En el total silencio de la casa, unas diminutas corrientes de aire parecían silbarle en los oídos como las olas de una tormenta sobre la playa y las palabras escritas en las tarjetas eran como extraños símbolos, desprovistos de significado. Respirando profundamente, se forzó a sí mismo a concentrarse, cerrando el paso de la imagen de su madre. Las tarjetas se deslizaron entre sus dedos.
William Blake (1757–1827), poeta inglés y artista. Una de las últimas expresiones finales de Blake, mientras agonizaba, fue la de que la poesía era un don procedente del infinito. Incluso en sus últimos momentos deseaba buscar papel y lápiz y, cuando su esposa le pidió que descansara, gritó: «Pero no es mía… no es mía.»
John Keats (1795–1821), poeta lírico inglés. Dijo, describiendo a Apolo en su tercer libro de Hiperión, que aquello le había llegado por casualidad o por arte de magia (como si alguien me lo hubiera regalado). Admitió que la belleza de la expresión no la había reconocido sino después de que estuviese escrita. Causó profundo asombro, porque parecía que aquel trabajo fuese debido a otra persona.
Viktor Elkan (2142–2238), matemático marciano y escritor. Dijo de sus módulos de transformación famosos por la taquiónica: «La matemática no es mía. Tampoco pertenece a ningún otro hombre; pero no puedo darle crédito. Las cifras aparecieron tras de mis ojos y las puse por escrito presa de verdadero frenesí. Cuando acabé me encontraba débil y sudoroso, no por el esfuerzo de la creación, sino por mi temor de que los símbolos se me retirasen de la mente antes de haberlos puesto por escrito.
Para futura investigación: Robert Louis Stevenson (y los enanos duendes) afirmó que todo su trabajo creativo lo había hecho para él… Mozart. «No tengo en mi imaginación las partes sucesivamente; pero las oigo como si allí estuvieran todas al mismo tiempo.» Kekule y la molécula del benceno. La concepción instantánea de la escultura de luz de Delgado.
Transcurrió una hora antes de que Hal dejase a un lado las tarjetas y pusiese una hoja de papel en su máquina de escribir. La gran verdad que había planeado extraer de sus investigaciones parecía estar cerca de él más que nunca. Pudo darse cuenta de su proximidad, de su inminencia. Era como una brillante luminaria que surgiera en su espíritu. Sus dedos se movieron rápidamente sobre las teclas de la máquina, mientras una enorme tensión preorgásmica le crecía dentro, jadeando más y más y aumentando de ritmo los latidos de su corazón. Observaba con fascinación como sus dedos se movían por las teclas de la máquina.
—¡Melissa!
Aquel grito de su padre procedente del rellano de la escalera fue para él como una granada que hubiera explotado.
Hal ni siquiera le había oído entrar en la casa. Saltó de la silla, aturdido y lamentando que aquella luz interior se hubiera desvanecido casi al instante. La silla cayó tras él y un segundo más tarde se abría la puerta del dormitorio. Gervaise Farrell entró con su rostro moreno casi negro en algunas partes por la sombra de la barba que el más cuidadoso afeitado no hubiera podido disimular. Sus ojos se detuvieron un momento en Hal y después se alejó.
—¿Dónde está tu madre?
—En cama — repuso Hal con voz pétrea.
Intentó añadir algo más, pero no pudo encontrar las palabras adecuadas y antes de que pudiera hablar, su padre había desaparecido, farfullando palabras obscenas entre dientes. Hal esperó sin moverse. La puerta se abrió de nuevo y esta vez su padre entró deteniéndose junto al buró. Hal se quedó sorprendido de que un torrente de 1agrimas le cayera por las mejillas.
—Está muerta. Tu madre está muerta.
—Papá, yo…
Hal luchó por encontrar palabras adecuadas, pero su garganta rehusaba darles forma. Como siempre, cada vez que tenía un encuentro con su padre bajo una tensión cualquiera, una confusión de vértigo pareció deshacer su poder de pensar, y sintió como sus mejillas se enrojecían. Intentó dominar la situación; pero se empeoró y su cara estaba totalmente enrojecida, de color de escarlata, latiéndole dolorosamente las sienes.
—¿Qué es lo que…? — Su padre se le aproximó más aun —. Tú lo sabes.
—Papá, yo… yo quería,…
—¿Por qué no hiciste algo? ¿Por qué no me llamaste? ¡Haber hecho cualquier cosa! ¡Algo! — Su padre se encaminó rápidamente hacia la puerta y se giró un instante —. Bastardo inútil — dijo con desprecio, como si le escupiera las palabras a la cara. Entonces se marchó cerrando la puerta.
—Ella quería morir… — le gritó Hal, sorprendido ante la discordante infantilidad de su propia voz; pero incapaz de controlarla, como si las palabras se le escaparan —. Ella quería marcharse y alejarse de ti…
Se produjo un largo silencio y Hal empezó a pensar que su padre se había marchado escaleras abajo. Entonces se dio cuenta que la puerta se abría de nuevo lentamente, pulgada a pulgada. Se echó hacia atrás instintivamente.
—Tú lo sabías — las palabras de su padre sonaron entonces como un látigo de acero que le golpeara en el rostro. Antes de que ella muriera.
Su padre se dirigió hacia él con las piernas rígidas y las manos agarrotadas como las garras de una fiera dispuesta a matar. Hal miró a su alrededor buscando una vía de escape; pero se encontró arrinconado en una esquina. Saltó hacia atrás, y entonces, rugiendo de desesperación, se lanzó contra la figura que avanzaba, con los brazos girando como aspas. Su padre recibió los puñetazos sin siquiera parpadear. Una de las manos de Farrell sujetó las solapas de la chaqueta de su hijo y con la otra comenzó a golpearle con salvaje brutalidad una y otra vez, con golpes medidos, calculados, como en un rito de muerte, como si buscara con ellos purificarse a sí mismo.
Pareció transcurrir una eternidad antes de que Hal pudiera quedar sumergido en la inconsciencia.
4
El primer ataque directo sobre Mnemosyne llegó al año siguiente de la muerte de Lissa.
Un navío espacial de un millón de toneladas llegó como una tromba procedente de las profundidades del espacio a la increíble velocidad de 20.000 veces la de la luz, dos veces la velocidad tope jamás alcanzada por las naves de la Federación. Los abanicos entrecruzados del radar taquiónico del planeta captaron la señal de la nave pitsicana, cuando se encontraba a diez años luz de distancia. En circunstancias normales, habrían tenido tiempo suficiente para reaccionar; pero la fantástica y aterradora velocidad del intruso significaba que cruzaría la órbita del planeta en veintiocho minutos.
Aquella nave representaba algo nuevo en la estrategia pitsicana; sin embargo, aquellos que se encontraban al mando del sistema de defensas translunares pudieron obtener un buen numero de conclusiones inmediatamente. Su dirección, a 180º de Pitsica, indicaba que la Federación había, sido embolsada y su fabulosa velocidad solo pudo haber sido el resultado de haber construido el navío translumínico a distancias de cientos de años luz, mostrando que la red extendida por el mortal enemigo era cosa de mucho cuidado. Semejante velocidad demostraba, asimismo, que la nave, o era conducida automáticamente o tripulada por suicidas, puesto que aquellos 30.OOOC imposibilitaban su normalización en cualquier instante determinado.
Finalmente, a razón de un año luz por cada 2,8 minutos, hubiera hecho imposible para los pitsicanos el utilizar cualquier clase de armamento; la nave en sí misma, era el arma destructora. Una comprobación realizada por un computador confirmó que interceptaría la órbita de Cerulea en el preciso instante en que el planeta ocupara el mismo espacio, por lo que tampoco se requería armamento alguno. Un millón de toneladas, en colisión con el planeta, tocando algún fragmento lunar o incluso rozando la atmósfera a 30.000C, convertiría una sustancial proporción de su masa en energía, lo bastante como para destruir los seis planetas del sistema de Cerulea.