Si Grenoble se hallaba un tanto molesto por la presencia de Tavernor, no pareció darlo a entender en absoluto.
Farrell fue incapaz de disimular su sorpresa. Sus ojos parecieron atravesar las ropas no militares de Tavernor, antes de hablar.
—Bueno… Lamento si…
—Ya no soy coronel en activo — explicó Tavernor —. Me retiré del ejército hace años.
—Está bien. Mack se dedica a trabajos de ingeniería aquí en El Centro — dijo Grenoble sonriendo con agrado, y con un gesto en el que podía leerse algo así como:
«Me resultaría muy difícil presentarle a usted como un trabajador manual».
Produciendo un ligero gesto de aprobación, para mostrar que había comprendido, Tavernor se excusó cortésmente y se deslizó entre el grupo. Conforme atravesaba el vestíbulo de recepción hacia la escalera que conducía a sus habitaciones particulares, oyó a Grenoble hablar con Farrell con un marcado tono de amabilidad.
—Y bien, Gervaise, ¿cómo está su tío desde la ultima vez que le vi? Hace ya tanto tiempo que me parece toda una vida, y…
Tavernor traspasó el umbral y se hallaba ya a media escalera cuando su perezosa memoria resurgió ante el tono con que Grenoble pronunció la palabra «tío», identificando así a Farrell. Entonces cayó en la cuenta de que aquel jovencísimo teniente coronel era el sobrino de Berkeley H. Gough, Presidente Supremo de la Federación. Tavernor había visto su fotografía en las revistas militares y en ocasionales programas de televisión, en que se utilizaba la juventud de Farrell como propaganda. El historial y las circunstancias que rodeaban a Farrell ayudaban perfectamente a explicar su actitud casi posesoria hacia la Residencia del Administrador, sin perjuicio de que ciertas cualidades personales de Farrell tuvieran una determinada atracción, nada de lo cual impresionó a Tavernor en absoluto.
Encontró a Lissa en la terraza que dominaba las aguas turquesas de la piscina. Estaba inclinada sobre el trípode de una gran pantalla unida a un telescopio electrónico, dispuesto de cara al sudoeste hacia el dolorosamente brillante lago de plata del nuevo campo militar visible a través de un grupo de árboles nativos del planeta. Tavernor sintió durante unos momentos la voluptuosidad de contemplarla en aquella pose, con sus negros cabellos y su cutis moreno resplandeciendo en la luz vespertina y en contraste con la extraordinaria blancura de un sencillo vestido.
—Imagina que casi lo hice…
—¡Oh, Mack! — ella le miró entusiasmada y sonriendo.
Contra la tez morena de su bello rostro, sus dientes tenían una blancura increíble. Tavernor sintió la profunda emoción que ya le era familiar y que calaba hasta lo más profundo de su ser; pero se esforzó en suprimirla. Se concentró en las palabras que iba a pronunciar su boca de hombre de cuarenta y nueve años para los oídos de una joven de diecinueve. Le describió el incidente de la escalinata.
—Gervaise Farrell — dijo ella —. No creo que lo haya conocido nunca a menos que haga tiempo que lo haya olvidado. Papá quiere que se quede aquí.
—¿Aquí? — Tavernor se hallaba molesto por la intensidad de la punzada de celos que le golpeó en aquel momento. — Resulta esto necesario?
—¿Necesario? No, pero parece una buena idea.
Lissa habló despreocupadamente, conforme ajustaba el trípode del telescopio, mientras que Tavernor hubiera querido saber si ella había percibido sus celos y estaba pensando en hacérselo pagar, por haber rehusado reiteradamente el regio don de su cuerpo. Tras varios meses, Tavernor ya sabía lo bastante de Lissa para sospechar que cuanto más grandes fuesen sus motivos para no irse a la cama con ella, más grandes serían los resentimientos de la joven. Estudió sus facciones, mientras le anunciaba que había encontrado otro lugar donde quedarse y que iba a trasladarse a él.
—Llamé a Kris por teléfono esta mañana — dijo ella sin darse cuenta aparentemente de que Tavernor había estado hablando —. Le rogué que no siguiera adelante con su marcha de protesta; pero pareció que no me estaba escuchando.
—¿Importa eso mucho?
Lissa le miró con los mismos ojos confusos de su padre.
—Lo cambia todo. Papá representa al Presidente supremo en Cerulea.
Era la primera vez que había oído a la joven referirse a Mnemosyne por su nombre oficial cartográfico.
—¿De veras?
—Así es, nunca le traicionaré al identificarme con cualquier movimiento contrario a la Federación. Es extraño, Mack, yo había imaginado que tú serías aun más rebelde en este aspecto de la protesta que Kris.
—Yo ya he visto muchas cosas en el tiempo que vivo aquí; pero ninguna tan demostrablemente incierta como esa de que «Jin Vejvoda no ha muerto».
—No es nada divertido.
Lissa le volvió la espalda al telescopio electrónico y activó la pantalla. El fol aje de los distantes árboles aparecía nítido y perfecto contra el cristal aumentado, con las suaves ondulaciones del viento.
—Me gustaría decirle adiós a Bethia — dijo Tavernor, sintiendo que había sido tratado con cierta aspereza.
—Está haciendo su siesta de la tarde. Mira en su dormitorio.
—Está bien.
Herido por la indiferencia en la voz de Lissa, dejó la terraza y deambuló entre las habitaciones de la gran Residencia, hasta dar con el dormitorio de la niña. Era grande, amueblada y dispuesta con el mismo estilo de las otras habitaciones, desprovista de instalaciones infantiles y sin el menor signo de la existencia de juguetes. La diminuta figura yacía inmóvil en la gran cama. De nuevo sintió el deseo de haber tenido un hijo propio. Entró dentro de la luz polarizada de la habitación y se aproximó a la cama, tratando de reconciliar la carita infantil con el aura de algo misterioso y extraño de la criatura, con su precocidad y un cierto toque de santidad bíblica. Los ojos de Bethia estaban cerrados; pero de repente, Tavernor percibió la clara impresión de que no estaba dormida. Mack susurró su nombre. No hubo respuesta y Tavernor se retiró alejándose de la cama con la extraña sensación de haber cometido un enorme sacrilegio.
Volviendo a la terraza oyó la voz de Lissa en conversación y el contrapunto de una voz masculina. Se aproximó y se encontró con Gervaise Farrell de pie junto al telescopio y a Lissa.
—Aquí viene — exclamó Farrell entusiasmado. Sus morenas facciones aparecían excitadas —. ¿Dónde ha estado usted, Mack? Howard acaba de presentarme a su bella hija y estaba diciéndole lo cerca que estuve de arrojarlo de la casa.
Tavernor parpadeó.
—Es singular. Yo por mi parte también le estuve contando lo cerca que estuve de arrojarle a usted.
—¡Estupendo! — rió Farrell divertido, como si Tavernor hubiera dicho algo fabuloso, mientras no le quitaba ojo de encima a Lissa, invitándola a unirse a él.
Tavernor se quedó sorprendido ante la respuesta de Lissa; pero aún más ante la conducta de Farrell, sintiéndose realmente intrigado por su cambio al recordar la mirada fría y obstinada que había visto en los ojos del joven oficial en el incidente de la escalera, antes de intervenir Grenoble.
—Estoy despidiéndome — dijo Tavernor. Miró a Lissa y continuó: Gracias por la hospitalidad. Tal vez…
—Pero esto es ridículo — le interrumpió Farrell —. Siento como si se tuviera usted que marchar por el simple hecho de haber venido yo…
—Puede usted tranquilizar completamente su mente — le aseguró Mack.
—En serio, amigo, acabo de llegar a Cerulea tras dos semanas de viajar por el vacío del espacio y me gustaría tener alguna amable compañía. ¡Y ahora la tengo! Ustedes dos serán mis invitados en la inauguración del nuevo comedor de oficiales. Será una noche para recordarla, se lo aseguro.