamente con las cajas bajo el brazo y se fue directamente hacia su destino con la razonable premura que era de esperar ante las órdenes de su capitana.
—Bueno… —Pyanfar se volvió nuevamente hacia las sombras.
Sí, ahí. Junto a los recipientes, después de todo. Un kif, alto y vestido de negro, con una nariz larga y puntiaguda y el cuerpo medio encogido. Pyanfar clavó los ojos en él… y le saludó con enérgico y algo irónico compañerismo mientras se encaminaba hacia él.
El kif retrocedió sin perder ni un segundo, escondiéndose entre las sombras de los recipientes. Pyanfar dejó escapar un largo suspiro, flexionó sus garras y siguió andando, rodeando los recipientes sin hacer ningún ruido… hasta toparse con e) kif. Unos ojos oscuros rodeados de círculos rojizos situados en un rostro narigudo descendieron hacia ella. Una túnica negra y polvorienta como la de cualquier otro kif, la apagada tonalidad de la tela confundiéndose con la piel grisácea… un pedazo de sombra que había cobrado vida.
—Largo de aquí —le dijo Pyanfar—. No quiero ningún problema con los recipientes, nada de cambios. Ya conozco vuestros trucos.
—Nos han robado algo que nos pertenecía.
Pyanfar logró reír, ayudada por la sorpresa.
—¿Así que os han robado algo que os pertenecía, oh maestro de ladrones? Será una historia magnífica para contarla en mi planeta.
—Será mejor que acabe volviendo a nosotros. Será mucho mejor, capitana…
Pyanfar echó hacia atrás las orejas y su boca se abrió en algo que no era precisamente una sonrisa amistosa.
—¿Adónde se dirige la tripulante con esas cajas? —le preguntó el kif.
Ella no le respondió. Sus garras brotaron de las yemas de sus dedos.
—Quizás hayáis encontrado ese artículo perdido, capitana, no sé de qué modo…
—Vaya… ¿ahora es algo perdido?
—Creo que se ha perdido y que ya ha sido encontrado.
—¿De qué nave eres, kif?
—Si eres tan lista como te imaginas, capitana, ya debes saberlo.
—Me gustaría saber con quién estoy hablando… aunque sea un kif. Creo que conoces mi nombre, dado el modo en que merodeas por aquí. ¿Cuál es el tuyo?
—Mi nombre es Akukkakk, capitana Chanur. Pyanfar Chanur… Sí, te conocemos. Te conocemos muy bien, capitana. Hemos llegado a interesarnos por ti… ladrona.
—Oh… Akukkakk, ¿de qué nave? —examinó atentamente al kif, cuya túnica era algo mejor de lo normal, notando que en su porte había muy poco del modo con que los kif tratan a especies de talla más corta, encorvando los hombros y adelantando la cabeza. No, este kif la miraba desde arriba, sin encorvarse ni un centímetro—. Me gustaría saber eso también, kif.
—Acabarás sabiéndolo, hani… no, una última oportunidad. Pagaremos por lo que has encontrado. Te hago esa oferta.
Los pelos de su bigote se abatieron de pronto como si hubiera percibido un olor desagradable y repulsivo.
—Sería interesante si ese artículo estuviera en mi poder. Ese objeto perdido… ¿es redondo o plano? ¿O quizá lo robó alguien de tu tripulación, capitán kif?
—Ya conoces su forma, dado que está en tu poder. Entréganoslo y se te pagará. De lo contrario… también se te pagará, hani, también.
—Descríbeme el artículo.
—Por su vuelta en buen estado… oro, diez barras del mejor oro. En cuanto a la descripción, arréglate con lo que tienes.
—Lo tendré presente, kif, por si casualmente encuentro algo fuera de lo normal y que huela a kif. Pero de momento no he encontrado nada.
—Eso es peligroso, hani.
—¿Qué nave, kif?
—La Hinukku.
—Recordaré tu oferta. Sí, ten por seguro que la recordaré, maestro de ladrones.
El kif no dijo ni una palabra más, convertido en una rígida torre silenciosa. Pyanfar lanzó un seco escupitajo hacia sus pies y se marchó, andando muy despacio y con aire desafiante.
La Hinukku, claro. Un tipo de problema totalmente nuevo, eso habían dicho los mahendo’sat, y quizás este kif taciturno o algún otro hubieran visto… o hablado con quienes habían visto algo. Oro, ésa era su oferta. Un kif… pagando rescate. Y además no precisamente un kif cualquiera. Siguió andando con un hormigueo entre los omóplatos y una creciente aprensión por Tirun, la pequeña silueta que ahora recorría las plataformas curvadas del muelle. No había ni la menor esperanza de que las autoridades de la estación intentaran evitar un crimen… al menos, no uno donde las partes fueran un kif y una hani. La neutralidad stsho consistía básicamente en no meterse en nada y su ley se limitaba al arbitraje después de los hechos.
Las naves stsho eran las víctimas más numerosas de las incursiones kif y, pese a ello, los kif seguían atracando sin problemas en Punto de Encuentro. Qué locura. Sintió cómo el vello de la espalda se le erizaba y sus orejas se agitaron levemente, haciendo tintinear sus anillos. Una hani podía entendérselas con los kif y darles una buena lección, pero de ello no sacaría el menor provecho, y aún menos ahora. ¿Desviar todas las naves hani de un provechoso comercio para que se dedicaran a cazar kif? Otra locura… a menos que no se tratara concretamente de la Orgullo.