Luciendo un vestido de color naranja llameante, Lissa tenía un aspecto casi infantil junto a su padre. Su rostro mostró inmediatamente una grave preocupación al ver a Tavernor puesto en pie, en lugar de seguir sentado en el sofá, muelle y cómodo, en que le había dejado.
—Bien, me las compuse para arreglarlo todo, joven — dijo Grenoble moviendo los labios en la misma forma que Lissa —. Debo añadir que no sin grandes dificultades.
—Muchas gracias, señor — repuso Tavernor, sintiendo una genuina gratitud al pensar en un retorno a la prisión clínica de la que había escapado. Creo que le he proporcionado muchas dificultades.
—Pues sí, así ha sido. No me dijo usted, querido joven, que fue coronel en el ejército…
Tavernor miró de reojo a Lissa. Ella tenía los ojos muy abiertos.
—Cuando me retiré, lo hice para siempre.
—Entonces, su negocio de reparaciones, ¿es sólo una afición, una forma de distraerse?
—Más o menos. Me gusta trabajar con las máquinas.
Tavernor se abstuvo de hacer mención de que había cobrado su pensión y que todo lo había fundido en dos años de francachelas interestelares, cosa que terminó sólo cuando oyó hablar de las leyendas de Mnemosyne, el planeta de los poetas. Se sintió tan nervioso como un pretendiente ante un futuro suegro preguntón.
—Interesante. Supongo que algún día extenderá su negocio, tomando una plantilla de hombres adecuados…
—Pues creo que así tendrá que hacerlo — repuso Tavernor complaciente.
Grenoble hizo un signo afirmativo.
—Bien, tengo que dejarle ahora, he de asistir esta noche a una cena en la Casa de la Federación con el nuevo Comandante General, el general Martínez. Tendrá usted que quedarse aquí hasta que encuentre un nuevo acomodo; mientras, mi secretaria está preocupándose de que le arreglen una habitación.
Tavernor intentó protestar; pero Grenoble desapareció por el umbral de entrada con una mano levantada suplicándole silencio. En la quietud que siguió, Tavernor decidió que debería haberse quedado en el sofá, después de todo. Se dirigió hacia él y se tumbo, recordando súbitamente una vieja lección aprendida en el pasado, que el descanso es más importante para la persona débil que el alimento; la bebida, el amor e incluso la libertad. Lissa se sentó a su lado y le subió la manta hasta la barbilla. Tavernor la miró, apreciando la gran belleza de su rostro, pareciéndole que de repente había de ser una jovencita.
—¡Oh, Mack! — murmuró la joven suspirando. Casi lo consigues…
—Conseguir, ¿qué?
—Matarte tú mismo… y me llevó demasiado el quitarte de en medio.
—¿Tú ya sabías lo de la ley marcial y demás cosas por anticipado? — preguntó Tavernor comenzando a sentirse amodorrado.
—Sí, papá me lo dijo.
—Por eso me pediste que hiciéramos aquel viaje…
—Sí, pero imaginé que tú te comportarías con toda moral respecto a mí, y así tuve que disponer… el otro método.
—Un poco drástico, ¿no te parece?
Los ojos grises de Lissa se llenaron de ansiedad.
—Yo no tenía idea, … Pero al menos estás vivo. ¿Acaso hubieras dejado tranquilamente tú casa cuando los ingenieros lo hubieran ordenado?
—Seguramente que no.
Sintió una sensación angustiosa que se removía en su interior.
—Pero ellos no me habrían matado.
—Eso es lo que tú piensas. Mataron a Jin Vejvoda.
—¡Cómo!
—Jin rehusó dejar su estudio, ya sabes que habían estado trabajando en un mural durante dos años. No sé exactamente qué fue lo que ocurrió; he oído que Jin les amenazó con una vieja pistola o algo parecido; pero está muerto. Resulta todo tan horrible…
Tavernor se apoyó sobre un codo.
—Pero, ¡ellos no pueden hacer eso! El ejército no puede comportase de esa forma en su propio suelo. ¡Habrá un consejo de Guerra!
—Papá dice que no lo habrá. El proyecto tiene diez puntos de prioridad.
—¡Diez! Eso es el…
—Lo sé. El máximum — Lissa hizo la afirmación con la seguridad de un nuevo conocimiento adquirido. Papá dice que cuando un proyecto tiene diez puntos de prioridad, cualquiera que se oponga a él, aunque sea solo un minuto, puede ser tiroteado.
Lissa aproximó el rostro a Tavernor. Este sintió la presión de sus pechos; pero de repente sintió también la impaciencia de su capacidad de mujer para provocar el desastre, derramar lágrimas sobre la muerte y al mismo tiempo retener todas sus propias certezas y sus universales ocupaciones típicas de una hembra.
—¿Te dijo tu padre de qué proyecto se trata?
Lissa sacudió la cabeza.
—El Presidente todavía no ha enviado nada en la valija diplomática y papá ha estado tan ocupado arreglando las funciones oficiales que ni siquiera ha tenido la menor oportunidad de investigar sobre el particular. Tal vez el general Martínez dirá algo durante la cena.
Tavernor dejó escapar un profundo suspiro y se echó de nuevo: Funciones oficiales. Cenas. Lissa había heredado más de su padre que unas cuantas expresiones faciales. Howard Grenoble jugaba a cosas infantiles, llamando comunicador taquiónico a la valija diplomática, ostentando sus cabellos grises y dirigiéndose a Tavernor como «joven» aunque ambas eran de la misma generación. Lissa jugaba igualmente de forma similar. Tenía que faltar algo en una persona, si la sola forma en que ella podía afrontar la riqueza era pretendiendo ser pobre y si no era capaz de mirar más allá de los muros de mármol de la residencia del Administrador y reconocer el final de su propio mundo.
—La guerra llega de esta forma, Lissa — dijo cansadamente —. ¿ No habéis descubierto ni tú ni tu padre el por qué? ¿De qué forma va a desaparecer Mnemosyne, de un golpe o de un estallido?
—Intenta dormir un poco — le susurró Lissa —. Te estás poniendo en una completa tensión por nada.
—¡Oh, Cristo…! — dijo Tavernor con desamparo.
Minutos más tarde, pareció que era despertado por una peculiar sensación en los pies. Tavernor se quedó quieto unos instantes antes de abrir los ojos, dudando si no habría estado soñando. Se hallaba en una cama, vistiendo un pijama oscuro, en lugar de la chaqueta. manchada de sangre y los pantalones. El segmento de cama que pudo ver estaba bañado con la luz de la mañana de color limón, y se encontraba descansando. Pero sus pies se hallaban todavía bajo una extraña impresión, como inmovilizados por una insistente y cálida presión.
Levantó el cuerpo y descubrió que los músculos que habían recibido tan doloroso castigo el día anterior, los tenía rígidos como una piel animal expuesta y secada al sol. Tavernor se dejó caer; después lo intentó de nuevo, con más precaución, y consiguió elevar la cabeza por encima del pecho.
—¡Hola! — le saludó la chiquilla.
—¡Hola! — repuso Tavernor, y desde una posición más baja de la almohada continuó. Tú tienes que ser Bethia.
Lissa raramente mencionaba a Bethia; pero él sabía que eran primas y que la criatura había vivido con Howard Grenoble siempre, desde que sus padres habían muerto en un accidente.
—¿Cómo lo has sabido? — expresó la vocecita simpática de Bethia un tanto decepcionada.
—Mueve mis pies y te lo diré.
Y esperó a que Bethia los hubiese movido hacia un lado, soportando estoicamente el dolor de sus piernas malheridas.
—¿Y bien?
—Lissa me lo dijo. Lo sé todo respecto a ti, Bethia. Tú eres prima de Lissa, vives aquí y tienes tres años.