—No, no lo creo — afirmó Tavernor enfáticamente —. No hemos visto ese helicóptero con estrellas azules de Farrell en todo el día y no se moverán a menos que él esté ahí.
—Pareces muy convencido.
—Lo estoy. Esto es una baza de juego con Farrell, ya sabes. ¿Cuánto hace que están tras nosotros disparándonos a placer?
—Dos meses.
—¿Y cuántos hombres hemos perdido?
—Ocho.
—¿Ves a lo que me refiero? Si realmente estuviese Farrell ansioso de liquidarnos, lo habría hecho en cuestión de minutos. Ha podido pulverizar la totalidad de la zona, o quemar el bosque o fundirlo alrededor de nosotros. Ha podido incluso poner ingenios atómicos en los helicópteros, en cuyo caso todos habríamos salido volando el primer día.
—Eso sería un mal efecto de relaciones públicas, ¿no crees? Al personal de la Base le gusta relajarse en la ciudad.
—Malas relaciones privadas también.
Tavernor pensó en Lissa y en la forma en que Farrell dispuesto las cosas para dominar a la muchacha desde el momento en que se encontraron. Conociendo su actitud hacia la colonia de artistas, Farrell debió haber hecho todo lo posible para evitar que Lissa tuviera conocimiento exacto de lo que estaba sucediendo en el triángulo del bosque.
—Además — continuó Tavernor —, se vería con malos ojos el expediente militar de un hombre como Farrell, si tuviera que utilizar proyectiles atómicos contra un puñado de desgraciados insurrectos. Incluso así, sigo creyendo quo esto es como una partida de caza. Esto es como su coto de caza particular, con sus ciervos y jabalíes, y el matarlos tiene que ser a la luz del día, con él a la cabeza ordenando la cacería.
—Eso suena a tipo encantador — repuso Shelby entrando en la cueva —. Toma un trago, Mack.
—No, gracias — repuso Mack poniendo la gran flecha junto a cinco más —. ¿Cuánta bebida trajiste contigo, Shelby?
Shelby emitió una risita entre dientes.
—Pues… solo esta botella; pero he ido conservándola y quizás, si no bebo esta noche, no tenga ya más oportunidad…
—La gente ha sido capaz de escapar de peores sitios que éste.
—Tal vez; pero si es que hemos de escapar de aquí y a través de esa línea, no creo que vayamos a vivir mucho en el archipiélago. Nada parece tener objeto.
Tavernor sabía a lo que se refería Shelby. La caverna estaba en la base de los acantilados y a lo largo del borde occidental del bosque, escondida profundamente en la fisura hecha por un pasaje de agua del mar, seco desde hacía ya mucho tiempo. El ejército aún no conocía muy bien su localización exacta; pero habían ido estrechando el cerco hasta una franja de dos mil as de distancia alrededor de los acantilados, acordonando la zona. El plan de Tavernor, tal y como lo había concebido, era el de romper el cordón y dirigirse hacia el norte, adentrándose en la parte más salvaje e inhabitada del continente. Mantenía la débil esperanza de que si conseguían escapar del inmediato alcance del ejército, serian olvidados gradualmente; pero pudo darse cuenta de que para un hombre como Shelby, aquello era apenas la sustitución de una muerte rápida por una más lenta.
—Recuerda a Gauguin.
—¿Gauguin? — repuso Shelby incorporándose de su camastro de hierbas —. ¡Ah! Ya comprendo a lo que te refieres. Este no es el caso. Yo puedo vivir sin pintar. Soy bueno en la pintura; pero eso es todo, un buen pintor y nada más. Es un alivio estar en condiciones de conocer la verdad y rendirse realmente a la evidencia.
La voz de Shelby tenía un acento peculiar que le recordó a Tavernor la mujer de ojos lechosos que no se atrevió a venir a Mnemosyne.
—¿A qué te refieres, entonces? — preguntó Mack, con una sensación de alivio por no haber sentido nunca tendencias artísticas.
—Pues quiero decir que… nada de lo que hagamos ninguno de nosotros tiene objeto en los días que vivimos. ¿Cuánto tiempo tardarán los pitsicanos en venir, Mack?
—Puede que no vengan nunca.
—Vamos, no gastes bromas conmigo. La guerra ya existía antes de que hubiéramos nacido y la hemos estado perdiendo siempre.
—¿De veras crees eso?
—Lo sé; a despecho de los trucos que emplea habitualmente el Departamento de Guerra. Ya sabes, Mack, Mnemosyne es un mundo extraño. Tiene la más alta proporción de artistas, poetas y músicos que cualquiera de colonias humanas esparcidas por la Federación. Nadie tiene la certeza de por qué vienen aquí, pero lo hacen, sencillamente como los lemings. ¿Sabes tú lo que traen con ellos?
—Adelante. Te escucho. — Tavernor echó mano de la pipa y con trabajo rebuscó las últimas hebras de tabaco que le quedaban en la bolsa.
—Pues traen el alma humana, o lo que queda de ella. Te parece una locura, ¿verdad?
—Pues no del todo — le aseguró Tavernor, reservándose con cuidado el asombro que le producía la imaginación de una mente artista.
—Esta vez has exagerado tu seriedad, amigo mío — cont1nuó Shelby destapando la botella —. En estos dos meses, ha ido creciendo mi afecto hacia ti, Mack; pero tú, en realidad, eres solo un artesano. Las cosas que te estoy diciendo son tan verdad como tu preciosa Segunda Ley de la Termodinámica; pero en otro plano de la realidad. ¿Te ofende eso? ¿Vas a acusarme de nuevo de homosexualidad?
—No tras haberte oído al fondo de la cueva con Joan Mwahi.
—En tiempos de peligro, la fuerza de la vida se acrecienta en límites insospechados; es la forma lógica en que se comporta la Naturaleza.
—La mayor parte de las noches, lo vuestro suena a una confrontación a vida o muerte, a lucha total.
—Así es, teniendo en cuenta que he sido el más duramente reprendido de todo el grupo. Pero estaba hablando de otras cosas. El arte, tanto si aceptas la idea, como si no, sirve de espejo al alma humana. El artista no es nada sin la inspiración y cuando ésta llega, el artista es meramente un instrumento, lo que hace que el arte sea tan valioso. Una verdadera obra de arte, te dice cómo son las cosas, dando por supuesto que sepas cómo mirarlas. Un ser dotado de una suprema inteligencia que la mire, pongamos por caso el mural del pobre Vejvoda, habría estado en condiciones de leer en él la totalidad de la experiencia humana, incluso en el caso de que el propio Jin, solo un instrumento, hubiese sido incapaz de tal interpretación.
—¿Para qué sirve pintar, si la pintura no puede ser comprendida?
El interés de Tavernor estaba comenzando a excitarse. Las palabras de Shelby despertaban unos lejanos ecos en su mente, medio formando la idea de la omnipresencia de la vida, que le había alcanzado durante el fantasmal silencio que siguió a la transformación de la estrel a Neilson.
—Pero es que siempre puede ser parcialmente comprendida, y el único camino con significado que puede seguir la vida de un hombre es el que acreciente su grado de comprensión. Una pintura clásica abstracta, como «Emitir luz sin dolor», contiene exactamente la misma información, infinitamente multiplicada, que la que nos proporciona la tabla de Van Hoerner de valores arbitrarios para el curso de las vidas y probabilidades de destrucción de las civilizaciones técnicas.
—¿Acaso es que el mural de Vejvoda contiene un informe hasta el momento presente respecto a la situación de la guerra?
—Lo creas o no… sí. Te habría dicho que el Hombre casi ha perdido su alma, que su genio se ha marchitado, que está perdiendo la guerra contra los pitsicanos, porque ha perdido el derecho a ganarla.
Tienes razón respecto a mí — concedió Tavernor —. Yo sólo soy un artesano.
—Tú eres un ser humano como el resto de nosotros; pero una simple copa de chispas puede hacer la condición soportable.