Se tapó la cabeza con las sábanas, y en el acto comenzó a escuchar el leve silbido burbujeante que, como se le había dicho, era de los que ya estaban de pie a su alrededor, las mujeres y hombres sin cabeza que salían de las paredes.
Hal sabía que eran de verdad. De pie a todo su alrededor, sus ropas estaban empapadas de sangre que brotaba de unos tubos que tenían en el cuello. La primera vez que les vio salir fuera de las paredes creyó que había sido una pesadilla, y se lo dijo a su padre, buscando seguridad. La cara de su padre se había puesto seria y sombría, acusadora. «Los niños que han nacido en. el pecado», le había dicho, «están rodeados por gentes sin cabeza todas las noches, como un castigo por el mal»
Siempre, desde entonces, Hal había podido oírles, incluso estando completamente despierto, teniendo el convencimiento de que él era ciertamente un niño malo y perverso.
Una tarde, en que comunicaron malas noticias de la guerra, cuando la primera bomba robot se había deslizado a través de las pantallas de seguridad de la Federación e hizo estallar un planeta, su padre había bebido mucho, murmurando entrecortados sollozos en su espantosa borrachera, y supo que los hombres y mujeres sin cabeza eran solamente una pesadilla. Pero para entonces, Hal ya sabia muchas cosas de una forma diferente…
Acurrucado como una solitaria pelota bajo las sábanas, sintió la presencia de aquellas fantasmales figuras rodearle la cama una vez más y de nuevo sobrevivió llamando a su protector.
Mack tenía una peculiar y equívoca posición en el designio de la existencia de Hal. Era tan real como las gentes sin cabeza, y con todo irreal, puesto que podía ser llamado o borrado a voluntad; era una persona separada, pero a veces, él y Hal eran la misma persona. Mack tenía el cabello negro; solemne, inmensamente poderoso, con unos brazos tan fuertes casi como todo el cuerpo de Hal y no tenía miedo de nada en todo el universo, ni incluso de los pitsicanos, ni tampoco de los visitantes nocturnos.
Las gentes sin cabeza podían llegar y entrar en la habitación, pero nunca intentaban hacer nada más, porque. Hal/Mack portaba un extraño y terrible rifle que jamás fal1aba la puntería, incluso cuando lo disparaba con una mano, tirando de Hal de la otra para ponerlo a buen recaudo.
Consiguiendo llegar tan cerca de la satisfacción como siempre le fue posible hacerlo, Hal fue cayendo en un sueño sin descanso.
Fue despertado por el toque frío de unos dedos que le rodeaban el pecho, levantándole del cálido ambiente de la cama.
—He cambiado de opinión — gritó Hal, revolviéndose —. No quiero ninguno.
—¿Ningún qué?
—Helado…
Hal se calló al reconocer a su madre. Sintiendo vagamente que había escapado por poco a un espantoso peligro, le permitió a ella que le colocara sus especiales calzoncillos y el resto de las ropas, mientras bostezaba, parpadeando, tratando de emerger como una crisálida a la luz de un nuevo día.
—Yo me arreglaré los zapatos, tú me los dejas demasiado flojos…
—Está bien, hijo, pero date prisa.
Sintiendo una especial emoción en la voz de su madre, la miró más de cerca. Su cara regordeta estaba más pálida que nunca y sus ojos enrojecidos. Miró el reloj y vio que apenas eran algo más de las seis.
—¿Lissa?
—Sí, hijo…
—¿Qué es lo que pasa?
—Nada. Yo… tu tía Bethia viene hacia aquí para estar con nosotros. ¿No te parece estupendo?
—Supongo que sí — repuso Hal incierto.
Bethia era cuatro años mayor que él y se resentía de tuviera un título de tía respecto a él. La había visto una vez por año, al menos, y no estaba particularmente ansioso de verla de nuevo.
—¿Viene también el abuelo Grenoble?
—No. — La palabra surgió de su madre como un sollozo y súbitamente se dio cuenta de que había algo taro en aquello.
—¿Es que ha muerto?
—Sí.
Hal pensó en la distante e incomprensible figura de su abuelo.
—¿Quién le mató?
—¡Hal! — exclamó su madre sacudiéndole por un brazo —. La gente se muere sin que nadie la mate.
—¿De veras?
Hal consideró aquella idea brevemente y después la dejó a un lado, como otra de las mentiras sobre las cuales parecía estar basada la totalidad de la estructura de la sociedad de los adultos. La vida, para Hal, no tenía fin, a menos que lo impidiera alguna fuerza. Alguna oscura fuerza. Dejó que le llevaran escaleras abajo, y que le dieran leche caliente y un plato de proteínas. No había la menor señal de su padre. Pocos minutos más tarde, un coche cerrado del ejército, conducido por un soldado con ojos cargados de sueño, llegó a la casa. Hal tomó asiento en la parte trasera con su madre y ambos fueron conducidos, sin tener que dar ninguna indicación; hecho que consideró Hal como si se tratase de una máquina en movimiento, la maquinaria absurda y sin sentido del mundo de los mayores. Se arrebujó junto a su madre y observó como los fragmentos del cinturón lunar iban desvaneciéndose por la llegada de la aurora al cielo, mientras que el vehículo continuaba su camino por el norte hacia El Centro, entre el mar y la tierra firme.
Repentinamente, Mack estuvo con él, o él era Mack (Hal nunca estaba seguro de cuál era de los dos) y se encontró sorprendido porque no advirtió peligro en nada. Después recordó que Mack había estado apareciendo más frecuentemente en los últimos tiempos y cada vez que lo hacía, se advertía una satisfacción de urgencia como la que produce un enorme trabajo que queda por realizar. Era de Mack de quien había aprendido a llamar a su madre Lissa — así era como pensaba en ella cuando estaba como Hal/Mack — pero utilizaba aquel nombre con la menor frecuencia posible, ya que parecía trastornarle a ella.
Aquella vez la presencia de Mack fue más fuerte que nunca, y Hal hizo lo que el Doctor Schroter le habla sugerido durante una sesión en la clínica. Intentó aproximarse más a Mack, hundirse completamente en el interior de su mente, hasta conseguir que los pensamientos de Mack fueran los suyos propios. La primera cosa que descubrió fue que Mack veía a la madre de Hal en una forma diferente. Ella estaba mucho más delgada que en la vida real y sus ojos estaban llenos de vida y ella podía reír. Había también una sensación de amor más voluptuosa de lo que Hal pudiera considerar a fondo.
Fascinado, se sumergió a si mismo mucho más allá. Comenzó a sentir la fuerza controlada de Mack, corriendo por sus venas. Los horizontes mentales avanzaban y se retiraban, formando parte de la panoplia de misterios y maravillas que constituía el universo. Hal/Mack respiraban con firmeza y con excitación, buscando algo más y más lejos. Vieron naves del espacio volando sobre alas negras, hombres enzarzados en combate y en seguida llegó la sensación de dolor y Hal se retiró acobardado…
La sensación familiar de la orina cálida bañándole los órganos genitales le hizo volver a la realidad. Luchó contra el flujo por un momento y después se rindió, estremeciéndose conforme la tensión parecía abandonar su cuerpo.
—¡Oh, Hal! — exclamó su madre con voz ansiosa —. ¿Estás asustado otra vez?
—Déjame solo… me encuentro bien.
Hal sabía que ella descubriría la mentira tan solo con examinar los paños absorbentes de su ropa interior; pero cualquier cosa era preferible a otra discusión sin esperanza. La solución de su madre para cualquier problema era un trozo de pastel. Hal hizo un gesto al ver que su madre rebuscaba en los bolsillos de su abrigo.