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En su vida anterior a veces había tenido el leve barrunto de su buena suerte al disponer de una poderosa fortaleza física y una estupenda salud y aparentemente una constitución sin nervios, y entonces se dio cuenta de que nunca había apreciado las dificultades con que vivían los demás. ¿Seria normal su comportamiento actual? Rebuscó entre la niñez de Hal y creyó encontrar la respuesta. El caos lamentable de su sistema nervioso tendía a hacerse peor, por lo que vio en el espejo distorsionado de los recuerdos de Hal, y los personajes que habían conformado su vida veinte años antes. Gervaise Farrell, una fría y espantable imagen, dispensando su furia con sádica perversidad calculada y medida. Lissa… — destruyéndose por una glotonería sin fronteras, dejando que su vida se extinguiera deshecha. Bethia, entonces en sus veinte años y pico.

El pensamiento de Bethia introdujo la primera nota de calma en su tribulación. Los recuerdos de Hal le dijeron que ella estaba como residente en la Universidad de Cerulea, haciendo su doctorado sobre investigaciones de la Sicohistoria. La joven había crecido convirtiéndose en una esbelta y casi perfecta belleza de mujer, con sus ojos de mirada franca e inquisitiva y que siempre habían confundido a Hal, sintiéndose incómodo ante aquel mirar. A pesar de ello, Bethia revelaba a veces ciertos rasgos de su niñez, la princesita de un cuento de hadas con un toque de magia en sus dedos y los ojos fijos en un perdido horizonte, instantes aquellos en que Halla había amado tímidamente y sin esperanza. Los propios, recuerdos de Tavernor respecto a Bethia cuando niña reforzaban la imagen de Hal en ella como alguien a quien las ordinarias leyes de la naturaleza y de la conducta humana apenas si podían aplicarse. Si él tenía que decir la verdad a cualquiera, seria solo a Bethia.

Gradualmente, Tavernor pudo ir controlando su nerviosismo. Cerró la luz, se acostó nuevamente y se quedó mirando fijamente por la ventana aquella corriente enjoyada de los cielos de Mnemosyne hasta que el sueño acudió otra vez a sus ojos.

Abriendo los ojos a la luz de la mañana, Tavernor experimentó un desconcertante momento de desorientación. Lo borroso en los detalles de las vigas del techo, por encima de la cama, le recordó que tenía necesidad de usar las gafas, para que su entorno circundante estuviese encajado donde debería estar. Se levantó en el acto y se dirigió al cuarto de baño. La casa estaba silenciosa y vacía, lo que sugería obviamente que algo importante había retenido a Farrell toda la noche en la Base.

Mientras se lavaba, volvió a examinarse de nuevo en el espejo, fascinado por el contraste entre su nuevo cuerpo y el que había conocido unas cuantas horas antes de tiempo subjetivo. Las experiencias del plano egón tenían un aire de algo sin tiempo respecto a ellas, lo que sugirió que podían haber tenido lugar en microsegundos y que sus diecinueve años de «almacenamiento» en la mente inconsciente de Hal habían pasado como un sueño. Forzó los hombros hacia atrás y comenzó a respirar siguiendo el método yoga que ensancharía su caja torácica, al tiempo que regulaba sus nervios.

Mientras se vestía, sintió una percepción de debilidad, que le produjo la natural alarma, hasta darse cuenta de que sencillamente su nuevo cuerpo estaba hambriento. Bajó a la cocina y puso algunos huevos sintéticos y unos filetes en la sartén, y mientras se freían se dirigió hacia la máquina fax en busca de una nueva hoja de noticias. De nuevo, la hoja aparecía mojada. La destornilló desmontando el panel de servicio frontal y tras estudiarlo un momento, ajustó el circuito de recirculación del vapor al ritmo preciso. Un minuto más tarde maniobró en el dial en busca de una nueva hoja. Entonces surgió otra seca y en perfectas condiciones. Se la llevó a la cocina en el. preciso momento en que la luz roja de la instalación determinaba que la comida estaba lista.

Tavernor encontró aquel alimento proteínico difícil de engullir a pesar de los continuos tragos de leche — Hal había vivido a base de productos cereales —, pero persistió en su empeño. La subsiguiente molestia del estómago la descartó poniendo en ejercicio sus conocimientos del pranayama, regulando la respiración para mejorar el deficiente sistema respiratorio que había heredado. Su cuerpo nunca sería tan fuerte como antes; pero iba a dedicarle la máxima atención y cuidado, como el que pudiera prestar a una maquina ineficiente.

Estaba poniendo los platos en la máquina de lavar, cuando un coche pasó ante la ventana de la cocina. Momentos más tarde, Gervaise Farrell entraba en ella. Tenía los ojos hinchados. Tavernor le miró con curiosidad, sorprendido del poco odio que sentía ni cualquier otra emoción. Su mirada a la eternidad le había hecho cambiar en muchas cosas.

—Hazme un poco de café — dijo Farrell apartando la mirada mientras hablaba.

—Está bien — Tavernor manipuló en la cafetera y el otro hombre tomó asiento —. Una dura noche, ¿eh?

Farrell estaba ojeando la hoja de noticias.

—No me digas que la máquina fax ha sido arreglada…

—¡Ah! Sí.

—¡Cristo! Esto lo muestra — dijo con voz sombría sacudiendo la cabeza —. ¡Lo han hecho ahora!

—¿Qué pasa con ese ahora? — preguntó aprensivamente Tavernor.

—Date prisa con el café.

—¿Es que hay algo nuevo en el desarrollo de la guerra?

Farrell le miró sorprendido, ante la pregunta, y en una extraña forma, casi agradecido.

—¿Vas a tomar parte en ella, eh? Espero que seas capaz de derrotar a los pitsicanos con el Antiguo Testamento…

—¿Están, pues, en esta región?

Farrell vaciló y después se encogió de hombros.

—La situación general es, al parecer; que estamos rodeados por ellos.

—Lo parece, ¿no?

Y Tavernor sintió que su cuerpo comenzaba a temblar de nuevo, lamentando haber dicho algo.

—Se supone que es un secreto; pero el pánico está a punto de desatarse de todas formas… Las últimas semanas intentaron destruirnos con uno de esos enormes proyectiles que tienen. Volaba a 30.000C y hubo que emplear casi todo nuestro potencial translunar para detenerlo.

Farrell se echó hacia atrás en su asiento y sonrió con disgusto.

—¿Cuál es tu análisis de la situación, general?

Tavernor estaba demasiado sorprendido con la noticia para darse cuenta del sarcasmo.

—O saben que el cuartel general del COMSAC está aquí, o que nosotros acabamos de advertirlo.

—Muy bien — aprobó Farrell en un tono que se aproximaba a la amistad; pero la perplejidad de su mirada había aumentado de forma ostensible —. ¿Y cuál será el próximo paso?

—La evacuación en masa. Retirarse a las estrellas próximas a la Tierra.

—Eso llevaría mucho tiempo; pero hay además un factor de complicación. Los pitsicanos han avanzado mucho en la supresión de las emisiones taquiónicas, aunque hemos detectado ecos alrededor de todo el planeta. Las partículas han esparcido la mayor parte de su energía y sus velocidades se aproximan al infinito, por lo que no estamos seguros; pero tiene que haber un cerco de naves pitsicanas que nos rodea por todas partes. Las flotas están ahora en camino, pero les llevará seis días el que lleguen a nuestra frontera, y así, si los pitsicanos están dispuestos … — y Farrell acabó su discurso, como si hubiera perdido súbitamente todo interés en aquella conversación entre padre e hijo.

—Entonces tendremos que salir y buscarlos por nuestra cuenta — dijo Tavernor llenando una taza de café que puso sobre la mesa.

—No podemos salirles al encuentro. A distancias estelares, la única forma útil de verlo es sin taquiones, y si los pitsicanos han aprendido a suprimirlos o absorber las partículas emitidas por nuestras lámparas taquiónicas de radar…

Tavernor se sintió desconcertado, tanto por lo que Farrell estaba diciendo como por lo que implicaba aquello.