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Yo dije que dado que la ley no preveía una situación indefinida como la que se nos había presentado, debíamos negarnos a convocar a elecciones mientras los médicos no se pronunciaran categóricamente sobre la situación. Ifigenia entonces propuso una enmienda para dotar al parlamento del poder para nombrar una interina. Una decisión así no tenía precedente en Faguas, pero sí en otros países. Hablamos de la ironía de que nos hubiese salido el tiro por la culata al eliminar la vicepresidencia.

Juana de Arco: Otra vez se pusieron a dar vueltas, a lamentarse, y otra vez fui yo la que tuve que centrar la reunión preguntándoles a quién elegirían entre ellas como Presidenta interina.

Martina: Hablamos todas al mismo tiempo. Eva -dije yo-. Rebeca -dijo Eva…

Juana de Arco: ¿Por qué no votan? -dije yo-. Imagínese, qué atrevimiento el mío.

Martina: Yo me hundí en el sofá donde estaba sentada. Pegué la espalda contra el respaldar. Me dolían los músculos. Eva e Ifi empezaron a pasearse por el despacho, caminando como esos hombres de antes cuando esperaban el nacimiento de un hijo. Rebeca seguía sentada en el sofá largo frente a la mesa. Ahora me voy a emocionar como me sucede cada vez que lo recuerdo… Eva recostó las caderas sobre el escritorio presidencial, nos miró a todas y sonrió. Era un gran privilegio, dijo, que nos tocara gobernar como amigas, como mujeres sin la obligación de fingir seguridad ante la disyuntiva que nos tocaba enfrentar, como personas conscientes de nuestro deber de preservar el proyecto del pie. Precisamente por eso debíamos meditar la decisión que tomaríamos. Lo debíamos hacer de la manera más ponderada. No necesitábamos votar, ni gritar nombres, ni apresurarnos. Una de nosotras tomaría el lugar de Viviana. Ojalá solamente por unos días, pero bien podía ocurrir que fuera por más tiempo y la decisión necesariamente debía obedecer al peor escenario imaginable, al escenario de una sustitución definitiva. ¿Quién de nosotras reunía las capacidades necesarias? ¿Cuáles eran esas capacidades? No estábamos en guerra. La emergencia de la explosión del volcán Mitre se había superado. Nuestra fragilidad como gobierno era de otra naturaleza: se debía al espíritu de igualdad que nosotras queríamos imprimir al ejercicio del poder; un espíritu de igualdad que, según habíamos propuesto, requería de un momento inicial de terror y sorpresa -shock and awe, eso mismo dijo, como en los bombardeos a Irak- en que los hombres experimentaran la pérdida absoluta del poder; que pasaran a calzarse, literalmente, los zapatos de la sujeción doméstica que por siglos las mujeres habíamos experimentado y a la que habíamos resistido, no con guerras, ni con bombas, sino haciendo de tripas corazón, aprendiendo a ejercer el amor, volviéndonos expertas en el cuido de la especie, encontrando, en las condiciones más difíciles de represión de nuestra riqueza intelectual, el espacio pequeño donde recordar que nuestra libertad, lo sublime y bello de nuestro espíritu perduraría y algún día, paso a paso, un pie delante del otro, lograría emerger y mostrarle al mundo otro camino, un camino nuevo de camaradería, de colaboración, de respeto mutuo. Quizás nosotras éramos el tesoro secreto de la vida. Quizás nuestros sufrimientos tenían sentido: nos habían forzado a guardarnos para este momento de la humanidad, para que fuéramos nosotras quienes tomáramos las riendas y alteráramos el curso de nuestro planeta. Faguas, la pequeña y pobre Faguas, con nosotras a la cabeza, podría, debía mostrar que era posible una organización social igualitaria, enriquecedora para hombres y mujeres, capaz de integrar la familia con el trabajo y de aniquilar esa injusta explotación milenaria que, lamentablemente, se aprendía en el mero corazón del hogar, y de la cual las mujeres éramos las víctimas propiciatorias.

Por eso, nosotras, no podíamos en ese momento, pensar a la ligera.

Rebeca, Ifigenia, Juana de Arco y yo miramos a Eva con un torozón en la garganta. Con sus palabras dijo lo que las demás sentíamos. Nos dio gran ternura verla asumir el sentido histórico de aquel momento.

Madre mía, pensé yo, este experimento nacido en el jardín de Ifigenia, una noche de la semana entre amigas, alumbrado con vino, cigarrillos, humor y amor, ahora es una saeta lanzada desde la imaginación, que nos toca sostener en el aire. Y no únicamente por lo que el pie representaba como ruta nueva, sino por vos Viviana, porque vos estás en una cama de hospital, en coma, y ni yo ni ninguna de nosotras toleraría verte despertar para ver un fracaso. El pie continuaría. Nos tocaba escoger bien.

Eva y Rebeca, la una con su fuego y la otra con su flema, parecían las protagonistas del chiste de los gemelos educados que no nacían porque uno le decía al otro: pasa tú; y el otro respondía: no, pasá tú primero. Entonces yo dije que se callaran. La Ifi, Juana y yo íbamos a escoger entre ellas y la cosa terminaba allí. El voto de Juana supliría el de Viviana. Juana nos repartió unas tarjetas blancas. Hubo dos votos para Eva y uno para Rebeca. No se dijo más. Acordamos que las representantes del pie propondrían a Eva a la Asamblea. Ella no se resistió.

Rebeca la abrazó. Nos abrazamos todas. Así fue cómo sucedió.

(Materiales históricos)

BLOG DEL IMPERTINENTE [3]

¡Parece mentira! ¡Las cosas que pasan en Faguas! Menos mal que los hombres nos repusimos ya del mal de testa porque este país sí que está madreado. La Presidenta sigue en coma y mientras tanto la Asamblea de las Mujeres (¿qué diría Aristófanes de esta?), en abierta violación a la Constitución, ha elegido en su lugar, interinamente dicen y con los votos mayoritarios del pie (de quién más), a la benemérita pelirroja, Ministra de Defensa y antigua gerente de Servicios de Seguridad s.a. (ssaa), Eva Salvatierra, para que nos gobierne. En la Reforma Constitucional realizada bajo los auspicios de nuestro ilustre gobierno femenino, ellas mismas dejaron claramente establecido que nadie que no fuese directamente electo o electa, debía asumir el rol presidencial. Al imponer a Eva Salvatierra, la Asamblea Nacional ha contravenido esta disposición, colocándose fuera del marco que rige las leyes de nuestra nación.

Lo anterior ha acontecido, seguramente, a instancias de esta señora Salvatierra, que, como es bien sabido, no solo es militar, sino el intelecto que ha llevado a Faguas a la Edad Media, con jaulas donde se exhiben delincuentes, tatuajes impíos en las frentes de estos y los trabajos forzados a los que somete a los prisioneros.

No es que pidamos misericordia para quienes cometen crímenes deleznables, pero poco edificante es combatir la violencia contra las mujeres aplicando esos métodos bárbaros e inhumanos contra los hombres.

Eva Salvatierra podrá ser muy del pie, muy Eva y muy Salvatierra, pero ni pertenece al Paraíso Terrenal, ni tiene en mente salvar a nadie; al contrario: es, como lo fue Thatcher en su tiempo, una dama de hierro.

Los hombres de Faguas ya estamos cansados de estas amazonas trasnochadas que han intentado convertir a nuestro país en una guardería infantil y convertirnos a nosotros en dóciles servidores de sus necesidades.

Es urgente que no permitamos que se atropelle nuestra Constitución. Manifestemos nuestro desacuerdo y demandemos nuevas elecciones.

¡Que las mujeres buelvan a sus casas!

José de la Aritmética se paró frente al hospital. Todas las mañanas pasaba por allí. Qué dedicación la de las floristas, pensó. Día a día ponían flores frescas en los baldes plásticos sobre la acera.

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[3] El Blog del Impertinente se publicaba en la portada del diario El Comercio todos los lunes. Este blog se publicó el primer lunes luego de que la Asamblea designara a través de la elección a Eva Salvatierra.