—Lo siento. Yo no soy persona grata en la Base y en cualquier caso tengo que ir a una cita a la que no puedo faltar.
—Es una lástima — repuso Farrell con una inmediata aquiescencia —. Se volvió a Lissa con un gesto casi infantil —. Pero tú vendrás, ¿no es verdad? Los otros hombres serán…
Se detuvo al comprobar la atención de Lissa captada por la escena que estaba desarrollándose en la pantalla del telescopio. A una distancia de un par de millas de la entrada principal de la Base, pero en la pantalla aumentada por las magnificas lentes del telescopio, se había formado una imagen en la que podían advertirse hasta los botones de los uniformes militares, y en ella aparecía una enorme masa de gente con el barullo y el desorden propio de una algarada civil de rabiosa protesta. Por lo que Tavernor interpretaba, la columna de protesta había alcanzado el punto de control y en aquel momento intentaba forzar el paso hacia adelante. Vehículos militares y soldados a pie convergían sobre la oscura marea de humanidad apilada al exterior de la puerta, por encima de cuyas cabezas ondeaban las pancartas en las que se leían las más disparatadas frases, creando un aire lleno de colorido y de tremenda confusión.
Mientras Tavernor observaba la escena, la ola humana retrocedió. Las gentes alejadas de la puerta, sintiendo el cambio de dirección, se volvieron y echaron a correr, dejando a sus infortunados compañeros de protesta. Los que quedaron atrás crearon una enorme masa desconcertada sobre la que cargaba a toda velocidad un enorme vehículo suspendido en sus cojines de aire. Tras el vehículo llegaban las figuras de los soldados comportándose, bajo órdenes, como robots implacables. Llevaban dispuestas toda clase de armas para oponerse a lo que fuese y utilizarlas salvajemente como mazas para golpear. Mantenían los rifles cogidos con ambas manos, moviéndolos de un lado a otro, como si estuvieran entre un rebaño de fieras hambrientas.
—¡Es un ataque! — exclamó Farrell incrédulamente y casi contento —. ¿De dónde puede venir esa muchedumbre?
—Es una parte de la famosa colonia de artistas del planeta — repuso Lissa sombríamente, cubriéndose la boca con las manos sin quitar los ojos de la pantalla.
—Pero toda esta zona está bajo la ley marcial… Esos pobres estúpidos van a pagar caro por eso.
—De eso se trata — observó Lissa —. Uno de ellos, un hombre que gozaba de todo respeto, ya ha sido muerto. Rehusó dejar su hogar antes de que el bosque fuese derretido y licuado.
Los ojos de Farrell se dispararon como flechas hacia el rostro de Lissa, notando su estado emocional en aquel asunto.
—¿Conocías a ese hombre? — le dijo poniéndole la mano en el brazo con un gesto de simpatía —. Lo siento. Sé que ya es demasiado tarde para ayudar a ese hombre que ha muerto; pero haré que se investigue el asunto. Si existe alguna culpabilidad, los hombres que estén implicados pagarán su culpa.
—¡Bravo! — exclamó Tavernor irónicamente, mientras se marchaba.
Había visto los ojos de Farrell como bebiéndose con placer las lejanas escenas de violencia con una singular excitación y algo le dijo en su interior que los plácidos tiempos de Mnemosyne tocaban a su fin.
6
En una sola semana se produjeron grandes cambios. Tierra adentro a partir de El Centro, donde los bosques estuvieron una vez, se construía una nueva ciudad a una fantástica velocidad. Gigantescos helicópteros de carga se cernían continuamente con sus rotores a marcha lenta, colocando juntos bloques de veinte pisos en cuestión de horas, mientras otros iban de un lado a otro acarreando piezas sueltas ya prefabricadas. El cielo de la parte sur de la región del campo espacial, antes tranquilo y turbado sólo por la llegada de las naves semanales y sus chorros de fuego en los reactores, se convirtió en un suburbio del propio infierno. Estaba constantemente castigado por la aparición de bolas de fuego de los cargueros nucleares que rivalizaban con el propio sol durante el día, y pintaban en las nubes nocturnas todo un aquelarre de horribles figuras ardientes, borrando la inmensa belleza del cinturón enjoyado de los fragmentos lunares que rodeaba al planeta.
Conforme se iba completando cada nuevo edificio militar, era inmediatamente ocupado por personal militar y civil. La carretera que enlazaba la Base con El Centro, tronaba con el ruido del tránsito, mientras que a su vez los almacenes, tiendas, salas nocturnas y bares realizaban negocios fabulosos, sin precedentes.
Al principio Tavernor tuvo la sensación de que estaba viviendo en el vacío. Sus viejos rincones de placer y diversión se habían convertido en lugares hostiles, propios de gente extraña que hablaba a voces. La televisión y la radio continuaban como siempre, sin la menor referencia a la invasión. Tavernor cayó en la cuenta con cierto miedo de que el dinero que había recibido de su propiedad, no era todo suyo; en el taller había varios motores y aparatos para ser reparados incluyendo una turbina costosa. Pasó todo un día en contacto con sus propietarios haciendo los adecuados arreglos y finalmente volvió a encontrarse casi en un callejón sin salida.
Las pocas personas que reconoció como supervivientes de la marcha de protesta tan desastrosa, se mostraban extrañamente evasivas cuando les preguntaba respecto al asunto, aunque finalmente halló algunos nuevos hechos y datos, de los cuales el más sorprendente fue que en la revuelta resultó muerto uno de los centinelas. Nadie estaba seguro de cómo pudo haber ocurrido; pero el rumor más digno de crédito era el que Pete Troyanos, un diseñador de cerámica artística, le había retorcido la cabeza hasta desprendérsela del tronco. Tampoco le aclaró nadie cuántos resultaron heridos en la marcha de protesta, porque todos aquellos que no habían podido escapar rápidamente del tumulto fueron arrestados e introducidos en la Base. Igualmente le resultó imposible saber cuántas bajas se habían producido en la algarada. Quedaba la sospecha de que se hallaban en la cárcel, en los hospitales o en los depósitos de cadáveres, según su estado.
Casi al mismo tiempo, Tavernor comenzó a notar la presencia de grupos de policías especiales con gorras rojas por todo El Centro, comprobando identidades y repentinamente comprendió por qué los de la marcha de protesta habían mostrado tal resistencia a hablarle del asunto. Algunos de sus miembros, posiblemente un gran grupo, había huido.
Como si vinieran a confirmar sus sospechas, los canales de difusión de los medios informativos hicieron la primera mención del cambio de la situación en El Centro. Tomó la forma de repetidas advertencias en el sentido de un anuncio especial que haría públicamente un oficial en Jefe de la seguridad externa en la «Base de Cerulea n.01». Pendiente del asunto, Tavernor pudo ver en la televisión, no sin cierta sorpresa, las facciones leonardescas de Farrell, apenas más luminosas que con su uniforme marrón de campaña, hacer la declaración pública anunciada en la televisión:
«Ciudadanos de Cerulea — comenzó Farrell —. Como todos ustedes saben, la Federación ha establecido una importante Base Militar cerca de esta ciudad, la mayor del planeta. El Centro. No es un secreto para nadie que esta Base está siendo preparada para convertirse en un centro de planificación de importantes operaciones, para seguir la pauta adecuada en la guerra contra una especie extraña a este mundo que habitamos y que por todas las evidencias de que disponemos, se ha dedicado exclusivamente a la completa aniquilación de la raza humana.»
Farrell hizo una pausa buscando el efecto deseado y Tavernor vio que los matices de su voz, de confianza y optimismo — una característica invariable de las declaraciones públicas respecto a la guerra —, se hal aban ausentes de la realidad. También supo de primera mano por propia experiencia, que todo el discurso, con la colocación de sus pausas, puntos y comas, había sido redactado por algún experto semántico. La conclusión era que la situación de la guerra había empeorado. La mente de Tavernor volvió al gran misterio que yacía tras los acontecimientos de los pocos días anteriores… el por qué el COMSAC habría transferido su centro de operaciones al más inconveniente, costoso e improbable lugar de la totalidad de la Federación.