Paddy se enjugó unas lágrimas con el dorso de su mano libre y, agachándose delante de Fee, le dio unas palmadas cariñosas en las rodillas.
– Haz tus bártulos, querida. Iremos a verle.
Ella se levantó a medias, pero se derrumbó de nuevo, y sus ojos tenían un brillo mortecino en su blanca cara, y las pupilas estaban dilatadas y como revestidas de una película de oro.
– No puedo ir -declaró, sin angustia en la voz, pero de modo que todos comprendieron que la angustia estaba dentro de ella-. Sería matarle. ¡Oh, Paddy, sería matarle! Le conozco bien: su orgullo, su ambición, su determinación de ser alguien importante. Deja que cargue él solo con su vergüenza. Ya lo has leído: «No lo digan a mi madre.» Le ayudaremos a guardar su secreto. ¿Qué ganaría él y qué ganaríamos nosotros con ir a verle?
Paddy seguía llorando, pero no por Frank; por la vida que se había extinguido en el rostro de Fee, por la muerte en sus ojos. Un pájaro de mal agüero, esto era lo que Frank había sido siempre; precursor de calamidades, siempre interponiéndose entre él y Fee, la causa de que ella se apartase de él y de sus hijos. Cada vez que parecía que Fee podría disfrutar de un poco de felicidad, allí estaba Frank para quitársela. Pero el amor de Paddy por ella era tan profundo e inmarcesible como el de ella por Frank; nunca se valdría de éste contra ella, como aquella noche en la casa rectoral.
Por consiguiente, dijo:
– Bueno, íee, si crees que es mejor no verle, no le veremos. Sin embargo, quisiera tener noticias suyas y hacer por él cuanto podamos. ¿Osé te parece si escribiese al padre De Bricassart, pidiéndole que se interese por Frank?
Los ojos de ella no se animaron, pero un débil rubor apareció en sus mejillas.
– Sí, Paddy, hazlo. Pero, sobre todo, que no le diga a Frank que nos hemos enterado. Sin duda éste se sentirá mejor si cree que no lo sabemos.
En pocos días, Fee recobró la mayor parte de su energía y volvió a ocuparse de la decoración de la casa grande. Pero siguió mostrándose callada, aunque menos hosca, como encerrada en una calma inexpresiva. Parecía como si le interesase más la reforma de la casa grande que el bienestar de su familia. Tal vez presumía que ésta cuidaría de sí misma, espiritualmente, y que la señora Smith atendería a sus necesidades físicas.
Sin embargo, el descubrimiento de la desdicha de Frank había afectado profundamente a todos. Los chicos mayores estaban muy apenados por su madre, y hubo noches en que no pudieron dormir recordando su cara en aquel horrible momento. La querían, y su animación durante las semanas anteriores les había dado una imagen de ella que nunca olvidarían y desearían apasionadamente que volviese. Si su padre había sido el eje sobre el cual habían girado sus vidas hasta entonces, ahora su madre estaba junto él. Empezaban a tratarla con un cuidado cariñoso y abnegado, que ninguna indiferencia por su parte podía destruir. Desde Paddy hasta Stu, los varones Cleary se confabularon para hacer que la vida de Fee fuese tal como quería ella, y pidieron la ayuda de todos para este fin. Nadie debía herirla o molestarla. Y, cuando Paddy le ofreció las perlas, ella las tomó y le dio las gracias con una breve frase inexpresiva, desprovista de gozo y de interés, pero todos pensaron lo diferente que habría sido su reacción, de no haber ocurrido lo de Frank.
De no haber sido por el traslado a la casa grande, la pobre Meggie habría sufrido mucho más de lo que sufrió en realidad, pues, sin haberla admitido plenamente en la sociedad exclusivamente masculina para la protección de mamá (pensando tal vez que su participación habría sido más renuente que la de ellos), su padre y sus hermanos mayores le dieron a entender que debía cargar con las tareas que más fastidiaban a mamá. De hecho, la señora Smith y las doncellas compartieron la carga de Meggie. Lo que más molestaba a Fee eran sus dos hijos más pequeños, pero la señora Smith se hizo cargo de Jims y Patsy con tal ardor que Meggie no pudo compadecerla, sino que se alegró de que aquel par pudiesen pertenecer enteramente al ama de llaves. Meggie sentía también piedad de su madre, pero no con tanta intensidad como los hombres, porque su lealtad era sometida a dura prueba; el enorme instinto maternal que llevaba en su interior se rebelaba contra la creciente indiferencia de Fee por Jims y Patsy. Cuando yo tenga hijos, se decía, nunca querré a uno de ellos más que a los otros.
La vida en la casa grande era ciertamente muy distinta. Al principio, resultaba extraño el disponer cada uno de su propia habitación, y, para las mujeres, el no tener que preocuparse de las tareas de la casa, dentro o fuera de ésta. Minnie, Cat y la señora Smith cuidaban de todo, desde lavar y planchar la ropa hasta cocinar y hacer la limpieza, y casi se ofendían si se les ofrecía ayuda. A cambio de mucha comida y poco sueldo, una interminable procesión de vagabundos eran admitidos temporalmente como peones, para cortar leña para la casa, dar de comer a las gallinas y a los cerdos, ordeñar las vacas, ayudar a Tom a cuidar los jardines y hacer la limpieza más pesada.
Paddy estaba en comunicación con el padre Ralph.
«La renta de los bienes de Mary importa aproximadamente cuatro millones de libras al año, gracias a la circunstancia de que "Michard Limited" es una compañía privada cuyo activo está principalmente representado por acero, barcos y minas -escribía el padre Ralph-. Por consiguiente, la asignación que he dispuesto para usted no es más que una gota de agua en la fortuna Carson y ni siquiera llega a la décima parte de los beneficios anuales que rinde la hacienda de Drogheda. Tampoco debe preocuparse por los años malos. La cuenta bancaria de Drogheda tiene un saldo a favor tan importante que podría pagarle con los intereses hasta al fin, en caso necesario. Por tanto, el dinero que usted recibe no es más que el que merece y no grava en absoluto a "Michard Limited". Su dinero procede de la hacienda, no de la compañía. Sólo le pido que tenga los libros de la hacienda al día y en debida forma, para que puedan verlos los inspectores del Fisco.»
Después de recibir esta carta, Paddy celebró una conferencia en el hermoso salón, una noche en que todos estaban en casa. Con las medias gafas con montura de acero que empleaba para leer, prendidas en su nariz romana, se sentó en un gran sillón tapizado de color crema, apoyó cómodamente los pies en un cojín y dejó la pipa en un cenicero Waterford.
– Todo esto es estupendo -dijo, sonriendo y mirando complacido a su alrededor-. Creo que deberíamos dar un voto de gracias a mamá, ¿no os parece, muchachos?
Hubo un murmullo de asentimiento de los «muchachos». Fee hizo una inclinación de cabeza; estaba sentada en el sillón predilecto de Mary Carson, pero recién tapizado de seda color crema pálido. Meggie cruzó las piernas alrededor del cojín que había elegido sn vez de silla, y mantuvo fija la mirada en el calcetín que estaba zurciendo.
– Bueno, el padre Ralph ha arreglado la.s cosas y se ha mostrado muy generoso -siguió diciendo Paddy-. Ha depositado siete mil libras en el Banco a mi nombre, y ha abierto una cuenta de ahorro con dos mil libras para cada uno de vosotros. Yo cobraré cuatro mil libras al año como director de la hacienda de Drogheda, y Bob recibirá tres mil al año, como ayudante del director. Los chicos que trabajan, o sea, Jack, Hughie y Stu, percibirán dos mil libras al año, y los pequeños recibirán mil libras al año cada uno, hasta que sean lo bastante mayores para decidir lo que quieren hacer.
«Cuando los pequeños sean mayores, la hacienda garantizará a cada uno de ellos una renta igual a la percibida por los que trabajen en Drogheda, aunque ellos no quieran hacerlo. Cuando Jims y Patsy cumplan los doce años, serán enviados al Colegio de Ri-verview, en Sydney, siendo pagados su pensión y sus estudios con cargo a Drogheda.
»Mamá recibirá dos mil libras al año, y Meggie. una cantidad igual. Para gastos de la casa, se ha fijado la suma de cinco mil libras, y no sé por qué se ha imaginado el padre que necesitamos tanto dinero para sostener la casa. Por si queremos hacer cambios importantes, dice. También me ha dado instrucciones sobre el salario de la señora Smith, de Minnie, de Cat y de Tom, y debo decir que se ha mostrado muy generoso. Los demás sueldos deberé fijarlos yo. Pero mi primera decisión, como director, debe ser contratar al menos otros seis pastores, para que el ganado esté cuidado como es debido. Es demasiado numeroso para un puñado de hombres.