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—Todo dentro —le dijo a su tripulación—. Subid los recipientes y cerradlo todo. Preparad la nave para abandonar el dique. Voy a llamar a Tirun. Es peor de lo que pensaba.

—Iré a buscarla —dijo Haral.

—Haz lo que digo, prima… y que Hilfy no se entere de nada.

Haral obedeció. Pyanfar siguió andando lentamente: una vieja costumbre, no corras nunca; quizás el orgullo, quizá la cautela o un instinto que no era de por sí ni bueno ni malo. Fuera lo que fuera, nunca corría si alguien podía verla. Sus zancadas se fueron haciendo más grandes hasta que algunos transeúntes (stsho) se dieron cuenta de ello y se la quedaron mirando. Estaba alcanzando a Tirun. Estaba prácticamente a la distancia suficiente como para llamarla con un grito pero aún faltaba un buen trecho por la curvatura del muelle para alcanzar la Viajera de Handur. Tirun debía pasar frente a la Hinukku para alcanzar la nave hani pero antes se encontraba la nave mahendo’sat, la Mabijiru. Si al menos Tirun decidía visitar antes esa nave para cumplir con su encargo, lo cual sería lógico dado el peso de las cajas que llevaba bajo el brazo… Sí, era lo más lógico aun considerando la premura del otro mensaje.

Ah… Tirun estaba en el dique mahendo’sat. Pyanfar lanzó un suspiro de alivio y, rompiendo su propia regla en el último segundo, echó a correr detrás de unos recipientes para unirse al grupo que se estaba formando alrededor de Tirun. Una palmada en el brazo de un sorprendido mahendo’sat, un par de empujones y logró abrirse paso hasta Tirun, agarrándola por el brazo sin más ceremonias.

—Problemas. Vámonos, prima.

—Capitana —dijo Dientes-de-oro a su derecha—. ¿Volver para hacer un nuevo trato que resultase más grande?

—No te preocupes por eso. Las herramientas son un regalo. ¡Vamos, Tirun!

—Capitana —se dispuso a decir Tirun, aturdida, viendo cómo Pyanfar tiraba de ella, Los mahendo’sat les abrieron paso en tanto que su perplejo capitán les seguía, parloteando todavía sobre las soldadoras y las perlas.

Kif. De pronto un semicírculo de figuras vestidas de negro apareció rodeando al grupo de peludos mahendo’sat. Pyanfar aferró a Tirun por la muñeca y la hizo avanzar.

—¡Cuidado! —gritó Tirun de repente: uno de los kif había sacado una pistola de su túnica.

—¡Corre! —le ordenó Pyanfar y las dos hani se lanzaron por entre los mahendo’sat, que maldecían a pleno pulmón, para aparecer detrás de los recipientes, donde se había formado otro grupo de kif. A sus espaldas sonaron varios disparos. Pyanfar derribó a un kif con un zarpazo capaz de romperle las vértebras pero no aflojó su carrera para comprobarlo. Tirun corría detrás dé ella: las dos hani huyeron mientras que los disparos hacían brotar nubecillas de humo en las placas del suelo.

De pronto alguien disparó desde su derecha, Tirun lanzó un grito y tropezó, herida en la pierna. Ahora se veían más kif en las oficinas del muelle y uno de ellos, muy alto, era familiar, Akukkakk, con sus amigos.

—¡Bastado sin orejas! —gritó Pyanfar, agarrando a Tirun y reemprendiendo la carrera hasta conseguir ocultarse tras los recipientes de otra nave mahendo’sat entre una granizada de disparos y el olor pestilente del plástico chamuscado. Tirun estaba medio conmocionada pero una maldición acompañada por una buena sacudida en el brazo lograron que volviera a correr desesperadamente: la quemadura hecha por el disparo empezó a sangrar de nuevo. Cruzaron por un espacio abierto, no teniendo otra elección, mientras detrás de ellas y a su derecha sonaban los agudos gritos de los kif que las perseguían.

De pronto se oyó un rugido ante ellas y hubo otro estallido multicolor de disparos, procedente del dique de la Orgullo. Su tripulación estaba devolviendo el fuego, apuntando bastante alto para no herirlas pero sin dejar duda en cuanto a sus intenciones. Las señales de alarma empezaron a funcionar emitiendo un zumbido grave y penetrante. En los muros y en la curvatura del techo se habían encendido los intermitentes rojos y al final del muelle se veía al personal de la estación huyendo asustado en busca de refugio. Si había kif entre ellos vendrían también de esa dirección, sorprendiendo a sus tripulantes por la espalda.

Hilfy era la cuarta en esa línea de siluetas que disparaban cubriéndolas en su carrera con una dispersa tormenta de fuego. Pyanfar arrastró a Tirun por entre ellas agarrándola del cuello. Tirun tropezó y cayó sobre las placas metálicas pero Pyanfar logró ponerla de nuevo en pie y tuvo el tiempo justo de mirar hacia atrás: el muelle estaba lleno de enemigos bien protegidos que disparaban contra su tripulación, ahora demasiado expuesta al fuego.

—¡Adentro! —Les gritó con el último aliento que le restaba, a punto de caerse sobre la rampa de acceso por la velocidad de su carrera. Haral empezó a retirarse y agarró a Tirun por el otro lado mientras que Hilfy, sorprendiéndola, agarraba a Pyanfar por el brazo. Pyanfar miró de nuevo hacia atrás, sintiendo el deseo de volverse y luchar. Geran y Chur se retiraban ordenadamente detrás de ellas, dando aún la cara a los kif y disparando, con lo que habían logrado impedir que éstos avanzaran para tener un mejor punto de fuego. Hilfy le tiró del brazo y Pyanfar se soltó de una sacudida: ya estaban en la primera puerta de la rampa—. ¡Deprisa! —les gritó a Geran y Chur y apenas entraron éstas, aún disparando, Pyanfar activó el cierre de la puerta. La pesada lámina de acero se encajó con un golpe apagado en el hueco y las dos se apartaron, tambaleándose, mientras que Hilfy saltaba como un rayo hacia adelante bajando de un golpe la palanca del cierre.

Pyanfar se volvió hacía Tirun, que seguía de pie aunque medio derrumbada entre los brazos de Haral, apretándose el muslo derecho. Sus pantalones azules estaban oscurecidos por la sangre que le corría por la pierna hasta formar un charco en el suelo, y de su boca fluía un interminable torrente de maldiciones.

—Continuad —les dijo Pyanfar. Haral cogió a Tirun en bracos y se la llevó, aunque el peso no era despreciable. Ascendieron por la rampa hasta llegar a su propia compuerta y, después de haberla sellado, se sintieron un poco más seguras.

—Capitana —dijo Chur, como si estuviera hablando de un asunto absolutamente normal—, todas las conexiones han sido soltadas y la rampa de carga está aflojada. Por si acaso…

—Bien hecho —le dijo Pyanfar, sintiendo un gran alivio al oírla. Cruzaron la esclusa y entraron en el corredor principal de la cubierta inferior—. Aseguraos de que el Extraño esté bien y dadle un sedante fuerte. Tú… —miró a Tirun, que estaba intentando caminar apoyando un brazo en los hombros de su hermana—, ponte una venda en esa pierna, rápido. No hay tiempo para nada más. Nos largamos. No creo que la Hinukku se quede inmóvil y no tengo ganas de que los kif me pasen por la cola cuando tengamos la nariz apuntando a la estación. Todo el mundo listo para maniobrar.

—Yo me ocuparé de la venda —dijo Tirun—, dejadme en la enfermería.

—Hilfy —dijo Pyanfar, dirigiéndose a su sobrina mientras ésta esperaba junto al ascensor—. Eres desobediente —murmuró una vez la tuvo bien cerca.

—Perdóname —dijo Hilfy. Entraron en el ascensor y la puerta se cerró. Pyanfar le dio un golpe a la joven arrojándola contra la pared del ascensor y luego pulsó el botón de la cubierta principal. Hilfy se enderezó, consiguiendo no llevarse la mano a la oreja golpeada, pero tenías los ojos acuosos y las orejas pegadas al cráneo. Sus fosas nasales estaban dilatadas como si se enfrentara a un potente vendaval.

—Estás perdonada —dijo Pyanfar. El ascensor se paró y Hilfy empezó a correr por el pasillo hacia el puente pero Pyanfar, deliberadamente, caminó sin apretar el paso. Hilfy se detuvo y la imitó, cruzando con ella el umbral que limitaba el perímetro curvado de la sala principal de operaciones.