Era casi mediodía cuando llegó a la corriente y giró hacia el oeste a lo largo de la orilla llena de espesa vegetación del barranco por donde discurría. Conforme el sol llegaba al cenit el calor se hizo más pesado y el bosque parecía haberse dormido en una completa quietud, como consecuencia del reposo de sus habitantes. Aquí y allá, se formaban columnas de vapor de agua que ascendían de los árboles empapados por la humedad, con sus enormes hojas exudando la captada durante la noche. El caminar se hizo una penosa tarea, sin significado y sin fin. Ocupó su mente, intentando imaginarse qué clase de recepción tendría de los fugitivos en el caso de encontrarlos. Podría darse el caso de que se hubieran cansado de tal forma que hubiesen preferido entregarse… O dirigirse hacia el sur, o hacia arriba…
Sus especulaciones fueron interrumpidas por el monótono ruido de los rotores de un helicóptero que cruzaba sobre su cabeza. Tavernor dio media vuelta y divisó brevemente el aparato, mientras se ocultaba en una oquedad del barranco. El aparato surgía procedente de la costa. Sacó los prismáticos de su mochila y los enfocó al dentado horizonte, La máquina apareció de nuevo en su campo de visión con los rotores girando lentamente, y la imagen aumentada de la máquina confirmó sus temores. Proyectadas fuera de ella aparecían instaladas las unidades termopilas, como los brazos de una araña, a los costados del fuselaje. Aquella versión militar Je tales dispositivos, como ya sabía Tavernor, podía detectar el calor de un cuerpo humano desde una altura de trescientos pies, aunque dependiendo de ciertas condiciones. Además servia como control de fuego para cualquier arma, desde un nido de ametralladoras hasta una batería de morteros.
El helicóptero se hallaba a una mil a de distancia, lo que significaba que tardaría tal vez unos treinta segundos en hallarse en su vertical. Instantáneamente rebuscó un hueco cualquiera en el barranco en donde poder esconderse. A los lados, todo aparecía liso y sin huecos y el agua solo tenía unas cuantas pulgadas de hondura, descartando cualquier posibilidad de sumergirse en ella. El cansado ruido del helicóptero cambió de tono al cruzar en diagonal en su paso por encima de la hondonada.
La mirada de Tavernor se dio prisa fijándose con inmediata atención en las inmóviles columnas de vapor que surgían de un gran árbol situado a unas cincuenta yardas. Corrió hacia él, zigzagueando frenéticamente entre los demás árboles pequeños.
El sonido del helicóptero se había convertido en un rítmico trueno conforme llegaba a la base del árbol. Se echó detrás del tronco y se acurrucó allí, mirando hacia arriba, a través del espeso fol aje que como una enorme sombrilla le recubría en aquel momento. Las ramas se estremecieron al pasar el aparato por encima, dando la impresión de que rozaba la copa del árbol, y a Tavernor se le detuvo la respiración. Contaba con que el efecto refrigerante producido por el escape del vapor acuoso del árbol evitase su localización por el dispositivo de las termopilas del helicóptero, atenuando así el calor emanado por su propio cuerpo. Pero, ¿qué sucedería si…?
El sonido de la máquina se alteró de repente, mostrando que los rotores habían cambiado de dirección para maniobrar. Tavernor dio la vuelta al árbol y pasó al lado opuesto. De nuevo el terreno vibró y se dio cuenta de que el helicóptero estaba rastreando algo. Y repentinamente el zumbido monorrítmico de los rotores dio paso al martilleante ruido de las ametralladoras. A Tavernor se le puso el cuerpo rígido esperando de un momento a otro quedar inmerso en una nube de trozos de tierra y pedruscos arrancados del suelo por el fuego del aparato.
Milagrosamente, el fuego cesó antes de que el helicóptero pasara por su vertical, dándose cuenta de que maniobraba para ganar altura. Su confuso cerebro obtuvo la conclusión de que el helicóptero tuvo que haber disparado a otra cosa diferente. Se puso en pie e intentó ver qué había mas arriba en el barranco, en donde parecía haber estado el objetivo del fuego del helicóptero. Su visión estaba oscurecida; pero aquello solo pudo haber sido la respuesta. Tras él, el helicóptero había dibujado la figura de un ocho y estaba dando la vuelta para volar barranco abajo. Tavernor se disparó a través de los árboles en una serie de saltos de gamo, arriesgando vaciarse un ojo con aquella maraña de tallos secos y cañas. Cruzó una baja prominencia del terreno para llegar a un claro exactamente al mismo tiempo que el helicóptero. Tardó un segundo en cruzar aquel trozo de cielo abierto; pero en aquel solo segundo, las ametralladoras del aparato barrieron el suelo del bosque, como si fuese una rociada líquida, por sobre el cual corrían una serie de figuras humanas en un pánico animal. El ruido del aparato se fue perdiendo y quedó enmascarado por el crujir de las ramas, metódica, casi suavemente, conforme iban cayendo hacia el suelo.
—¡Por aquí! — gritó Tavernor —. ¡Diríjanse hacia los árboles!
Siguió gritando mientras corría por el claro, haciendo señales con los brazos e intentando servir de pastor a aquel rebaño enloquecido de fugitivos para conducirlos a lugar seguro. Algunos siguieron la dirección indicada, otros le miraban fijamente con ojos de sorpresa.
—¡Dense prisa todos ustedes! — grito otra voz —. ¡ Hagan lo que les dice!
Tavernor se volvió y vio a Kris Shelby. Incluso en aquellas circunstancias, su alta figura conservaba una cierta elegancia estudiada, pero el brazo izquierdo le colgaba como un guiñapo junto al cuerpo y la sangre corría entre sus dedos.
—¡Dejen de gritar y corramos! — exclamó Tavernor cogiendo a Shelby por el brazo sano y llevándolo hacia el árbol más próximo.
—Es usted un tonto, Mack — le dijo Shelby haciendo gesto de dolor cuando comenzó a correr —. Usted ni siquiera pertenece a Mnemosyne.
—Algún día será.
Y mientras así hablaba, Tavernor echó un vistazo hacia la bóveda de los grandes árboles donde los rotores del helicóptero brillaron brevemente en el sol de la tarde, conforme se preparaba para otra pasada sobre el claro. Mack comenzó a creer que no tendría escape posible de aquella trampa que había comenzado a cerrarse en su entorno desde el mismo día en que abrió los ojos por primera vez.
8
Los alas de cuero chillaron temerosos al abrir Tavernor la jaula de mimbre en que estaban encerrados.
Proyectó mentalmente sentimientos de seguridad y de buenos deseos sobre el más inmediato y la criatura con su cuerpo compacto pareció relajarse, con sus ojos plateados brillando y mirándole dulcemente en la precaria luz de la caverna. «Así, amiguito, así, tranquilo.» Tavernor llevó el alas de cuero hasta el colchón de hierba seca que formaba su cama. Sobre el suelo y junto a la cama, había una enorme flecha de seis pies de largo. El asta tendría aproximadamente una pulgada de espesor y estaba hecha de un tallo, duro como el acero, de los que crecían profusamente en la mayor parte de aquellos barrancales. Aparte de su tamaño, la cosa más singular de aquella flecha era la punta, desproporcionadamente grande, bulbosa y tallada, de una madera granulosa y dura. La punta había sido parcialmente ahuecada, creando una especie de nicho donde Tavernor podía encajar el cuerpo del animal. Lo hizo con suavidad y después comprobó que la cabeza redondeada del alas de cuero no estaba constreñida y que sus satinadas alas podían moverse libremente. Satisfecho, volvió a la criatura a su jaula en donde quedó encerrada.
—¿Cuándo piensas que vendrán otra vez detrás de nosotros, Mack? — preguntó Shelby, apenas visible en la boca de la cueva, como una mancha oscura en la luz plateada y sin sombras del cinturón lunar del planeta.
—Mañana, tenlo por seguro.
—¿No crees que se arriesguen a un ataque nocturno? Quiero decir disponiendo, como disponen, de dispositivos de rayos infrarrojos y que nosotros no tenemos.