Leticia río. Tomó un trago de vino blanco.
– Alma de hombre… ¿te parece? No sé si tomarlo como un insulto o un cumplido.
– Viniendo de mí creo que podés estar segura de que es un cumplido.
– Cuidado. No vaya a ser que descubra que eres mariquita.
Rió Emiliano ahora. Una larga y sonora carcajada.
– No, mamacita -dijo, mirándola con lujuria-. Alma de hombre en cuerpo de mujer es la combinación perfecta. Yo no cambiaría tu cuerpo por nada del mundo… pero si me hubieses salido modosita, dulcita, todos esos "ita" de los que adolecen las mujeres, bien lejos estaría ya de aquí. Me habría casado con una de esas campesinas de las haciendas de mi familia; una mujer tosca, macha. Le tengo alergia al rosado, a lo femenino y, sobre todo, a las feministas. Esas, en el fondo, lo que quieren es ser hombres. Por eso viven frustradas.
No se dijo más. Leticia puso más vino en su vaso. Vino blanco, de buena cosecha. El vaso de cristal impecable, liviano. Vivían bien Emiliano y ella. Su hijo ya casado nunca les dio problemas, y en cuanto a la pareja, mal que bien, lejanas eran ya las guerras sin cuartel, el sitio a las íntimas ciudades y las huelgas de sexo o de hambre. Sin embargo, ella apenas podía a veces con sus resentimientos y las rabias que había tragado sin digerir para llegar a este punto. Odiaba que su memoria minuciosa no olvidara el acumulado de agravios y descalificaciones que él tan generosamente le había dispensado a lo largo de sus veintiséis años de casados. Cosas así, como decirle que tenía alma de hombre. O burlarse de su timidez, de su ineptitud social, como él la llamaba; o someterla al menosprecio que sentía por el total del género femenino. Sus esfuerzos por disimularlo más bien enfatizaban el desdén típico de quienes esconden su inseguridad adoptando poses de hombre fuerte. Pero ella no iba a caer en las trampas del feminismo, ni creerse los cuentos de las eróticas, esa especie de feminismo al revés que predicaban usando el lenguaje de mujeres como ella para engañarlas a todas. El hombre y la mujer eran como eran y cada quien tenía que ubicarse y no andar creyendo que se podía cambiar lo que Dios y la naturaleza había dispuesto. La mujer en su casa y con sus hijos era lo correcto. Ella no quería a Emiliano allí metido en la cocina, ni lo hubiera querido criando al hijo. Se habría vuelto loca. Ella sabía conseguir lo que quería sin tanta alharaca ni historias de cambiar el mundo. Su entrepierna podía más que cuatro discursos de esas mujeres. Estúpidas eran las eróticas insistiendo en revelarles el juego a los hombres. Maldita situación. Viviana en coma; todo el país detenido, sin moverse, sin reírse, como en un juego infantil, y el marido sin soltarle prenda.
Miró a Emiliano. Había encendido la televisión y empezaba a quedarse dormido. Noche tras noche, siempre así.
El pisapapeles
Pesado, cristalino y con la inscripción O2, el pisapapeles le arrancó una sonrisa a Viviana. La avidez de reencontrar sus recuerdos la llevaba de una repisa a la otra. No hay sillas en este lugar, pensó, qué pena que nunca dejé olvidada una silla; el sofá de mi cuarto me vendría tan bien. Recordó su cuarto y sintió nostalgia. Había ya dejado de preguntarse dónde estaba. Se habría conformado con saber cuánto duraría su tiempo en el galerón… si es que tiempo era la palabra correcta, si es que el galerón existía más allá de su imaginación. ¿Y el país, su Faguas, su pie, sus amigas, su madre, Emir? Cuando pensaba en ellos la angustia casi detenía su respiración. Por instantes, se conectaba con sensaciones físicas inexplicables que le atemorizaban porque entonces sí sentía que moría. Volvía a concentrarse en el galerón, en los objetos como si hacerlo la pusiera a salvo.
A ratos las cosas olvidadas pasaban frente a sus ojos, como en esas lavanderías de chinos donde la ropa viaja por una extensa y serpenteante cinta movible que pende del cielorraso. ¿Sería así la eternidad? ¿Un viaje largo por la memoria, un quedarse sin nada más que aquellas instantáneas imágenes, las minucias del pasado revelándose infinitamente? Volvió a mirar el pisapapeles. Era el símbolo de una de sus campañas más exitosas desde que asumió la presidencia de Faguas: la venta de oxígeno. En un mundo despalado y castigado como la Tierra, poseer los bosques y las selvas que abundaban en Faguas era un lujo inapreciable. Un día cuando se quebraban la cabeza pensando de dónde sacar los recursos para pagar por sus programas: las guarderías y escuelas de barrio, sobre todo, Rebeca le dio la idea. Le mostró en Internet la multitud de sitios donde se ofertaban "bonos de carbono".
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Originado por: Anónimo
Salve nuestras selvas comprando bonos de carbono
Los bonos de carbono se están convirtiendo en una alternativa cada vez más popular para que individuos y empresas participen en la solución del problema del calentamiento global. La idea básica de los bonos de carbono consiste en hacer un cálculo de las actividades que uno comúnmente realiza, tales como viajar en carro o en avión, más el consumo del hogar, o sea todo lo que consume energía y que contribuye al calentamiento global. Esta cuota que uno consume constituye lo que se conoce como "la huella de carbono" que cada quien deja en el mundo. Ese término se refiere al dióxido de carbono, el principal gas responsable del efecto invernadero. Usted puede balancear su huella de carbono comprando bonos de carbono. La compra de estos financia la reducción de la emisión de estos gases al brindar fondos para la construcción de parques eólicos y otras fuentes de energía limpia que, al existir, reducen la demanda de combustibles contaminantes. Por medio del financiamiento de estos proyectos que reducen la emisión de los gases que crean el efecto invernadero, usted equilibra y resta su impacto personal en el calentamiento global en una cantidad equivalente a su consumo. Los bonos de carbono le ayudan a usted a hacerse responsable directamente del impacto ambiental de sus actividades y consumo diario.
Compra de bonos de carbono CO2
Somos una empresa suiza con respresentaciones financieras. Requerimos comprar bonos de carbono CO2. Facilitar en 48 horas. No importan las cantidades.
La compra de "bonos de carbono" era uno de esos negocios inverosímiles, una especie de mecanismo de expiación para que los habitantes de los países ricos se sintieran menos culpables de la cantidad de dióxido de carbono -gas responsable por el efecto invernadero- que producía su estilo de vida. Personas o empresas ecológicamente conscientes, tras hacer un cálculo de cuánto gas carbónico producían sus actividades, compraban bonos de otra actividad que, estimaban, serviría para conservar oxígeno o producir energía sin dañar el medioambiente. Se trataba, en dos platos, de barrer con una mano lo que hacía la otra, un concepto estrambótico, pero al que las eróticas bien podían recurrir para obtener el capital que necesitaban para hacer las reformas que se proponían. Era sencillo, le explicó Rebeca: calculaban lo que talar y explotar el bosque significaría para Faguas en moneda dura y, por otro lado, la cantidad de oxígeno que el mismo bosque produciría si se conservaba impoluto. Usando como base estas estimaciones, se anunciaba una subasta mundial. ¿Quién daba más? ¿Quién pagaba por el oxígeno de manera que Faguas no se viera forzada a cortar sus bosques para obtener recursos de subsistencia?
La idea tuvo un éxito sin precedentes. Emir les facilitó el contacto con una avezada relacionista pública de Washington, quien orquestó una campaña global que colocó al pie, Viviana, Rebeca y la subasta al centro de un acalorado debate internacional. La notoriedad dio a la subasta el perfil que requería para superar incluso las más optimistas expectativas. Ellas dos, atractivas, desfachatadas y audaces viajaron y se reunieron con representantes de los países del Grupo de los Siete y cuanto empresario y millonario quiso escucharlas. Como tarjeta de visita, dejaban el pisapapeles, la brillante lágrima con el O2 grabado en la superficie.