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—Los rifles nos proveerán de alimento si conseguimos alejarnos hacia el sur y escapar de que nos reduzcan a polvo.

De nuevo le volvió el pensamiento a la mente. ¿Por qué no estaba ya toda la zona reducida a cenizas y borrada toda la vida existente en, ella? Bethia forcejeaba para separarse de él, con la, cara pálida de furia.

—No voy a los bosques contigo, Hal Farrell. Si piensas…

Ella dejó de hablar al golpearle Tavernor en el hombro y alejarla de sí. Revolviéndose, la joven se lanzó contra él. Al abrazarse luchando, Tavernor comprobó en el acto que ella era la más fuerte de los dos; pero el entrenamiento que había recibido en el combate, en otro tiempo de su vida, guió sus manos. La cogió por la muñeca y le hizo automáticamente una llave que la obligó a seguir de nuevo hacia adelante.

—Siento esto, Bethia; pero sé lo que estoy haciendo.

Ella le miró con un odio silencioso y Tavernor sintió un perverso estremecimiento de satisfacción. Mientras caminaban, el aire comenzó a rugir con los estampidos sónicos distantes. Miró hacia atrás y vio las negras naves en forma de mosquito de los pitsicanos triturándolo todo en El Centro. La ciudad y la Base Militar se hallaban bajo las naves de ataque, indefensas, y que sin duda tenían que haber sido diseñadas para operar dentro del campo de inhibición. Algunas buscaban sitio en donde depositarse alrededor de la ciudad. Sin hacer caso del jadeo de sus pulmones, Tavernor urgió a Bethia a correr más de prisa todavía.

Para cuando llegaron a la blanca villa, sita entre la carretera y los acantilados, sudaba a mares y las piernas le temblaban como el azogue. Maldiciendo su debilidad física, empujo a Bethia en el porche y abrió la puerta con la mayor rapidez. Farrell le salió al encuentro con un rifle de deporte en las manos. Sus morenas facciones tenían un extraño aspecto de inmovilidad.

—Voy a coger un rifle y alguna comida — exclamó Tavernor.

—Puedes quedarte como huésped — dijo Farrell con voz vacilante, echándose hacia un lado.

Al pasar junto a él, Tavernor percibió el olor a ginebra. Entró en la sala de estar, tomó un rifle y cuatro cajas de cartuchos de la vitrina de las armas y volvió al recibidor.

… parece haberse vuelto loco — estaba diciendo Bethia que miró deliberadamente a Tavernor —. Yo preferiría quedarme aquí hasta que veamos qué es lo que ocurre.

—Tú puedes quedarte también… — no creo que haya mucha diferencia en intentar correr — replicó Farrell.

—Estamos huyendo — dijo Tavernor —. Es nuestra única oportunidad.

—Yo me quedo — repuso Bethia, aproximándose más a Farrell.

—Créeme, Bethia, tenemos que huir de aquí — dijo Tavernor con impaciencia —. Tú no sabes cómo son esos monstruos. Repasarán todos los edificios, sin dejar uno, sin dejar nada a su paso.

Farrell soltó una carcajada.

—Escucha al combatiente veterano! ¿ Qué es lo que sabes tú de esas cosas, hijito?

—Sé que harías mejor en tomar otro rifle diferente, si es que piensas disparar. Ese que llevas dispara balas de fuego superficial que actúan por una carga eléctrica… pero las cargas eléctricas son una cosa del pasado, por lo que a nosotros concierne.

Farrell levantó el rifle con una mano, apuntó a la puerta frontal y tiró del gatillo. Se oyó un leve chasquido. Miró duramente a Tavernor y se dio prisa en meterse en, la sala de estar.

—Ya tomaremos alguna comida en cualquier parte. Vamos, Bethia.

Tavernor abrió la puerta y la empujó para salir fuera. Ella sacudió la cabeza negativamente. Volvió de nuevo a sujetarle una muñeca y a empujarla delante de él hasta llegar a la calle. Se produjo un ruido metálico que le era familiar: el de un rifle al ser cargado para disparar. Se volvió lentamente.

—¿Qué te parece éste, general? ¿Funcionará bien?

—Farrell tenía en las manos otro rifle y apuntaba a la cara de Tavernor.

—Te estás poniendo ridículo — dijo Tavernor con cuidado. Empujó a Bethia lejos de sí — No necesitas emplear un rifle para detenerme, ¿verdad, padre?

Y recargó el énfasis de la ultima palabra con, el completo conocimiento de su repercusión en el otro hombre. Unos destellos de incredulidad surgieron en los ojos de Farrell. Puso el rifle contra la pared, con exagerado cuidado y llegó hasta donde estaba Tavernor, con las manos dispuestas a estrangularle. Tavernor dejó caer su rifle a un lado e instintivamente se puso en guardia en la postura agachada en que había sido entrenado tantas veces, síntesis de la óptima forma de combatir en los tradicionales combates de la madre Tierra.

Con la cara expresando una infernal alegría, Farrell se lanzó directamente hacia Tavernor, evitando su propia defensa. Tavernor le detuvo en seco con directos lanzados hacia el corazón y la garganta. Gracias a la imperfecta coordinación del cuerpo de Hal, ninguno de los dos golpes habían producido exactamente el efecto deseado, pero fueron lo suficiente como para poner a Farrell de rodillas.

Farrell sacudió la cabeza como si no pudiera creerlo, mirando al suelo fijamente.

—¿Qué… crees… que eres…?

Se puso en pie con esfuerzo, se dio un masaje en la garganta y volvió de nuevo al ataque. Esta vez lo hizo con la clara determinación de sacar ventaja de su superior fuerza. Rodeó a Tavernor una vez, con ojos acusadores y después se lanzó en tromba. Tavernor recibió el peso de la carga; pero se escabulló en el momento preciso, guiando así el cuerpo de Farrell que se estrelló en el suelo, de forma tal que todo el aire pareció escapar de sus pulmones. El mismo movimiento puso a Tavernor en pie, y se echó sobre Farrell. Sus dedos pulgares encontraron rápidamente las grandes venas de la garganta de Farrell y su mente latía ante las imágenes tan odiadas… las figuras sin cabeza que rodeaban la cama de un niño asustado, la esbelta silueta de Kris Shelby y las de los otros que habían muerto en los bosques, una pistola automática, que le había perforado el pecho a balazos, Lissa aplastada como una polilla…

—¿Qué es esto? — murmuró Farrell casi somnoliento, cara a cara en la proximidad del combate —. ¿Hal? ¡¡Hal!!

—Yo no soy Hal — exclamó Tavernor salvajemente —. Mi nombre es Mack Tavernor.

Los ojos de Farrell se dilataron con la tremenda e increíble sorpresa.

—¡Detente, Hal! — gritó angustiada la voz de Bethia —. ¡Lo estás matando!

Tavernor se había olvidado de ella. Mirando hacia arriba vio el pánico en el rostro de la joven y aflojó la argolla que asfixiaba la garganta de Farrell. Se puso en pie y estaba levantando a su vez a Farrell cuando un ensordecedor lamento como el de un alma en pena llenó el aire circundante.

El suelo tembló y el cielo se oscureció mientras una nave pitsicana se materializaba sobre la carretera enfrente de la casa, bajo el efecto de la máxima deceleración, y los retrocohetes levantaban nubes de tierra y piedras que les envolvieron por completo en el lugar en que se hallaban.

Tavernor agarró el rifle mientras corrían a guarecerse en la casa. Recogió el rifle de Farrell y con él golpeó la puerta. El atronador silbido de los reactores quedó cortado bruscamente, con un chasquido burbujeante, y la casa se llenó de silencio, sólo interrumpido por el ruido de las ventanas cuyos cristales se habían roto por las piedras. Moviéndose como un hombre en sueños, como si, quisiera correr a través de un pastoso y claro jarabe, Tavernor se dirigió a la puerta de la sala de estar y miró de soslayo por las contraventanas. La nube de polvo estaba asentándose en el exterior y entonces pudo observar las figuras extraterrestres que descendían de 4as escotillas abiertas del aparato pitsicano.