—¡Querida! ¡Qué gusto de verte por aquí! — saludó Kris Shelby, apartando su alta e inmaculada figura de la barra con un progresivo movimiento ondulatorio que le recordó a Tavernor algo parecido a una cuerda de seda que estuviese retorciéndose.
—¡Hola, Kris! — le sonrió Lissa, teniendo aún cogido de la mano a Tavernor, a quien llevó al espacio que el grupo les había hecho en el bar.
—¡Hola, Mack! — saludó Shelby, pretendiendo haber localizado entonces a Tavernor. Sonrió ligeramente y añadió —: ¿Y cómo está mi alegre mecánico esta noche?
—No lo se… nunca me tomo gran interés en sus compañeros de juerga.
Tavernor miró tranquilamente a Shelby, observando con placer que la sonrisa del hombretón había desaparecido. Shelby era rico, tenía un reconocido talento y era como la luz conductora en el arte, dentro de la colonia que florecía en la permanente población de Mnemosyne. Todas aquellas cosas, en su propia estimación, le daban una especie de derecho natural sobre Lissa y no había sido capaz de ocultar su irritación cuando ella llevó a Tavernor a su círculo.
—¿Qué está usted dando a entender, Mack? — preguntó Shelby estirándose majestuosamente.
—Nada — repuso Tavernor serenamente —. Me ha preguntado usted cómo estaba su alegre mecánico y yo le he dicho que no conocía al caballero en cuestión. Estaba sugiriendo que podría usted ir a averiguarlo en persona. A lo mejor si llama usted a su apartamiento…
Shelby adoptó una expresión molesta.
—Tiene usted la tendencia a extralimitar las cosas.
—Lo lamento. No me había dado cuenta de que había rozado una zona sensible — repuso Tavernor tozudamente.
Una chica próxima soltó una risita burlona dando por resultado que Shelby la mirase glacialmente.
—Me gustaría tomar un tragó — dijo Lissa rápidamente.
—Permíteme — Shelby hizo señas a un camarero con un adorno de encaje —. ¿Qué va a ser, Lissa?
—Chispas.
—¿Alguna variedad especial?
—No… de las realmente relajantes.
—Yo tomaré bourbon — dijo Tavernor a renglón seguido, sin que nadie le preguntase, consciente de que así estaba poniendo de manifiesto su disgusto hacia los amigos de Lissa que estaban empujándole a una exhibición de grosería.
Cuando llegó la bebida, se tomó la mitad, dejó el vaso sobre el bar, y puso un codo a cada lado. Miró a los reflejos que surgían de uno de los espejos distorsionados que recubrían por completo las paredes del local. Los espejos eran flexibles y cambiaban su forma corporal como si actuasen teniendo tras ellos unos solenoides en una consecuencia dispuesta al azar, dictada por la cantidad de calor irradiada por los cigarrillos de los clientes, el calor propio de sus cuerpos o las bebidas. En una noche en que fuesen bien las cosas en el bar de Jamai, las paredes parecían estar atacadas de locura, convulsionándose y latiendo como las cavidades de un corazón gigantesco.
A Tavernor le disgustaba el lugar intensamente. Se inclinó hacia el bar, pensando qué podría tener Lissa en común con Shelby y su colección de pisaverdes culturales. «Para ellos es que la guerra sencillamente no existe», pensó quedando intrigado por la irracionalidad de sus emociones. Había venido a Mnemosyne a olvidar la guerra y lo que la. guerra le había hecho, y con todo se irritaba contra la gente que tenía la suerte de permanecer intacta mientras que las grandes naves-mariposa de la Federación surcaban los jónicos vientos del espacio…
Estaba tan sumergido en sus profundos pensamientos, que una discusión que estaba produciéndose, continuó durante unos minutos antes de que se apercibiera de ella.
Un gigante con cabellos rojizos, vestido con el gris uniforme de las Divisiones Móviles Interestelares, había permanecido sombríamente bebiendo cerveza al otro extremo del bar. Tavernor había notado la presencia del individuo en cuanto llegó; pero le había pasado desapercibida la llegada de un segundo soldado que había tomado asiento en un lugar opuesto, cerca de la puerta. El último iba vestido con el uniforme gris oscuro de la Reserva Táctica. Era tan alto como el primero y con una cara pálida y desesperada.
—Reservista piojoso — estaba gruñendo el pelirrojo, ya borracho cuando Tavernor puso atención a la disputa —: No tenéis otra cosa que hacer, sino comer, beber y fornicar con las mujeres de los verdaderos soldados.
El reservista levantó los ojos de su bebida.
—Tú otra vez, Mullan. ¿Cómo puedes estar en todos los bares en donde yo entro?
Mul an repitió sus anteriores palabras, una tras otra.
—No se me había ocurrido que cualquier mujer quisiera casarse contigo comentó el reservista agriamente.
—¿Qué estás diciendo? — preguntó Mullan con voz ronca y aguardentosa, de forma que consiguió imponer silencio en el local.
El reservista tenía aparentemente sus trazas de imaginación.
—Dije que cualquier mujer que se hubiera casado contigo habría estado más segura en una celda llena de juerguistas.
—¿Qué estás diciendo?
—Pues decía… ¡Bah! Lo he olvidado. — Y el soldado hizo un gesto despectivo y volvió la atención hacia su bebida.
—Repite eso de nuevo.
El reservista movió los ojos hacia el techo; pero no dijo nada. Tavernor echó una mirada de reojo al camarero vestido de blanco que desapareció, en un instante, hacia una cabina telefónica al otro lado de la habitación. El pelirrojo dejó escapar un inarticulado rugido de furia y comenzó a atravesar el bar. Lo hizo poniendo una manaza en el pecho del inmediato cliente que encontró a mano, lo apartó a un lado y procedió con el siguiente en la misma forma. Pero cuando el gigante había echado a un lado a cuatro clientes del bar de Jamai fuera de su paso, los demás se olieron lo que podía suceder y se produjo un movimiento de retirada masiva lejos de la barra.
El grupo que había alrededor de Lissa y Shelby se puso fuera de la línea de acción en un movimiento de excitación, acompañado por las risitas nerviosas de las chicas. «Esto no es mal», pensó Tavernor, «es parte de una mala película de cine.» Recogió su vaso y estaba preparándose para reunirse con Lissa, cuando captó una mirada triunfal en los ojos de Shelby.
—Está bien, Mack — dijo Shelby con voz dulce —. Venga aquí, donde estará seguro.
Irritado y jurando interiormente, Tavernor dejó de nuevo su vaso en el mostrador.
—No seas tonto, Mack — le rogó Lissa alarmada —. No vale la pena.
—Tiene razón, Mack — añadió Shelby —. No vale la pena.
—¡Detenedle! — gritó Lissa.
Tavernor les volvió la espalda y se inclinó sobre su whisky, mientras que una autorecriminación le caldeaba el cerebro. «¿Qué es lo que anda mal en mí? ¿Por qué permito a gente como Shelby que…
Una mano como el gancho de una grúa se cerró sobre su hombro izquierdo y le dio un tirón hacia atrás. Apretó sus músculos, se pegó a la suave madera del bar y la mano resbaló de su cuerpo. El pelirrojo emitió un sordo gruñido de incredulidad y volvió a poner su tremenda manaza sobre Tavernor. Durante el primer contacto, Tavernor había calculado al individuo, juzgándole fuerte, pero no especialmente dotado como combatiente de mano a mano y se decidió por una clase de lucha en que pudiera ponerle fuera de combate rápidamente, sin que resultase lastimado. Se echó hacia un lado y su puño derecho describió un arco para ir a estrellarse en la caja torácica del gigante pelirrojo. Aquel individuo era demasiado grande y pesado para ser puesto fuera de combate tumbándole de espaldas. Se dejó caer verticalmente hasta tocar el suelo; sin embargo, rehaciéndose a los pocos instantes, se levantó y se lanzó con gran violencia sobre la garganta de Tavernor.