Y me despierto en mi apartamento, claro. No sé cómo he llegado hasta allí, pero estoy de pie junto a la puerta principal, completamente desnudo. El sonambulismo lo entiendo, pero ¿por qué hacer striptease? No sé, la verdad. Vuelvo a tientas hasta ese follón que es mi cama. Las mantas están apiladas en el suelo. El aire acondicionado ha hecho descender la temperatura a unos 16 grados. Anoche, en su momento, me había parecido una buena idea, ya que estaba algo perplejo por lo que había sucedido con Rita. Absurdo, si es que había sucedido de verdad. Dexter, el bandido del amor, robando besos. Así que cuando llegué a casa me di una ducha caliente y bajé el termostato al mínimo antes de acostarme. No pretendo entender por qué, pero en mis momentos más oscuros siento que el frío purifica. No es que pretenda refrescar el ambiente más de lo necesario.
Y frío sí que hacía. Demasiado para tomar café y empezar el día entre los retazos difusos de mi sueño.
Por norma general no suelo recordar lo que sueño, y no le doy la menor importancia si eso sucede. De modo que resultaba ridículo que éste en concreto no me dejara en paz.
Y ahora estoy flotando sobre este perfecto y cerrado espacio de trabajo… mi mano, en una simbiosis perfecta con esa otra mano, se alza y traza en el aire el arco que provocará un corte perfecto…
He leído libros. Quizá porque nunca llegaré a ser uno de ellos, los humanos me parecen interesantes. De modo que lo sé todo sobre simbolismos: flotar es una forma de volar, el símbolo del sexo. Y el cuchillo…
Ja, Herr Doktor. El cuchillo ist eine madre, ¿ja?
Olvídalo, Dexter.
Ha sido sólo un sueño estúpido y absurdo. El timbre del teléfono casi me provoca un infarto.
—¿Qué me dices de un desayuno en Wolfies? —dijo Deborah—. Invito yo.
—Es sábado por la mañana —dije—. No habrá mesa.
—Me adelanto y empiezo a hacer cola —dijo ella—. Nos vemos allí.
El Wolfies Deli de Miami Beach era toda una institución en Miami. Y dado que los Morgan somos oriundos de aquí, habíamos celebrado en él las ocasiones especiales durante todas nuestras vidas. El porqué Deborah creía que hoy podía ser una de esas ocasiones era algo que se me escapaba, pero no me cabía duda de que me lo diría cuando llegara el momento. De modo que me duché, me puse la mejor ropa cómoda que reservo para los sábados, y conduje hasta Miami Beach. El tráfico avanzaba con fluidez por la recientemente mejorada carretera elevada MacArthur, que discurre a muy poca altura sobre el mar, y no tardé mucho en estar abriéndome paso a base de educados codazos entre las hordas que abarrotaban el Wolfies.
Haciendo honor a su palabra, Deborah había conseguido una mesa en un rincón. Estaba charlando con una camarera de edad avanzada, una mujer a la que reconocí incluso yo.
—Rose, amor mío —dije, agachándome para besar su arrugada mejilla. Ella me miró con su malhumor habitual—. Mi rosa silvestre de Irlanda.
—Dexter —protestó ella con un fuerte acento centroeuropeo—. Déjate de tanto beso, pareces un faigelah.
-¿Faigelah? ¿Es así cómo llamáis a los novios en Irlanda? —pregunté, tomando asiento.
—Bah —contestó ella antes de volver a la cocina sacudiendo la cabeza.
—Creo que soy su tipo —dije a Deborah. —Debes de ser el tipo de alguien —dijo Deb—. ¿Qué tal la cita de anoche?
—Genial —dije—. Deberías probarlo alguna vez.
—Bah.
—No puedes pasarte todas las noches paseando por Tamiami Trail en ropa interior, Deb. Necesitas una vida.
—Necesito un cambio de destino —atajó ella—. Al departamento de Homicidios. Entonces nos ocuparemos del resto.
—Lo comprendo. Desde luego, a los niños les sonará mucho mejor decir que mamá está en Homicidios.
—Por favor, Dexter…
—Es un pensamiento normal, Deborah. Sobrinos, sobrinas. Más Morgan pequeñitos. ¿Por qué no?
Soltó un prolongado suspiro.
—Creía que mamá había muerto —dijo ella.
—Estoy sintonizando con ella. Mediante la repostería danesa.
—Pues cambia de canal, ¿quieres? ¿Qué sabes de la cristalización celular?
Parpadeé.
—Guau. Acabas de ganar el primer premio en la competición anual de cambio de tema.
—Hablo en serio —dijo ella.
—Entonces reconozco que estoy atónito, Deb. ¿A qué te refieres con cristalización celular?
—Del frío —dijo ella—. Células cristalizadas debido al frío. La luz me inundó el cerebro.
—Claro —dije—, hermoso. —Y en algún lugar de mi interior empezaron a sonar un montón de campanitas. Frío… Frío puro y limpio, y la hoja fría del cuchillo casi silbando mientras rebana la carne a rodajas. Frialdad limpia y aséptica, el flujo sanguíneo paralizado e inútil, tan absolutamente correcto y totalmente necesario: frío—. ¿Por qué no…? —empecé a decir, pero me callé al ver la cara de Deborah.
—¿Qué? —preguntó Deb—. ¿Qué está tan claro?
Sacudí la cabeza.
—Empieza por contarme por qué quieres saberlo. Me miró durante un minuto largo e intenso y soltó otro suspiro.
—Creo que ya lo sabes —dijo, por fin—. Se ha cometido otro crimen.
—Lo sé —dije—. Pasé por delante anoche.
—Me dijeron que no te limitaste a pasar por delante. Me encogí de hombros. La policía metropolitana es una familia muy pequeña.
—¿Así que qué significaba ese claro?
—Nada —dije, levemente irritado—. La carne del cuerpo tenía un aspecto ligeramente distinto. Si había estado expuesta al frío… —Extendí las manos—. Eso es todo, ¿vale? ¿De qué frío hablamos?
—Las temperaturas que se usan para conservar la carne —dijo ella—. ¿Por qué lo haría?
Porque es hermoso, pensé.
—Eso detendría el flujo sanguíneo —dije, en cambio.
—¿Y eso es importante? —preguntó ella, observándome con atención.
Tomé una larga y, tal vez, algo temblorosa bocanada de aire. No sólo nunca podría explicárselo, sino que me encerraría si intentaba hacerlo.
—Es vital —dije. Por alguna razón me sentía incómodo.
—¿Por qué vital?
—Este… Bueno, no sé. Creo que ese tío tiene fijación con la sangre, Deb. Es sólo una sensación que tengo de… No sé de dónde, no hay evidencia alguna, ya lo sabes.
Volvía a mirarme del mismo modo. Intenté que se me ocurriera algo que decir, pero no fui capaz. El ingenioso Dexter, el elocuente, se había quedado sin nada que decir.
—Mierda —dijo ella, por fin—. ¿Eso es todo? El frío paraliza la sangre… ¿Y eso es vital? Venga, ¿qué coño quieres decir con esto, Dexter?
—No me pidas que tenga buenas ideas antes del café —dije, haciendo un heroico esfuerzo por recobrarme—. Sólo puedo ser preciso.
—Mierda —repitió ella. Rose nos trajo el café. Deborah dio un sorbo—. Anoche recibí una invitación para la reunión de las setenta y dos horas.
Aplaudí.
—Fantástico. Lo has conseguido. ¿Para qué me necesitas?
La policía metropolitana sigue la política de organizar una reunión del equipo de homicidios aproximadamente a las setenta y dos horas de haberse cometido el asesinato. El agente encargado del caso y su equipo deliberan con el forense y, a veces, con alguien de la oficina del fiscal. Ayuda a unificar directrices. El hecho de que hubieran invitado a Deborah implicaba que estaba en el caso.