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Cuando el joven sacerdote y su guardián hubieron salido de la estancia, el padre Ralph se levantó de su mesa y pasó a una cámara interior. El arzobispo Cluny Dark estaba sentado en su sillón acostumbrado, y, frente a él, se hallaba sentado otro hombre, que llevaba fajín morado y solideo del mismo color. El arzobispo era un hombre corpulento, de cabellos muy blancos y ojos de un azul intenso; estaba lleno de vitalidad, tenía un fino sentido del humor y le gustaba la buena mesa. Su visitante era su verdadera antítesis: bajito y delgado, con unos cuantos mechones de cabellos ralos y negros alrededor del solideo, y rostro anguloso y ascético, de tez pálida, grandes ojos negros y mentón fuertemente sombreado. Por su apariencia, igual podía tener treinta años que cincuenta, pero, en realidad, tenía treinta y nueve, tres más que el padre Ralph de Bricassart.

– Siéntese, padre, y tome una taza de té -le invitó el arzobispo, muy afectuoso-. Precisamente me disponía a pedir que nos trajesen más. Supongo que habrá amonestado de manera adecuada al joven para que rectifique su conducta.

– Sí, Eminencia -repuso gravemente el padre Ralph, y se sentó en la tercera silla alrededor de la mesa.

Había en ésta pequeños bocadillos de cohombro, pastelillos azucarados, tortitas untadas con mantequilla, platitos de jalea y de crema batida, una tetera de plata y unas tazas de porcelana de Aynsley con delicados dibujos en oro.

– Estos incidentes son muy lamentables, mi querido arzobispo, pero también nosotros, los sacerdotes de Nuestro Señor, somos criaturas humanas. En el fondo de mi corazón, siento compasión por él, y esta noche rezaré para que sea más fuerte en el futuro -dijo el visitador.

Tenía marcado acento extranjero, voz suave, y sus «eses» eran un poco sibilantes. Era de nacionalidad italiana y ostentaba el título de Excelentísimo Señor Arzobispo Legado Pontificio cerca de la Iglesia Católica Australiana. Se llamaba Vittorio Scarbanza di Contini-Verchese. Su delicada misión era servir de enlace entre la jerarquía australiana y el Vaticano, lo cual significaba que era el sacerdote más importante en aquella parte del mundo.

Antes de recibir este nombramiento, había esperado que le enviaran a los Estados Unidos de América, pero después había pensado que Australia le convenía más. Si éste era un país mucho más pequeño en población, ya que no en extensión, era, en cambio, mucho más católico. A diferencia del resto del mundo de habla inglesa, el hecho de ser católico no constituía ningún inconveniente social en Australia, ni ningún obstáculo para los que querían ser políticos, hombres de negocios o jueces. V el país era rico y ayudaba mucho a la Iglesia. No había que temer que Roma le olvidase mientras se hallara en Australia.

El legado pontificio era también.un hombre muy sutil, y, al mirar por encima del borde dorado de su taza, sus ojos se fijaban, no en el arzobispo Cluny Dark, sino en el padre Ralph de Bricassart, que pronto sería su secretario. Sabido era que el arzobispo Cluny apreciaba mucho a aquel sacerdote, pero el legado pontificio se estaba preguntando si él llegaría a apreciarle tanto. Aquellos curas irlandeses-australianos eran demasiado corpulentos, le aventajaban demasiado en estatura; estaba cansado de tener que levantar siempre la cabeza para mirarles a la cara. Los modales del padre De Bricassart frente a su actual superior eran perfectos: se mostraba ágil, natural, respetuoso, pero no servil, con delicado sentido del humor. ¿Se adaptaría a su nuevo jefe? Lo acostumbrado era elegir el secretario del legado entre el clero italiano, pero el Vaticano sentía mucho interés por el padre Ralph de Bricassart. No sólo tenía la rara cualidad dé poseer fortuna personal (contrariamente a la opinión popular, sus superiores no podían privarle de su dinero, y él no lo había ofrecido de manera voluntaria), sino que había proporcionado una gran fortuna a la Iglesia. Por consiguiente, el Vaticano había decidido que el legado pontificio tomase al padre De Bricassart como secretario particular, lo estudiara y averiguase exactamente cómo era.

Algún día, el Santo Padre habría de recompensar a la Iglesia australiana con un capelo cardenalicio, aunque era todavía pronto para esto. Por consiguiente, el legado debía estudiar a los sacerdotes de la edad del padre De Bricassart, y, entre ellos, éste parecía ser el candidato más destacado. Conque, ¡adelante! Daría al padre De Bricassart la oportunidad de probar su temple frente a un italiano. Sería interesante. Pero, ¿por qué no podía ser ese hombre un poco más bajito?

El padre Ralph sorbía ahora su té Con satisfacción y guardaba un desacostumbrado silencio. El legado pontificio advirtió que sólo comió uno de los pequeños bocadillos, sin tocar las otras golosinas; en cambio, bebió cuatro tazas de té, ávidamente, sin añadirle azúcar ni leche. Bueno, esto coincidía con los informes que tenía de él; aquel sacerdote era sumamente parco en sus costumbres; su única debilidad era tener un coche bueno (y muy veloz).

– Su apellido es francés, padre -dijo el legado pontificio con voz suave-, pero tengo entendido que es uted irlandés. ¿A qué se debe este fenómeno? ¿Era francesa su familia?

El padre Ralph meneó la cabeza, sonriendo.

– Es un apellido normando. Eminencia, muy antiguo y muy noble. Soy descendiente directo de un tal Ranuifo de Bricassart, que fue barón de la Corte de Guillermo el Conquistador. En 1066, acompañó a Guillermo en la invasión de Inglaterra, y uno de sus hijos adquirió tierras inglesas. La familia prospero bajo los reyes normandos de Inglaterra, y, más tarde, algunos de sus miembros cruzaron el mar de Irlanda, en tiempos de Enrique IV, y se establecieron en la otra orilla. Cuando Enrique VIII apartó la Iglesia de Inglaterra de la autoridad de Roma, nosotros conservamos la fe de Guillermo, o sea que permanecimos fieles a Roma y no a Londres. Pero, cuando Cromwell estableció la Commonwealth, perdimos nuestros títulos y tierras, y nunca nos fueron devueltos. Carlos tenía que recompensar a sus favoritos ingleses con tierra irlandesa. La antipatía que sienten los irlandeses por los ingleses está, pues, justificada.

«Nosotros, sumidos, en una oscuridad relativa, permanecimos fieles a la Iglesia y a Roma. Mi hermano mayor tiene una remonta importante en County Meath, y confía en criar un ganador del Derby o del Grand National. Yo soy el segundo hijo, y siempre fue tradición familiar que el segundón se hiciera sacerdote, si esto respondía a su deseo. Debo confesar que estoy orgulloso de mi apellido y de mi linaje. Los De Bricassart existen desde hace mil quinientos años.

¡Ah! Eso estaba bien. Un viejo nombre aristocrático y un perfecto historial de fidelidad a la fe a través de emigraciones y persecuciones.

– ¿Y el nombre de Ralph?

– Es una contracción de Ranuifo, Eminencia.

– Comprendo.

– Le voy a echar muy en falta, padre -dijo el arzobispo Cluny Dark, aplicando una capa de jalea y de crema sobre media tortita y zampándosela de un bocado.

El padre Ralph se echó a reír.

– Me pone usted ante un dilema, Eminencia. Estoy entre mi antiguo señor y mi nuevo señor, y, si contesto para complacer a uno, puedo disgustar al otro. ¿Me permiten decir que añoraré a Su Excelencia, pero que espero con ilusión servir a Su Eminencia?

Bien dicho: una respuesta de diplomático. El arzobispo Di Contini-Verchese empezó a pensar que se entendería bien con su secretario. Lástima que fuese demasiado guapo, con sus finas facciones, su bello color y su arrogante complexión.