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El arma fue denominada oficialmente el Rifle Compensador Tavernor, una etiqueta de la cual sé derivaba una menguada satisfacción. Solo él comprendía qué era lo que tenía que compensar, e incluso Mack vio muy claro cómo todos los años empleados en aquello no menguaban la culpa, ni la convicción de que su madre había muerto porque su padre solo había sido capaz de salvar a una persona. Todo lo que pudo apreciar bien, por primera vez en su vida adulta, era que podía vivir, hablar y sonreír como cualquier otro ser humano. Y que podía respirar libremente, sin que la pestilencia despedida por un guerrero pitsicano ofendiese su sentido del olfato.

Una vez que el RCT Mk-1, estuvo en fase de producción, Tavernor volvió su atención a otros proyectos; pero su chispa inventiva parecía haberse apagado y el trabajo empezó a aburrirle mortalmente. Luchó contra sus inclinaciones durante tres años más y luego comenzó a hacer solicitudes para ser transferido a la zona de combate. En tal punto, incluso en tiempo de guerra, le habría sido posible retirarse, ya que no había escasez de combatientes; pero le resultó difícil imaginarse la vida fuera del ejército.

Eventualmente, y a la edad de cuarenta y dos años, el Coronel Mack H. Tavernor volvió al servicio activo, aun que no en las zonas de máxima interpenetración donde había aprendido su oficio guerrero. Descubrió con gran sorpresa que la Federación se hallaba comprometida en más de un conflicto. La guerra contra los pitsicanos se prolongaba desde hacía ya cuatro décadas, el tiempo suficiente para convertirse en un fondo permanente de los problemas internos de la Federación y de la vida política. Los problemas de otro tipo pronto comenzaron a surgir de nuevo. Algunos sistemas, particularmente aquellos bien alejados de la frontera humano-pitsicana, comenzaron a poner reparos a pagar los tributos de una lejana guerra. El sistema de impuestos reducidos pronto exhibió su capacidad de viejo truco político para sostener a los lideres políticos de cualquier partido y la Federación e vio obligada a llevar a cabo una serie de costosas operaciones de policía.

Tavernor tuvo que soportar que su RTC fuese utilizado contra los seres humanos durante cuatro años; pero el punto de ruptura fue su propio mundo, Masonia. La frontera se había constituido en aquel sector por tres veces. Cada vez, el planeta había sido ligeramente atacado, ya que de otra forma no habría quedado ningún problema político que considerar, pero con la suficiente dureza para convencer a la población de que era estúpida en permitir que su mundo fuese utilizado como centro de adiestramiento de suministros estratégicos. Un líder político-religioso llamado Chambers llegó al poder con la teoría, absurda aunque atractiva para el populacho, de que los pitsicanos no eran un azote para nadie, excepto para lo injusto. Y reforzó su idea de una neoconciliación con los argumentos bien calculados de que lo justo en su sentido de la palabra — no tenía que pagar impuestos de guerra.

Antes de que la Tierra pudiese hacer nada para evitarlo, Chambers estuvo en el poder y ordenó que se retirase todo el material de guerra de Masonia. Durante la acción de policía resultante, una población que había caído por los ataques ocasionales de los pitsicanos rehusó decididamente ser sometida a la Tierra Imperial.

Tavernor, que estaba por entonces en otra parte, conoció solamente los detalles más sobresalientes del asunto: el planeta había recibido de la Tierra la seguridad de un mínimo derramamiento de sangre. Tavernor se hallaba en el sector cuando llegó la oportunidad de una semana de permiso y aprovechó la ocasión para pasar unos cuantos días entre los escenarios de su infancia, en los bosques del Proyecto Agrario número 82.

Los bosques estaban allí todavía; pero de una forma totalmente distinta. Habían servido como escondite a los combatientes de las guerrillas de Masonia y se había hecho necesario aplicarles un castigo. Tavernor empleó un día caminando a través de los lagos de celulosa de color verde y plata. Hacia el atardecer, encontró una zona donde el flujo había pasado claro y transparente.

Debajo de la superficie de ámbar, la cara de una mujer muerta miraba hacia arriba, inmóvil.

Se arrodilló con respeto en la encristalada superficie, mirando fijamente el pálido y ahogado óvalo de su rostro. Los rizos negros de sus cabellos estaban helados, incorruptos, como en forma eterna, como la culpa que le atenazaba a él al pensar que la hubiera arrojado.

Aquella noche, ejerciendo su opción de los treinta años, dimitió del ejército y marchó a buscar un lugar en donde esconderse.

4

Tavernor caminó hacia el norte siguiendo la línea de las vallas. Mientras iba dando tumbos a través de la moñuda hierba, se protegió los ojos e intentó ver más allá del resplandor de la superficie de la llanura. La intensa luz acrecentó su dolor, de cabeza; pero pudo apreciar ciertos signos de actividad. Lejos y a través del lago de celulosa, resplandecían una serie de espejismos. Detrás y entre ellos, se estaban construyendo enormes edificios. Los helicópteros de trabajo, en forma de caballitos del diablo, grandes incluso a tal distancia, iban por los aires de un lado a otro, levantando muros enteros y colocándolos en su sitio, y los remolinos de sus rotores se agitaban entre los espejismos desparramando luz y colores en el cielo.

Tomando relación desde los grandes edificios de El Centro, Tavernor estuvo en condiciones de calcular que aquella actividad estaba teniendo lugar en un sitio próximo a donde se hallaba su casa dos días antes. Más tarde descubriría si había sido reducida a cadenas de polisacáridos disociados y pectinas de libre flujo junto con el resto del bosque o si había sido elevada y transportada fuera del camino en que estorbaba. La casa tenía poca importancia; pero mil ones de pequeñas criaturas habrían perecido con la operación. Su mente volvió hacia el rostro de la mujer que había encontrado en Masonia mirando fijamente hacia arriba desde su prisión de ámbar. «Una desgracia», batían dicho, «pero nosotros avisamos a las guerrillas que se marcharan de allí.»

Diez minutos bastaron para llevar a Tavernor hacia una amplia entrada en las vallas. Estaba completa con todos los distintivos militares, barreras, puntos de control y guardias armados. Una carretera recién hecha conducía desde la llanura y, cortando recta a través del terreno del parque, a una de las avenidas principales, de El Centro… Ya había comenzado a funcionar una doble fila de vehículos de tierra y sobre cojines de aire. La fabulosa cantidad del equipo asombró a Tavernor, teniendo en cuenta que había que haberlo bajado de la estación en órbita translunar y a través de la pantalla de fragmentos lunares, lo que, debía de haber costado muchos millones. Fuera lo que fuese lo que estaba pasando en Mnemosyne, era algo grande. Algo muy bien planeado previamente.

Tavernor pudo haber tenido razón cuando había supuesto que la guerra estaba llegando de aquella forma. El estallido de la estrella Neilson estaba saturando enteramente aquella zona con partículas cargadas, creando un volumen de espacio en donde las grandes naves podían alcanzar la máxima velocidad. La operación fantásticamente costosa de destruir la estrella, se había realizado tras siete años de previa preparación; por lo que estaba viendo como testigo ocular, podía ser la culminación de los planes de siete años de duración del COMSAC. … ¿qué interés podía tener el CQMSAC en Mnemosyne? ¿Por qué debía el ejército invadir un mundo remansado a trescientos años luz de distancia de la zona más próxima de combate?