Michael asintió. El eco de los gritos se desvaneció y pronto ambos quedaron de nuevo envueltos en el intermitente tintineo que producían las gotas de la llovizna al impactar contra la parte superior de la bóveda bajo la que se encontraban. Habían ascendido hasta el último nivel de Jheeter's Gate y una vez allí habían descubierto el insólito espectáculo de la gran estación desde las alturas. Los andenes y las vías aparecían lejanos y el preciosista entramado de arcos y niveles superpuestos se apreciaba con mucha mayor claridad desde aquel punto.
Michael se detuvo al borde de una balaustrada metálica que se adentraba en el vacío sobre la vertical del gran reloj bajo el que habían cruzado al penetrar en la estación. Su percepción pictórica le permitió apreciar el hipnótico efecto óptico que insinuaba la fuga de cientos de vigas combadas desde el centro geométrico de la cúpula y que parecían perderse en una curva infinita que jamás llegaba al suelo. Desde aquella atalaya privile-giada, el espectador experimentaba la sensación de que la estación ascendía hacia el cielo, trazando una insondable torre de Babel que se adentraba en las nubes y se retorcía entre ellas como una columna bizantina. Roshan se unió a él y echó un breve vistazo a la vertigi-nosa visión que parecía embrujar a su amigo.
– Te vas a marear. Venga, sigamos. Michael alzó la mano en señal de protesta.
– No, espera. Ven aquí. Roshan se asomó fugazmente al borde de la balaustrada.
– Si miro otra vez, me caeré. Una enigmática sonrisa afloró en los labios de Michael. Roshan observó a su compañero, preguntándose qué es lo que sus ojos habrían descubier-to.
– ¿No te das cuenta, Roshan? -preguntó Michael.
Su amigo negó. -Explícamelo.
– Esta estructura -indicó Michael-. Si observas la fuga desde ese punto de la cúpu-la, te darás cuenta.
Roshan trató de seguir las indicaciones de Michael, pero el objeto de sus observacio-nes ni siquiera se le insinuaba.
– ¿Qué estás tratando de decirme, Michael?
– Es muy sencillo. Esta estación, toda la estructura de Jheeter's Gate, no es más que una inmensa esfera de la que sólo vemos la parte que emerge de la superficie. La torre del reloj está situada directamente en la vertical del centro de la cúpula, como un asomo del radio.
Roshan absorbió las palabras de Michael con parsimonia.
– Bien. Es una condenada pelota -admitió-. ¿Y qué?
– ¿Sabes la dificultad técnica que entraña construir una estructura como ésta? -preguntó Michael.
Su compañero negó de nuevo.
– Deduzco que considerable -adujo Roshan.
– Radical -sentenció Michael, desempolvando el adjetivo que reservaba al súm-mum de los superlativos-. ¿Por qué motivo alguien diseñaría una estructura como ésta?
– No estoy muy seguro de querer saber la respuesta -replicó Roshan-. Bajemos al nivel inferior. Aquí no hay nada.
Michael asintió, ausente, y siguió a Roshan en dirección a las escalinatas.
El subnivel inferior que se extendía bajo la plataforma de observación de la cúpula apenas medía metro y medio de alzada y estaba virtualmente inundado por las aguas filtradas de las lluvias que habían empezado a caer sobre Calcuta desde inicios de mayo. La superficie del suelo, casi bajo un palmo de agua estancada y corrompida que emitía un vapor fétido y nauseabundo, estaba cubierta por una masa de fango y escombros, descom-puestos por la acción de las filtraciones durante más de una década. Michael y Roshan, agachados para poder introducirse en el angosto subnivel, avanzaban trabajosamente entre el lodo que les cubría hasta el tobillo.
– Este lugar es peor que las catacumbas -comentó Roshan-. ¿Por qué demonios este piso es tan condenadamente bajo? Hace siglos que la gente no mide metro y medio.
– Probablemente ésta era una zona restringida -respondió Michael-. Quizá alber-gue parte del sistema de pesos que compensan la bóveda. Procura no tropezar. A lo mejor se viene todo abajo.
– ¿Eso es una broma?
– Sí -repuso escuetamente Michael.
– Es el tercer chiste que te oigo contar en seis años -comentó Roshan-. Y es el peor.
Michael no se molestó en contestar y siguió avanzando lentamente a través de aquel paradójico pantano elevado en las alturas. El hedor de las aguas corrompidas empezaba a martillearle el cerebro y comenzó a contemplar la posibilidad de sugerir que diesen la vuelta de nuevo y descendiesen a otro nivel, puesto que dudaba que nada ni nadie se ocultase en aquel lodazal inexpugnable.
– ¿Michael? -preguntó la voz de Roshan, perdida unos metros más atrás.
El joven se volvió y advirtió la silueta de Roshan encorvada junto a un tramo oblicuo de una gran viga metálica.
– Michael -dijo Roshan en tono desconcertado-, ¿puede ser que esta viga se esté moviendo o son ilusiones mías?
Michael supuso que su amigo también había inhalado aquellos vapores putrefactos demasiado tiempo y se dispuso a abandonar definitivamente el subnivel cuando escuchó un fuerte estruendo en el otro extremo del piso. Ambos se volvieron al unísono y clavaron los ojos el uno en el otro. El sonido estalló de nuevo, esta vez con movimiento, y los dos muchachos observaron que algo avanzaba hacia ellos a gran velocidad, sumergido en el fango y levantando a su paso una estela de desperdicios y agua sucia que se estrellaban contra el techo bajo. Los dos muchachos, sin esperar un segundo, se lanzaron a toda prisa hacia la puerta de salida, avanzando tan rápidamente como podían hacerlo, agachados y sorteando una capa de barro y agua de treinta centímetros.
Antes de que pudieran alejarse más de unos pocos metros de allí, el objeto sumergido les rebasó a toda velocidad, describió una curva cerrada a su alrededor y enfiló de nuevo en línea recta en dirección a ellos. Roshan y Michael se separaron y cada uno corrió en direcciones opuestas, tratando de distraer la atención de lo que fuera que les estaba dando caza implacablemente. La criatura oculta bajo el lodo se dividió en dos mitades y cada una de ellas se lanzó en una vertiginosa persecución tras los muchachos.
Michael, Jadeante y perdiendo el resuello, se volvió medio segundo a comprobar si aún le seguían y sus pies impactaron con un escalón sumergido en el barro. Su cuerpo cayó sobre la superficie cenagosa y las aguas fétidas le engulleron. Cuando emergió y abrió los ojos mordidos por el escozor, una columna de lodo se alzaba lentamente frente a él, semejante a una figura de chocolate caliente vertida desde una jarra invisible. Michael se arrastró entre el barro y sus manos resbalaron de nuevo, dejándole tendido sobre el lodo.
La figura de barro desplegó dos largos brazos a cuyo extremo brotaron dedos largos y combados en grandes anzuelos de metal. Michael asistió aterrado a la formación de aquel siniestro golem y contempló que del tronco se alzaba una cabeza, en cuyo rostro se dibujaron unas grandes fauces surcadas de colmillos largos y afilados como cuchillos de caza. La figura se solidificó al instante y la arcilla seca desprendió una cortina de vaho. Michael se incorporó y escuchó que la estructura de lodo crujía, mientras cientos de grietas se extendían sobre ella. Las fisuras del rostro se expandieron lentamente y los ojos de fuego de Jawahal se encendieron sobre él. La arcilla seca se desplomó en un mosaico de infinitas piezas. Jawahal asió a Michael por la garganta y acercó al muchacho a su rostro.
– ¿Eres tú el dibujante? -preguntó Jawahal alzando a Michael en el aire.
Él asintió.
– Bien -dijo Jawahal-. Tienes suerte, hijo. Hoy verás cosas que mantendrán tu lápiz ocupado durante el resto de tu vida. Suponiendo, claro está, que vivas para dibujarlas.
Roshan corrió hacia la puerta de salida sintiendo el latigazo de la adrenalina por sus venas como un reguero de gasolina encendida. Cuando apenas le separaban dos metros de la vía de escape, saltó y cayó de bruces sobre la superficie nítida y libre de barro de la galería de distribución. Al incorporarse, su primer impulso fue el de seguir corriendo hasta que su corazón se deshiciese en mantequilla. El instinto adquirido en sus años previos a ingresar en el St. Patricks como ladronzuelo callejero en la jungla de Calcuta no se había extinguido.