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– Eso creí, pero no. Se refería a los «lobisones», sujetos que a la luz de la luna se convierten en lobos y en forma de lobos cometen toda clase de tropelías. Una creencia popular. Una vulgar superstición. Algo que no puede existir y que, sin embargo, existe, no sólo en las aldeas y caseríos, sino en Washington mismo, en el Capitolio, donde hay hombres que a la luz del oro se transforman en «lobbystas».

– Un argumento para Charlot…

– Me lo quitó de los labios. Usted ve a Charlot convertido en lobo, en «lobbysta», aullando al paso de los senadores en los pasillos del Congreso.

– Pero, Aurelia… -se detuvo Krill, le faltaba materia prima en la boca para seguir masticando, al tiempo de sacar algunos pistachos de su bolsa-, no penetró lo que él quiso decirle, salvo que haya algunos «lobbystas» interesados en el negocio de armamentos.

– No sé. El actual presidente de la Compañía fue el que me habló de las cartucheras y él parece que tiene en sus manos los pedidos de armas.

– ¿Ese con los ojos color de cuba en la que han vomitado diez mil borrachos? Aurelia, lo de los «lobisones del Capitolio» me da mucho en que pensar. Voy a subir a mi cuarto.

– Yo aprovecharé para leer la carta de mi hijo. Por fin mandó su retrato. Es un tremendo muchacho. Crece cuando no lo veo y cuando llego a visitarlo siempre me parece un chiquitín.

Krill hizo un amistoso gesto de enfado, al apartar la cabeza para no ver el retrato de Boby.

– Me llama chismoso…

– Perdónelo. ¡Qué culpa tiene el loro! No hace sino repetir lo que le oye al abuelo. Y el abuelo no deja de tener razón. Apostaría doble contra sencillo que ahora va a su cuarto a ver a quién le chismosea por teléfono lo de los «lobbystas», los «lobisones del Capitolio», como los acaba de llamar.

– No tengo tiempo. Voy a dar órdenes a mis agentes para que compren acciones de la «Tropical Platanera»…,.

– ¡Está usted loco como mi padre!

– Sííííí…, loco como su padre… -exclamó con sorna, los ojos de alcanfor helado, y se marchó a pasos largos; cojeaba un poco del lado en que se había puesto el crisantemo en el ojal de la solapa, de la pierna izquierda, aunque poco le importaba el calambre, ni el dolor sentía… ¡Je, je, je! Documentos reales, la cédula de su majestad expedida en Valladolid… ¡Je, je, je! Connivencias de ese gobierno con los japoneses, pesando en contra de la línea divisoria de 1821, a favor de la «Frutamiel»… ¡Je, je, je! Hay que ponerse en guardia… Alzas y bajas especulativas…

No sube a su habitación. Da la vuelta alrededor de Aurelia, que contempla el retrato de su hijo, se encaja en una cabina telefónica y llama, llama, llama. Por fin obtiene uno de sus agentes. Se le va la respiración. Pequeños pasos en un solo sitio que son como pataleos. Corta. ¡Uf! ¡Pronto! ¡Pronto!… Aurelia se ha ido. ¿Dónde encontrarla?… ¿En el hotel?… ¡Ja!… ¡Ja!… ¡Ja!… Otra vez el calambre. La cojera del lado del crisantemo. Por un espejo vio aparecer a una vieja. Por otro espejo vio desaparecer a una jovencita. Las edades. ¡Qué edades! Las cotizaciones. La edad de las personas es una simple cotización bursátil. Es evidente que el Papa Verde ha estado jugando a la baja con las acciones de la «Tropical Platanera, S. A.», para quedarse con ellas, con la mayor parte de ellas, entendámonos, ya que las demás las repartirá, entre billetes, bonos, cheques, cupones, con los «lobisones del Capitolio», los arbitros, los abogados, los dueños de las cadenas de periódicos -¡lindo nombre!-, las cadenas de periódicos que en nombre de la libertad encadenan a la libertad… ¡Aurelia!… ¡Aurelia!… Quiero encontrar a Aurelia para agradecerle. Por ella me salvé. Por ella, Herbert Krill, Krill, pececillo que alimenta las ballenas azules, se salvó y navega en la barca en que van por el divino mar Caribe los reyes, los presidentes vitalicios y semivitalicios, los jefes de operaciones militares, también operaciones bursátiles, los jueces que integran el tribunal de arbitraje en esta ardua disputa limítrofe, el gran secretario de Estado Corazón de Búfalo… Navegan… Navegan… Navega… mos sin ningún peligro, porque todos los bucaneros vamos dentro… ¡Ah!, mar de los plátanos azules y las tempestades de oro, de las hamacas más adormecedoras que sirenas, de las islas donde en las degollinas, al saltar la sangre de las venas, produce una música… Deja de masticar… Mastica… Deja de masticar… Krill, te salvaste por el cuento de los hombres que se vuelven lobos a la luz de la luna…

No hay cuidado ahora. Todos los lobos van en el barco. Los lobos y los bucaneros. Sólo los pueblos quedan afuera para aplaudir, para trabajar, nada dignifica más que el trabajo. En el mástil más alto se ha desplegado la bandera del Papa Verde… («¡Green Pope!»… «¡Green Pope!»…) …Y pensar que yo fui joven aquí en Chicago y trabajé hasta oír ese grito mágico «¡Green Pope!1» «.¡Green Pope!», en la oficina de aquellos diamanteros de Borneo, sin pensar que más, mucho más que esas gemas, valen los diamantes que saltan de las frentes de los trabajadores del banano, sudor que vale y pesa como los diamantes… En nuestras manos…, entiéndase; en nuestras manos, porque en las manos de ellos no vale nada. Pabellón verde claro desplegado en el mástil más alto, pabellón de pirata, en lugar de las clásicas tibias, dos troncos de bananal, y la calavera matando la esperanza de los pueblos que aplauden y trabajan, no va contra ningún país en particular, va contra la esperanza de los que todavía tienen esperanza. Matar la esperanza… ¡Oh, sí!… Matar la esperanza… Empresa gigantesca porque cada ser humano es una maquinita de fabricar esperanza…

– Habla, escupe, masca… ¿Qué hace, don Herbert? -le sorprendió la voz de Aurelia.

– Ni escupo, ni hablo, ni masco. ¡Sueño!

– ¡Ah!…

– La andaba buscando… -se esponjó la frente sudorosa con el pañuelo-. ¡Me salvó de irme a quemar al infierno, Aurelia! Su cuento de los «lobisones del Capitolio» me decidió a ordenar la compra de acciones de nuestra frutera: ¡ La Tropical!… ¡ La Tropical Platanera! Y sabrá que en este momento su valor está repuntando. Si no es usted, me arruino, me suicido y al infierno.

No estaba Aurelia. Otra vez había desaparecido. Sepultada viva en la cabina del teléfono, gritaba:

– Vendan… Vendan… Vendan las que tengan en poder de ustedes de la «Frutamiel Company»… Sí, todas mis acciones de la «Frutamiel», véndanlas… Aurelia… Aurelia Maker Thompson… Maker Thompson… Mi nombre es Aurelia Maker Thompson -dijo despacio-. Au… re… lia… Ma… ker… Thomp…son…

Tierras madres. Montañas que son como caracoles gigantescos en los que ha quedado sonando el mar. Minas, aserraderos, hatos de ganados, ríos atajados para la pesca y la envolvente soledad del cielo azul, cielo sobre los pinos, cielo sobre los cedros, cielo sobre los picachos sangrantes de crepúsculo. Filas interminables van formando los ejércitos de pajarillos que duermen en los hilos telegráficos a la entrada de este villorrio más acostumbrado a las estrellas que a la sombra. ¿Qué pasa? ¿Por qué han volado los pájaros? ¿Quién anda allí disparando su revólver? ¿Qué son esas fusilerías? «¡Encendé, encendé luz, hay que esconderse!», suena una voz de vieja que duerme a regaña párpados para acostumbrarse a la muerte. No porque le guste. De su cuenta, no dormiría nunca, pero hay que acostumbrarse al sueño eterno y más vale irse habituando en largos sueños. Y tras los disparos de pistolas y fusiles sonaron las campanas. Era confundir las cosas. Era hacer pensar en la noche de Navidad. ¡La misa del gallo, nanita! ¡Qué misa del gallo, si no está el Padre, algotra cosa menos santa es, repican para convocar al pueblo! Al salir a la calle, el fresco, el fresco húmedo de la tierra sin baldosas. Sólo en la ciudad las calles están calzadas. Aquí puras descalzas. De tierra. De tierra para los pies del pueblo descalzo. El calorcito entre las cuatro paredes. El olor del candil apagado. La puerta cerrada con tranca. El repique. Los disparos. Unos hachones de ocote frente a la Comandancia. El comandante local en rueda de hombres bebiendo copas. De un momento a otro tiene que salir el bando. Ya los soldados están formados. Y el que lo va a leer se despereza. Que dejen de repicar. Ese repique tan largo. Más vale, para que se despierten todos. El del farol. El del farol también se despereza. Lo llevará para que el del bando pueda leer lo que dice el papel. Dentro de los vidrios, la luz. Fuera de los vidrios, la noche, y ellos todos en la noche. Menos mal que no habrá guerra. La línea divisoria pasará saltando como una cabra por lo alto de las montañas. Ni al valle de allá ni al valle de acá. Entre melón y melambas. Bien arreglaron las cosas. Peor hubiera sido por mal. En las ciudades sonaban las sirenas. Los pequeños puertos de la costa atlántica, sobre el Caribe, se llenaron de gente. Todas eran banderas blancas. Negros, mestizos, asiáticos, europeos en trajes blancos. Por estornudar se paga. Pues que estornude, que estornude la banda municipal, toda la noche y todo el día. Lo que falta de la noche. ¡Qué tarde llegó la noticia! Y de repente. Por inalámbrico. ¡Vaya sueño el de las putas! No parece que se durmieran, sino que se murieran. ¡Abran, bestias, se ganó la línea divisoria! ¡Qué se va a ganar, se perdió! ¡Se ganó la paz! ¡Bueno, eso sí! ¡Despierten a la «Chapina»! «¡Chapina», no soy, viví allá!, desfundó una mujer cobriza, la voz más ronca de la costa. «¡No sos 'Chapina', y te están temblando las tetas del gusto!» «No entiendo nada, me agarraron dormida!» Porque ganaron ustedes, ¡mazorca de brujos! ¡Son lujosos! ¡Para ganar son lujosos! Vaya olor a pólvora, a mar y a pólvora de cohetillos. ¡Saquen a ese chino y exíjanle que haga un castillo! ¡Viva la patria, la patria de nuestros mayores! Ya el maestro está mamado. En cuanto se pase, gritaré: «¡Viva la madre patria!» Y antes de fondear, entre babas y pedos, se apalabrará con el suelo para decir lloriqueando: «¡Viva América y la reina que la parió!» Otra cosa. Nada se sabe en la Compañía. Parecen ajenos al fallo dictado por el más alto tribunal de la historia. Quién anda haciendo frases. Cualquiera hace frases. Lo fregado es hacer aguas con sintitis. Sólo las ánimas del purgatorio sufren igual cuando orinan. El practicante de medicina dragonea de médico y da conferencias sobre el «venerado tema venéreo». En medio de todos, analiza el fallo del tribunal, como el resultado de una lucha bursátil entre dos poderosos consorcios bananeros. Pero nadie le oye. Alguien le arrojó a la cabeza una lata de sardinas vacía. Por poco le hiere. Le quedó buen humor y tiempo para gritar al desconocido: «¡No pierdo la esperanza de hacerle la autopsia gratis!» Las ranas despiertas y croantes ponen un «después», «después», «después», entre lo que sucede y está sucediendo. ¿Entienden ustedes? Quién iba a contradecir al señor Nimbo, el espiritista, maridado con la médium más flaca de la tierra conocida, y que, según él, fue flaca en Egipto, flaca en Babilonia, flaca en Galilea, lo que hace pensar que los gordos son gordos, no por lo que ahora comen, sino por lo que se hartaron en el banquete de Nabucodonosor. El único banquete de que tenía noticia don Nimbo. Pero volviendo al tema de lo que estamos celebrando, dijo la culebra entre las ranas, y alumbró con los fósforos de sus ojos, al paso de los peces por las aguas celestes, tibias, trémulas, de burbujas. Porque la serpiente también lo celebra, y lo celebra la nube, el gavilán, las siete que brillan en lo que puede llamarse exactamente la coronilla de Dios. El naturalista inglés, sir Brakpan, ha donado su opinión. Los únicos donativos que los ingleses hacen, a sus patrias de adopción, son sus opiniones. Todo lo demás lo donan al Museo Británico. Ríe. Ríe con una risa de oro católico. No le dieron sólo la hostia. También le dieron la custodia para que se la tragara y le quedó la dentadura. Manifestaciones, algazaras, revuelo de gente arrebatando los periódicos. La noticia. La noticia. El fallo del tribunal arbitral en el asunto de límites. Se conoce lo poco que han transmitido las agencias cablegráricas. No hay información oficial. En las cancillerías a puertas abiertas los funcionarios brillan por su ausencia. Ultimo momento. Los gobiernos darán a conocer el laudo arbitral conjuntamente dentro de las veinticuatro horas siguientes. Es inapelable. Los delegados han estado conferenciando con sus abogados. Inapelable y los Estados Unidos son garantes de su cumplimiento inmediato por parte de los gobiernos. Los empleados públicos esperan de un momento a otro la noticia: ¡Feriado! ¡Feriado!… ¡Qué importa que sea inapelable, si hay feriado! Ya las calles están llenas de gente, adornados los frentes de las casas con los colores nacionales y en automóviles y carruajes enfiestados, banderas, flores, guitarras, botellas, chicos y muchachas pasan cantando La Marsellesa , seguidos de bandadas de pillastres con palos para apagar los triquitraques y quedarse con los que no estallan. Júbilo. Júbilo rodando. Júbilo andando. Júbilo en ruedas. Júbilo a pie. Bailes en las plazas. Te Déum en la Catedral.