Tavernor sintió aumentar su júbilo interno, parecía hallarse en el umbral de la comprensión de algo importante, y entonces, porque la emoción era un producto de su individualidad, se perdió el nebuloso contacto, con un acelerado anhelo de volver al estado normal. Y fue un momento de decepción; pero incluso aquello se desvaneció en algo menos que un recuerdo. Tavernor volvió a encender su pipa, e intentó acostumbrarse a la alterada apariencia de cuanto le rodeaba. Las declaraciones publicadas y difundidas por el Departamento de Guerra, habían expresado que la estrella Neilson durante dos semanas llegaría a ser aproximadamente un millón de veces más luminosa de lo que hasta entonces había sido, pero que aún así no llegaría a la milésima parte del brillo del propio sol del sistema del planeta Mnemosyne. El efecto era muy similar al producido por la luz de la Luna en la Tierra, según comprobó Tavernor. Solo lo repentino de su aparición había producido pavor, la sorpresa y el conocimiento de lo que pudiera suceder tras el fenómeno.
El sonido de una máquina de tierra aproximándose desde la dirección de El Centro perturbó la ensoñación de Tavernor. Prestando atención al ruido del motor, reconoció el coche costoso y de zumbar suave de Lissa Grenoble, incluso antes de que sus faros mostraran la luz de color topacio a través de los árboles. Su corazón comenzó a latir con más fuerza. Permaneció inmóvil hasta que el vehículo casi llegó a la casa, dándose entonces cuenta que estaba tratando deliberadamente de mostrar los atributos que más admiraba ella en él, su solidez temperamental, su autosuficiencia y su fuerza física. «No hay hombre más tonto que un hombre de mediana edad presumido», pensó Tavernor, al retirarse de la pared en que estaba apoyado.
Abrió la portezuela del vehículo en la parte destinada a1 pasajero y la sostuvo hasta que el vehículo tocó el suelo. Lissa le sonrió con su bella dentadura blanquísima. Como siempre, a la vista de la joven, Tavernor sintió un volcán en su interior. Enmarcado por unos cabellos negros que le llegaban hasta los hombros, el rostro de Lissa aparecía con la nota dominante de una hermosa boca y unos enormes ojos grises. Su nariz estaba ligeramente respingada para formar el conjunto de una belleza clásica. Era un rostro que resultaba casi el arquetipo de la cálida feminidad, perfectamente armonizado con un cuerpo cuyo busto y muslos resultaban ligeramente más amplios de lo que exigía la moda corriente.
—El motor suena todavía muy bien — dijo Tavernor a falta de mejor cosa que decir.
Lissa Grenoble era la hija de Howard Grenoble, el Administrador Planetario; pero Tavernor la había conocido de la misma forma en que usualmente conocía a la gente en Mnemosyne; es decir, cuando le buscaban para reparar una máquina. El planeta se hallaba virtualmente desprovisto de depósitos de metal, y además ningún navío mariposa podía dedicarse a traer carga procedente de la Tierra fuera del cinturón de los fragmentos lunares o de cualquiera de los demás centros manufactureros. Y así, siendo la primera familia de Mnemosyne y la más rica, prefería pagar las repetidas reparaciones hechas a un vehículo que embarcarse en el fantástico costo de importar uno nuevo, sirviéndose de una nave-mariposa, una estación orbital o reactor de línea.
—Pues claro que el motor suena bien — repuso Lissa —. Lo dejaste mejor que nuevo, ¿no es cierto?
—Sin duda has estado leyendo mi expediente de promoción — dijo Tavernor, halagado a pesar suyo.
Lissa dio la vuelta al vehículo, se aferró a un brazo de Tavernor y le atrajo hacia sí a propósito. Él la besó una vez, bebiendo en la increíble realidad de ella, en la forma en que un hombre sediento traga los primeros sorbos de agua. La lengua de Lissa estaba ardiendo, con un calor superior al que cualquier ser humano podía tener normalmente.
—¡Eh! — exclamó Tavernor apartándose de ella —. Has comenzado pronto esta noche.
—¿Qué quieres decir, Mack? — preguntó Lissa con un pícaro gesto.
—Las chispas. Has estado bebiendo chispas.
—No seas bobo. ¿Acaso huelo a chispas?
Tavernor comenzó a oliscar dudoso, echando pronto la cabeza hacia atrás al querer ella pellizcarle la punta de la nariz.
El aroma volátil de los prados en verano, propio de las chispas, estaba ausente; pero él no se quedó por completo satisfecho. Tavernor no bebía jamás aquel líquido productor de sueños, prefiriendo el whisky; otra forma de recordarle que Lissa tenía diecinueve años y él treinta años más que ella. La gente ya no mostraba apenas su verdadera edad, y así casi no existía una barrera física entre ellos; pero a pesar de esto los años estaban insertos en su mente.
—Entremos — indicó Tavernor —. Vámonos fuera de la vista de esta luz fantasmal.
—¿Fantasmal? Pues a mí me parece romántica…
Tavernor frunció el ceño.
—¡Romántica! ¿Sabes lo que significa? — Y miró hacia arriba al intenso punto de luz y poco después, ya más fácilmente, al objeto en que se había convertido en el firmamento la estrella Neilson.
—Sí, por supuesto. Eso significa que están abriendo una ruta comercial de alta velocidad hacia Mnemosyne.
—No — Tavernor sintió que volvía a sufrir una fuerte tensión —. La guerra viene por ese camino.
—Ahora eres tú el que te portas como un bobo.
Lissa soltó el brazo y ambos entraron en la casa. Tavernor buscó el interruptor de la luz; pero ella se interponía a su mano, acercándosele de nuevo. El respondió instintivamente y una parte de su mente que nunca dejaba la guardia, le sugirió entonces una idea en el torbellino emocional que estaba sufriendo. «Este es el más torpe intento de seducción que jamás haya visto.»
Sintiendo algo parecido a un engaño, Tavernor se abstrajo en sí mismo lo suficiente como para estar en condiciones de pasar revista a sus relaciones con Lissa Grenoble, desde el tiempo en que se habían conocido tres meses antes, hasta el momento presente. Aunque la atracción que ambos habían sentido había sido instantánea y mutua, la amistad había sido algo difícil, principalmente a causa de la diferencia de sus respectivas posiciones en la estructura social rígida y apretada de Mnemosyne. El nombramiento y el cargo de Howard Grenoble era tal vez el menos político de su género en la Federación, gracias a las numerosas peculiaridades del planeta, pero así y todo ostentaba el rango de Administrador y no se esperaba en modo alguno que su hija llegara a implicarse con…