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—¡A través de ti!

Y Tavernor recordó súbitamente la faz velada de mujer que había observado en breves instantes durante sus dolorosos contactos entre su existencia egón y la sombra de la proto-vida.

—Entonces… ¿eras tu la que me llamaba… y no Lissa?

—Así es…

—Pero si tú podías hacer eso…

—La capacidad estaba latente. Mi vida en Mnemosyne no fue sino un estadio intermedio, y su solo propósito era la evolución de una nueva clase de egón. Yo fui el primer ser humano nacido con el potencial de desarrollar un egón que tiene el poder integral de comunicar con los hombres vivos. Yo soy el Camino.

Bethia parecía sonreír, conforme la mente de Tavernor se levantaba de las sombras de la incomprensión, vacilante primero y después triunfante a través de nuevos niveles de conocimiento.

—La evolución… Entonces, tu eres… diferente…

—Mi cuerpo era diferente. El super-egón del cual ahora soy una parte, ha mirado más allá del presente y ha pronosticado la necesidad de preparar a la humanidad para su última prueba. Los egones, como ya sabes, tienen una existencia física; pero están tan atenuados que la energía de la entera masa-madre era suficiente como para turbar la estructura de un simple gen. El intento final de alterar el curso del desarrollo del Hombre fue hecho cuando mi abuelo fue concebido. Y, como resultado, nací yo — ligeramente por delante del programa evolutivo con un sistema nervioso equivalente al de los pitsicanos, o quizás mejor.

—Quieres decir que los pitsicanos pueden… — Tavernor se encontró incapaz de hablar, ante la primera sombría comprensión de lo que la guerra de los pitsicanos había producido en su mente.

—Sí. Los pitsicanos han estado completados por miles de años, capaces de comunicarse directamente y de forma continua con su propio mundo mental. La estructura de su mente no es compatible con la del Hombre, por lo que podrían haber estado luchando contra la humanidad hasta la muerte, incluso sin la amenaza de las naves-mariposa.

—De nuevo esas naves — suspiró Tavernor.

—Sí. Tienes razón para odiar a los pitsicanos, Mack, pero piensa cómo tenemos que mirarles. Ningún horror puede descubrirnos ante sus ojos; somos como unos repugnantes portadores de la muerte, de piel pálida. Y su masa-egón les advirtió que el instinto del Hombre les inducía a ocupar todo el volumen del espacio, llenándolo con sus negras alas que eventualmente hubieran barrido la verdadera vida de la Galaxia, robando a los pitsicanos su inmortalidad. Ellos se dedicaron, pues, a evitar esto y su masa-madre les guió en cada paso del camino, mientras que el Hombre estaba destrozando su propia masa-madre, apartándola, privándola incluso del vago contacto posible en tal estadio de desarrollo evolutivo. Yo nací por delante del plan establecido en el programa de evolución; pero en otros aspectos esto ocurrió muy tarde. Demasiado tarde…

—Y… los pitsicanos estaban advertidos de tu presencia en el mundo — imaginó Tavernor.

—En efecto, lo estaban, a través y por mediación de su masa-egón. Por eso se apoderaron de Mnemosyne, y por qué yo tenía que estar aislada. Ellos tenían miedo de que yo pudiera resultar muerta por accidente e hicieron lo posible por mantenerme viva, no por otros setenta u ochenta años como tú temías, sino hasta que hubiera desaparecido el último de los seres humanos, y toda su raza.

—Esa posibilidad ha sido ahora descartada y, armado con el conocimiento de su naturaleza verdadera, el Hombre puede ahora vencer en la guerra contra los pitsicanos. Nunca fue posible introducir una nave armada a través de sus pantallas detectoras; pero los hombres estuvieron usando contra ellos mismos sus más temibles armas. Ahora es necesario llegar hasta los mundos pitsicanos con naves-mariposa desarmadas, y pasarlos a través de las masas-egón de los pitsicanos. Esto reduciría a los pitsicanos a confiar en su inteligencia poco brillante y sin auxilio.

Tavernor estaba sorprendido.

—Pero tanta muerte… verdadera muerte… ¿Quieres acaso…?

—No será necesaria — repuso Bethia gentilmente —. La guerra está de hecho terminada. La madre-masa pitsicana les ha preparado para el fracaso. Están evacuando toda esta zona completa del espacio. Será extremadamente difícil que los hombres y los pitsicanos vuelvan jamás a encontrarse… en el plano físico.

El júbilo estal ó como una luz de artificio en la mente de Tavernor, hasta que su brillo quedó disminuido.

—Pero… ¿cómo podrá el COMSAC convencerse de todo esto? ¿Quién se lo dirá?

—Todavía no ves la verdad, Mack — le dijo entonces Bethia sonriendo entre su resplandeciente gloria —. El Hombre ha cruzado el umbral. Yo ya he alimentado esta información en miles de los más notables cerebros de la Federación. Ya ha sido aceptada y están completamente de acuerdo. De ahora en adelante todos los seres humanos estarán en condiciones de tener acceso al conocimiento y a la sabiduría de la consciencia total de la raza. Vienen ahora unos tiempos maravillosos y excitantes, Mack. El hombre puede tener otras luchas; pero no serán nada importante y que no pueda resolver.

Incapaz de hablar una palabra, Tavernor luchó por agarrar aquellas inmensidades de espacio-tiempo. Entonces, sobrepasando de alguna forma su extraordinaria grandiosidad, le vino a la memoria el pálido y roto cuerpo de Bethia y la relación humana que él nunca experimentaría. Supo entonces que sus pensamientos eran los de Bethia.

—Esperaré — prometió —. Yo… yo nunca amaré a nadie más.

—Tú no puedes amarme, Mack. Yo nunca amaré a nadie… Yo soy el Camino.

—Pero…

—Pero, ¿por qué piensas que los pitsicanos no te mataron junto a Gervaise Farrell? Mi abuelo tuvo dos hijos, uno de ellos mi padre, y el otro Howard Grenoble. La preponderancia genética fue recesiva en Howard y en Lissa… tu madre. Sólo es parcialmente recesiva en ti — los pitsicanos también estaban advertidos de eso y se hará después dominante en tus hijos o en los demás. La Humanidad necesita tus genes, Mack, para ayudarla en el próximo paso de su evolución, y eso es un deber que no puedes eludir. Recuerda que tus hijos e hijas serán también los míos…

Tavernor se despertó bruscamente, temblando en el frío y húmedo aire del mundo pitsicano. Se levantó dolorosamente y miró a su alrededor. El interior del cubo estaba lleno de niebla y la presencia de la atmósfera extraterrestre del interior le dijo que el suministro de las instalaciones inmediatas había sido cortado.

Intentó abrir las puertas del cubo y éstas se abrieron fácilmente, permitiéndole salir al exterior sin esfuerzo. El suelo estaba frío bajo sus pies desnudos y el sombrío edificio totalmente desierto olía mal. En el acto comprobó que los pitsicanos se habían marchado.

Caminó alrededor de la pared divisoria y miró al interior del cubo de Bethia. Su cuerpo, ya descartado en su presencia física, resplandecía con una cegadora blancura más allá de las transparencias neblinosas y él se apartó rápidamente de allí. En el exterior del edificio, el mundo estaba en una completa quietud, excepto por la escasa y perceptible presencia de las nubes que lo envolvían todo. Tavernor se estremeció de nuevo y se dio cuenta de que había mucho trabajo que hacer. Tenía que localizar los almacenamientos de alimentos y hallar la forma de mantener su celda caliente hasta que llegase una nave de la Federación; pero eso podría llevarle todavía mucho tiempo. Las naves-mariposa serían totalmente descartadas y los conductores de las grandes masas de reacción no podrían ser construidos tan rápidamente. Además, tenía que preparar una tumba decorosa para el cuerpo de Bethia.

No podía ni imaginarse el dolor que le esperaba para hacerse a la idea de haberla perdido; pero el futuro se extendía frente a él en la Eternidad…

Un futuro que estaría mas allá de la más fantástica imaginación del Hombre.