El nombre de la medianoche
Calcuta, 29 de mayo de 1932.
La sombra del temporal precedió la llegada de la medianoche y tendió lentamente un extenso y plomizo manto sobre Calcuta que resplandecía como un sudario ensangrentado a cada estallido de la furia eléctrica que albergaba en su seno. El fragor de la tormenta que se avecinaba dibujaba en el cielo una inmensa araña de luz que parecía tejer su red sobre la ciudad. Mientras, la fuerza del viento del Norte barría la neblina sobre el río Hooghly y desnudaba a la noche cerrada el esqueleto devastado del puente de metal.
La silueta de Jheeter's Gate se irguió entre la niebla fugaz. Un rayo descendió del cielo hasta la aguja de la cúpula de la bóveda central de la estación y se encendió en una hiedra de luz azul que recorrió la retícula de arcos y vigas de acero hasta los cimientos.
Los cinco muchachos se detuvieron frente al umbral del puente; sólo Ben y Roshan se adelantaron unos pasos en dirección a la estación. Los dos raíles dibujaban una senda recta flanqueada por dos líneas plateadas que se hundían directamente en la boca de la estación. La Luna se ocultó tras el manto de nubes y la ciudad pareció quedar al amparo de la lumbre de una lejana vela azul.
Ben examinó con cautela el recorrido del puente en busca de fisuras o grietas que pudieran enviarlos directamente a la corriente nocturna del río, pero apenas era posible vislumbrar más que la guía resplandeciente de los raíles entre la maleza y los escombros. El viento arrastraba un rumor enmascarado desde la otra orilla del río. Ben miró a Roshan, que observaba nerviosamente las fauces oscuras de la estación. Éste se acercó hasta los raíles y se agachó junto a ellos, sin apartar la mirada de Jheeter's Gate. El muchacho posó la palma de la mano sobre la superficie de uno de los railes y la retiró súbitamente, como si hubiese recibido una descarga eléctrica.
– Está vibrando -dijo Roshan, atemorizado-. Como si se acercase un tren.
Ben se acercó y palpó la larga estría de metal. Roshan le miró, ansioso.
– Es la vibración del río contra el puente -le tranquilizó-. No hay ningún tren.
Seth y Michael se aproximaron a ellos mientras Ian se arrodillaba a asegurarse los zapatos con doble nudo, un ritual que reservaba para las situaciones en que sus nervios se convertían en cables de acero.
Ian alzó la vista y le sonrió tímidamente, sin mostrar ni un ápice del temor que Ben sabía que rezumaba, al igual que en los demás y que en él mismo.
– Yo esta noche haría un nudo triple -bromeó Seth.
Ben sonrió y los miembros en activo de la Chowbar Society intercambiaron una mirada abierta y expectante. Un segundo después, todos procedieron a imitar a lan y a reforzar los nudos de sus zapatos, conjurando aquel talismán que tan buen resultado había dado a su compañero en otros lances.
Poco después formaron una fila india abierta por Ben y cerrada por Roshan en la retaguardia y se adentraron con precaución en el puente. Ben, aconsejado por Seth, puso esmero en pisar cerca del raíl, donde la estructura del puente era más sólida. A pleno día resultaba sencillo sortear los maderos rotos y ver con antelación las zonas que habían cedido al paso del tiempo y pendían como toboganes directos al centro del río, pero a medianoche y bajo las nubes del temporal que se aproximaba, el trazado se transformaba en un bosque plagado de trampas en el que casi había que avanzar paso a paso, palpando el terreno.
No habían completado apenas una cincuentena de metros, una cuarta parte del reco-rrido, cuando Ben se detuvo y alzó la mano en señal de alto. Sus compañeros miraron al frente sin comprender. Por un instante permanecieron en silencio, inmóviles sobre las vigas que basculaban gelatinosamente bajo el continuo envite del río que rugía a sus pies.
¿Qué pasa? -preguntó Roshan desde el final de la formación-. ¿Por qué nos dete-nemos?
Ben señaló hacía Jheeter's Gate y todos pudieron ver dos arterias de fuego que se abrían camino hacia ellos sobre los raíles a gran velocidad.
– ¡A un lado! -gritó Ben. Los cinco muchachos se lanzaron al suelo y las dos pare-des de fuego cortaron el aire junto a ellos, con la rabia de dos cuchillas de gas encendido. Su paso produjo un intenso efecto de succión, arrastró consigo trozos del tendido y sem-bró un rastro de llamas sobre el puente.
– ¿Todo el mundo está bien? -preguntó Ian, incorporándose y comprobando que parte de sus ropas humeaban y desprendían vapor.
Los demás asintieron en silencio.
Aprovechemos para cruzar antes de que se extingan las llamas -sugirió Ben.
– Ben, creo que hay alguna cosa debajo del puente -apuntó Michael.
Los demás tragaron saliva. Un extraño sonido repiqueteaba bajo la plancha de metal a sus pies. La visión de unas garras de acero arañando la lámina se iluminó en la mente de Ben.
– Pues no nos quedaremos aquí para comprobarlo -replicó Ben-. Rápido.
Los miembros de la Chowbar Society aligeraron el paso y siguieron a Ben serpen-teando por el puente hasta su extremo, sin detenerse a mirar atrás. Al pisar de nuevo tie-rra firme a escasos metros de la entrada a la estación, Ben se volvió e indicó a sus compa-ñeros que se alejasen del entramado metálico.
– ¿Qué era eso? -preguntó Ian a su espalda. Ben se encogió de hombros.
– ¡Mirad! -exclamó Seth-. ¡En el centro del puente!
Las miradas de todos se concentraron en aquel punto. Los raíles estaban adquiriendo una tonalidad rojiza que irradiaba en ambas direcciones y desprendía un ligero halo humeante. En pocos segundos, ambos raíles empezaron a combarse sobre sí mismos. La estructura entera del puente empezó a gotear gruesas lágrimas de metal fundido que caían sobre el Hooghly y producían explosiones violentas al impactar con la fría corriente.
Los cinco muchachos asistieron paralizados al sobrecogedor espectáculo de una estructura de acero de más de doscientos metros que se fundía ante sus ojos, como un bloque de manteca en una sartén ardiente. La luz ámbar del metal líquido se sumergió en el río y dibujó una densa pincelada sobre los rostros de los cinco amigos. Finalmente, el rojo incandescente dio paso a un tono metálico opaco, sin brillo, y los dos extremos se abatieron sobre el río como dos sauces de acero que hubieran quedado atrapados en la contemplación de su propia imagen.
El sonido furioso del acero chispeando en el agua se apaciguó lentamente. Entonces los cinco amigos pudieron escuchar a sus espaldas que la voz de la antigua sirena de la estación de Jheeter's Gate rasgaba la noche de Calcuta por primera vez en dieciséis años. Sin mediar palabra, se volvieron y cruzaron la frontera que los separaba del fantasmagó-rico escenario de la partida que se disponían a jugar.
Isobel abrió los ojos ante el alarido de la sirena que recorrió los túneles imitando la advertencia de un bombardeo. Sus pies y manos estaban sujetos firmemente a dos largas barras de metal herrumbrosas. La única claridad que percibía se filtraba desde la rejilla de un respiradero situado sobre ella. El eco de la sirena se perdió lentamente…
De pronto escuchó que algo se arrastraba hacia el orificio de la trampilla. Miró hacia las rendijas de luz y observó que el rectángulo de claridad se oscurecía y la trampilla se abría. Cerró los ojos y contuvo la respiración. El cierre de los ganchos metálicos que la inmovilizaban de pies y manos saltó con un chasquido y sintió una mano de largos dedos que la asía por la base del cuello y la alzaba en vertical a través de la trampilla. La mucha-cha no pudo evitar gritar de terror y su secuestrador la lanzó contra la superficie del túnel como un peso muerto.
Abrió los ojos y contempló una silueta alta y negra, inmóvil, frente a ella, una figura sin rostro.
– Alguien ha venido por ti -murmuró la faz invisible-. No les hagamos esperar.
Al instante, dos pupilas ardientes se encendieron sobre aquel rostro, fósforos prendiendo en la oscuridad. La figura la agarró por el brazo y la arrastró a través del tú-nel. Tras lo que le parecieron horas de agónica caminata en la oscuridad, Isobel distinguió la silueta fantasmal de un tren detenido en las sombras. Se dejó arrastrar hasta el vagón de cola y no opuso resistencia cuando fue empujada al interior con fuerza, donde quedó encerrada.