Tavernor se hizo hacia atrás bajo la amenaza de las convergentes manos de su enemigo Y estaba recobrando su equilibrio para lanzarle otro directo a las costillas, cuando el familiar y quejumbroso zumbido de una pistola anestésica sonó tras él. Le quedó tiempo para comprobar que había disparado contra él la pálida figura del soldado reservista. Después todo fue una completa sombra a su alrededor.
Por todo lo sucedido, Tavernor debería haber perdido el sentido inmediatamente; pero él ya había recibido la descarga de las pistolas anestésicas muchas veces en su vida y su sistema nervioso casi había aprendido a soportar el brutal choque. Casi, pero no por completo. Hubo un período inconsciente durante el cual la luz fue no direccional, produciéndose en remolinos sobre él como el sonido; y las voces, los ruidos del bar, adquirieron súbitamente polaridad, convirtiéndose en vibraciones radiales sin significado.
Eones de tiempo más tarde, notó un momento de sensibilidad. Se hallaba fuera en la calle, donde la brisa nocturna estaba impregnada de agua salada Unas manos rudas le levantaron introduciéndole en un vehículo. En el interior se advertía un olor evocador, polvo, olor a aceite de motores, cuerdas… ¿Sería un vehículo del ejército? ¿En Mnemosyne?
—¿Se encuentra él bien? — preguntó una voz de mujer.
—Sí, está bien. ¿Y qué hay del dinero?
—Aquí lo tiene. ¿Está usted seguro de que no está herido?
—Sí. No tengo esa seguridad de Mullan, sin embargo. Usted no dijo nada de que ese tipo fuese un gladiador.
—Olvídese de Mul an — dijo la mujer —. Ustedes dos fueron bien pagados.
Tavernor emitió un quejido doloroso. Había reconocido la voz de Lissa y el dolor de la traición fue algo que le produjo un insoportable sufrimiento, dando como resultado que cayese en la oscuridad misericordiosa de la noche.
2
La celda tenía ocho pies cuadrados, sin ventanas y tan completamente nueva que Tavernor pudo con relativa facilidad encontrar pequeñas virutas espirales de metal en el rincón tras la instalación del servicio, brillantes y casi recién sacadas. El conjunto olía a resina y a plástico y daba toda la impresión de no haber tenido nunca un anterior ocupante.
Encontró este último hecho vagamente confuso e inquietante, no había forma humana de conocer el sitio en que le tenían encerrado. Con toda seguridad, no se trataba de una celda en el bloque del edificio de la policía en El Centro ni del complejo de la Administración de la Federación al sur de la ciudad. Tavernor había visto ambas instalaciones mientras duraron los trabajos y recordaba perfectamente que todas las celdas eran mayores, más viejas y con ventanas. Además, ni los hombres de la policía ni los de la Federación le habrían dejado solo por tanto tiempo. Su reloj le mostraba que habían transcurrido casi cinco horas desde que recobró el conocimiento, encontrándose cubierto con unas ropas en un plástico oblongo y elástico de color verde que servía de cama.
Se incorporó y golpeó la puerta con el pie. El metal de que estaba hecha, sin características especiales, absorbió el golpe con un sonido que sugería una maciza solidez. Tavernor dejó escapar un sordo juramento y se echó de nuevo, mirando fijamente el plano luminiscente del techo.
Había sido, en efecto, la voz de Lissa. Ella era la que pagó al reservista para ponerle fuera de combate y hacerle perder el conocimiento. Toda la melodramática escena del bar de Jamai había sido preconcebida… pero, ¿por qué razón? ¿Por qué Lissa había salido fuera de sus costumbres habituales, había bebido chispas intentando seducirle y, cuando aquello falló, había maniobrado para llevarle a un bar donde tenia dispuesta una trampa? ¿Podía ser solo una broma? Tavernor sabía que la gente que rodeaba a Shelby se había desplazado a distancias enormes cuando pensaban en encontrar alguna diversión; pero seguramente que Lissa no les habría acompañado. ¿O sí? De repente, Tavernor se dio cuenta de que había muchas cosas que ignoraba respecto de Lissa Grenoble. Y, por el momento, ni siquiera podía decir si en aquel momento era de día o de noche… Sintió que una rabia sorda se extendía por todo su ser. Dio un salto en la cama y se dirigió rápidamente hacia la puerta al ver que se abría un pequeño panel en ella. Un par de duros ojos grises le miraban con fijeza a través de la abertura.
—Abra la puerta — dijo Tavernor rudamente para encubrir su sorpresa —. Déjeme salir fuera de aquí.
Aquellos ojos le miraron sin pestañear por un momento y después el panel se cerró de un golpe seco. Unos segundos más tarde, la puerta se abrió. En el umbral aparecieron tres hombres con el uniforme verde oscuro de la infantería. Uno era un sargento corpulento, bien afeitado, pero con la barbilla azulada, allí donde un rayo láser le había convertido en papilla aquella parte de su físico. Los otros dos parecían ser dos militares experimentados, llevando rifles con una soltura que no podía engañar a nadie. Los tres tenían un aspecto hostil y dispuestos a hacer frente a cualquier dificultad que Tavernor pudiera ofrecer.
—¿Qué diablos está pasando aquí? — preguntó Tavernor, usando deliberadamente inflexiones en la voz que para oídos experimentados dejaban claramente entender que con anterioridad había ostentado un grado militar importante.
Los grises ojos del sargento se volvieron en el acto más duros que nunca.
—El teniente Klee quiere verle ahora. Vamos.
Tavernor comprendió que el sargento no se dejaba impresionar por nada y en cualquier caso, el teniente Klee podría ser, probablemente, la mejor fuente de información. La dirección en que iba estaba claramente indicada por el hecho de que los tres hombres habían tomado el corredor por la izquierda. Tavernor se encogió de hombros y siguió marchando. El corredor continuó otros cincuenta pasos más allá de las puertas que tenían el aspecto de conducir a otras celdas como aquella en que había despertado.
Al final apareció un ascensor accionado por otro soldado de infantería armado hasta los dientes. El sargento no dio ninguna orden; el ascensor, tan pronto como se hubieron cerrado las puertas, entró en funcionamiento recorriendo hacia arriba una más bien corta distancia.
Cuando se detuvo el ascensor, salieron a otro corredor; pero éste estaba lleno de oficinas de puertas acristaladas, mostrándose como prismas de cristal que reflejasen la luz de la mañana en la continuidad de la distancia. Oficinistas uniformados se movían agitadamente de un lado a otro, brillando en el aire columnas de humo de cigarrillos como árboles fantasmagóricos e insustanciales. La abundancia de luz produjo a Tavernor un súbito dolor en los globos oculares, dándose cuenta que se hallaba débil y tembloroso. Siguió al sargento a una zona de recepción, donde aparecía una gran mesa de despacho flanqueada por más hombres uniformados. Todo en aquel edificio tenía el aspecto de ser recién estrenado. Una mirada rápida a través de las puertas de entrada mostraba la figura geométrica de color pastel de El Centro, curvándose a lo lejos hacia el sur, siguiendo la línea de la bahía.
Pero aún siendo capaz de situar el lugar en que se hallaba, el hecho no redujo en nada la sorpresa de Tavernor; estaba seguro de que allí no había existido ningún gran edificio, ni en las inmediaciones, un día o dos antes. Hubiera sido perfectamente posible, sobre cualquier otro planeta, el haber montado por parte de los ingenieros militares una gran estructura, en cuestión de horas, de requerirlo las circunstancias con la debida urgencia. Pero era preciso disponer de un equipo enorme y masivo y la sola forma de traerlo a Mnemosyne, era en naves de viejo diseño a reacción y con escalas. Tavernor encontró imposible visualizar cualquier desarrollo en Mnemosyne que pudiera justificar incluso un gasto moderado por las fuerzas armadas de la Federación. Y con todo, recordó penosamente, habían hecho estallar la estrella Neilson…