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Tras haber golpeado fuertemente en la pared durante varios minutos, ella se levantó de la mesa y se quedó en pie de cara a él a través del cristal mojado de su prisión, cayéndole las luces del techo sobre sus hombros y senos y el oscuro triángulo del pelo del pubis, componiendo todo ello una neblinosa composición de arquetípica femineidad. Tavernor le hizo unas frenéticas señales con las manos, pero ella se volvió y caminó insegura hacia la cama, legando a la conclusión de que ni siquiera le había visto. Aumentó en él su preocupación por ella junto a un sentido de la responsabilidad, ya que él había sido quien hiciera que fuese a la villa en el punto exacto en donde los pitsicanos tomaron tierra para buscar a sus prisioneros. De no haberlo hecho, ella estaría muerta, como todos los demás habitantes de Mnemosyne o estaría a punto de estarlo para entonces; pero la muerte habría sido un escape del plano egón y preferible a lo que ahora iban a encontrar. Como Lissa, Bethia parecía poseer una debilidad latente en su voluntad de vivir. La joven se debilitaba a ojos vistas, bajo la presión de las circunstancias, y los pitsicanos ni siquiera habían revelado en lo más mínimo sus planes para deducir lo que les esperaba en el futuro.

Tavernor apretó los puños desesperado y sin esperanzas, y comenzó a pasear de un lado a otro de su celda, hasta que finalmente el camión dio un traqueteo y sus motores se apagaron. Cuando se bajó la puerta de cierre posterior, comprobó que habían viajado por una suave neblina. El techo de nubes se cernía a poca altura y la visión quedaba limitada a pocos cientos de yardas hacia abajo y a ambos lados de un enorme edificio sin ventanas. Sus macizas paredes eran de piedra azul y la estructura moldeada en la falda de la colina. En el lado más elevado donde el camión se había detenido, media solo un piso de altura, pero una abertura cuadrada en la pared revelaba unas profundidades cavernosas de niveles descendientes. El edificio daba el aspecto de no tener nada de funcional. Podía ser muy bien una especie de prisión para una estación de investigaciones xenológicas, a estilo pitsicano.

La puerta bajada del camión formaba una plataforma que se hallaba a nivel con la parte baja de la abertura cuadrada, abierta en el muro. Unos pitsicanos aparecieron desde el interior, entraron en el camión y ataron más cables a las partes bajas de los cubos encristalados de los dos prisioneros. Tavernor fue retirado primero, sintiendo el latido de su corazón aumentar de tono a medida que iba adentrándose lentamente en la oscuridad de aquel enigmático edificio. Entonces, por fin, tendría una noción de lo que pudieran ser las intenciones de sus aprehensores.

Conforme sus ojos se fueron ajustando a la pobre iluminación, vio que el cubo estaba siendo arrastrado por un piso desnudo y liso. Al otro extremo le esperaba una inmensa cavidad vacía, subdividida por unas macizas columnas de metal. Una valía alta corría a lo largo del borde de las columnas, con retazos rectangulares aquí y allá sobre el suelo que sugería la supresión reciente de unas máquinas. Tavernor pensó si aquel edificio era alguna especie de taller que había sido convertido en otra cosa. Pero… ¿para qué propósito? ¿Sería que los pitsicanos, que antes jamás habían hecho prisioneros, no disponían de facilidades?

Divisó de un vistazo dos depresiones cuadradas en el suelo delante de él, depresiones alineadas que ya le eran familiares como anteriormente en la nave — nodriza; Entre ellas, existía una pared bajo de la cual salían unos cables eléctricos. Tavernor creyó comprender súbitamente una parte de los planes de los pitsicanos.

El y Bethia iban a ser guardados en aquella caverna artificial por una gran extensión de tiempo; tal vez por el resto de sus vidas.

A Tavernor no se le ocurrió razón alguna para que los pitsicanos fueran a proporcionarles tales medios de supervivencia y obviamente 4e instalaciones permanentes. Su mente comenzó a formar teorías basadas en sospechas alrededor de los hechos observados. Podría ser que los pitsicanos tuvieran la idea de conservar una pareja de la raza humana vencida para sus archivos, como una curiosidad histórica. ¿Como una exposición viviente? También podría darse el caso de estudiar la conducta humana para comenzar a hacer funcionar una colonia de cautivos… Volvió los ojos hacia el cubo de cristal de Bethia. Ella permanecía tendida en la cama, inmóvil y sin dar la menor señal de vida, aparentemente desligada y ausente de las negras figuras que silenciosamente se movían a su alrededor.

Mientras observaba, su propio cubo cayó, con un chasquido, en la depresión existente en el suelo y el de ella fue arrastrado fuera de su vista tras el muro central. Dos de aquellos seres habían comenzado a asegurar el anclaje de la celda encristalada antes de que Tavernor cayese en la cuenta de que el muro había sido puesto allí con el propósito específico de negarle a Bethia y a él la mínima satisfacción de verse recíprocamente. La vida, de entonces en adelante, iba a consistir en un silencio solitario de días y noches encerrado en una caja de cristal, comiendo de latas de conserva y mirando fijamente a través de las nubladas transparencias a aquellas formas de pesadilla moviéndose en la semioscuridad, sin saber si Bethia estaba viva o muerta al otro lado del muro…

Un odio terrible agarrotó los músculos de Tavernor, impidiéndole tomar acción alguna contra lo que realmente no podía actuar. Golpeó haciendo señas a las arrodilladas figuras de los pitsicanos, tirando con furia, hasta destrozarse las uñas, de la hoja de cristal intermedia entre las puertas. Entonces vio que los extraterrestres estaban a punto de conectar el cubo a su nueva fuente de energía. La última vez que lo hicieron, las puertas se habían estremecido momentáneamente.

Corrió hacia el centro del cubo y se lanzó contra la puerta interior en el preciso momento en que ésta emitía un perceptible temblor. Se tiró contra ella con toda la velocidad que su frágil estructura le permitía. Sintió un agudo dolor en el hombro y un fuerte golpe en el pecho desnudo, y súbitamente se encontró en el exterior, entre las enormes y gimientes formas de huso de los pitsicanos.

La lobreguez del ambiente comenzó a girar en torno a él mientras sus pulmones luchaban por respirar aquel frío y húmedo aire. Un pitsicano le rodeó para detenerle; pero Tavernor le golpeó en los pulmones con ambas manos. El pitsicano se desplomó inerte. Comprendió que no se trataba de un guerrero, ya que de haberlo sido sus pulmones hubiesen estado protegidos. Se volvió en el momento en que un guerrero, esta vez de veras, le alcanzaba. Intentó golpearle con el pie en la parte alta, con sus órganos arracimados, de su cuerpo inferior, pero fal ó y perdió el equilibrio. Pensó que el pitsicano aprovecharía la oportunidad para apuñalarle o dispararle; pero, por el contrario, le tomó por los brazos y le ayudó a levantarse. Tavernor se apoderó del cuchillo del pitsicano y evitó la presión de los dedos del monstruo, dándole un puñetazo en la cara con el revés de la mano. Luego echó a correr.

Otro pitsicano se le acercó con los brazos abiertos y le bastó con extender el largo cuchillo para ensartarle en el arma. Los brazos secundarios se agitaron débilmente contra su muñeca conforme se desplomaba al suelo. Saltó por encima de él y se abrió paso entre otros dos pitsicanos; alcanzó el otro cubo y segó los cables de energía con un simple golpe del cuchillo. La corriente que le llegó a través de la hoja pareció lanzarle contra las puertas de la celda de Bethia. Se volvió jadeando, preparándose a defender la entrada, y entonces descubrió que nadie le perseguía. Al mismo tiempo, comprobó asombrado que su progreso a través de los pitsicanos había resultado demasiado fácil, ninguno le había golpeado siquiera. Era como si todos hubieran recibido estrictas órdenes de no producirle el menor daño…