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Brendan dijo alguna frivolidad en un tono demasiado bajo para que Emily pudiera oírle. Maggie sonrió y bajó los ojos. Fergal cambió de postura de forma que pareció adoptar una actitud ligeramente beligerante.

Brendan miró a Maggie, y Emily creyó ver en aquella expresión una ternura que le provocó la estremecedora conciencia de un anhelo más profundo que la amistad. Luego volvió a mirar, y allí ya no había nada más que cordial simpatía, y dudó de si había visto algo.

Se volvió hacia Daniel para ver si él había notado algo una cosa, pero él estaba mirando a Padraic Yorke.

– Se diría que les ha afectado mucho a todos -le dijo Daniel en voz baja.

Ella no le entendió.

– Lo del barco -aclaró él-. ¿Cree usted que conocían a alguno de los hombres? ¿O a sus familias, tal vez?

– No creo que sepamos quiénes eran -contestó ella-. Ni que eso importe. Cuando muere alguien siempre es una tragedia. No es necesario haberlo conocido para lamentarlo.

– El ambiente está muy cargado -susurró él-, como si pudiera prender con un chispa. La gente de aquí es muy bondadosa -hablaba tan bajo que ella apenas le oía-, por entristecerse tanto por personas que no conocían de nada. Imagino que la gente buena de verdad comparte una humanidad común, y no hay nada como la muerte para unir a los vivos. -Se mordió el labio-. Pero yo sigo deseando poder llorar a mis compañeros por sus nombres.

Emily no contestó nada. No era la desaparición del resto de la tripulación del barco lo que angustiaba a la aldea, era el asesinato de Connor Riordan, y la certeza de que uno de ellos era el responsable.

– Por supuesto -dijo, después de vacilar un momento.

Los muertos del barco eran el único vínculo de Daniel con su identidad, con todo lo que había sido y había amado. Sin ellos quizá nunca recuperaría esa parte de sí mismo.

Todo lo que habían soportado juntos, la risa, el éxito y el dolor, podía estar perdido.

– Lo siento -añadió Emily con gran pesar.

De pronto él sonrió, y aquello cambió completamente su aspecto. De repente Emily vio en él al chico que había sido pocos años antes.

– Pero yo estoy vivo, y no sería justo dar gracias al buen Dios que me salvó si no estoy agradecido por ello, ¿no cree? -Entonces, sin esperar respuesta, se dirigió hacia el reducido grupo de gente y se presentó, diciéndoles cuánto agradecía su hospitalidad, y el valor de los hombres que habían pasado toda la noche a merced del temporal para sacarlo vivo.

Ella le observó mientras él se acercaba a cada persona o grupo, diciendo lo mismo, buscando sus caras, escuchando sus palabras. Emily pensó que era como si estuviera intentando desesperadamente encontrar el eco de alguna familiaridad entre ellos, alguien que conociera a gente del mar, que conociera la tragedia y le comprendiera.

Cuando los demás se alejaron y quedaron apenas media docena, ella permaneció en el caminito angosto que había entre las tumbas y a pocos metros de donde el padre Tyndale estaba despidiéndose de un anciano caballero con el pelo blanco, como las flores de la maleza que tenía debajo. Los ojos del padre Tyndale parecían mirar más allá de la cara del hombre, hacia el lugar donde Daniel hablaba con Flaherty, y Emily vio terror en él, como si eso fuera algo que hubiera sucedido antes, en los días que condujeron a la muerte de Connor Riordan.

* * *

Emily y Daniel volvieron paseando despacio por el camino. Daniel parecía cansado y ella supo que todavía le dolían las heridas del cuerpo, por la forma en que se ajustaba constantemente el abrigo de Hugo a los hombros. Quizá fue una suerte que los restos que el mar había lanzado no le hubieran provocado heridas más graves. Parecía absorto en sus pensamientos, como si el dolor que subyacía en la aldea se hubiera sumado al suyo.

Aquello no podía seguir así. Alguien debía averiguar la verdad de la muerte de Connor Riordan. Fuera lo que fuese, tenía que ser mejor que esa duda corrosiva. La presencia de Daniel había agudizado el miedo, como si lo hubiera despertado de su sueño sin saberlo.

Él habló de repente y la sobresaltó.

– Usted no es católica, ¿verdad? -Fue una afirmación.

– No -dijo, sorprendida-. Lo siento. ¿Tan fuera de lugar parecía?

Él sonrió. Tenía los dientes bonitos, muy blancos y un poco torcidos.

– No, en absoluto. De vez en cuando es bueno verlo a través de los ojos de un extraño. Nosotros lo asumimos con demasiada facilidad. ¿Su tía era católica antes de casarse y venir aquí?

– No.

– Eso pensé. Lo que hizo es una gran cosa. Debía de quererle mucho. Apostaría que Connemara no se parece al lugar de donde ella vino…, si tuviera dinero.

– Y ganaría -reconoció Emily, devolviéndole la sonrisa.

– Más del doble, supongo -dijo él con pesar-. Y a su familia no debió de gustarle.

– No, mi padre, que ya falleció, se disgustó mucho.

Él la miró, y ella tuvo la incómoda sensación de que sabía que estaba eludiendo la verdad, para que su papel en todo aquello pareciera más conciliador de lo que había sido.

– Usted pertenece a la Iglesia anglicana -dedujo él.

– Sí.

– Esa diferencia que hay entre nosotros es muy importante, según tengo entendido. No sé suficiente sobre la Iglesia anglicana para comprenderlo. ¿Realmente es tan distinto?

– Es una cuestión de lealtad -explicó ella, y repitió lo que le había dicho su padre-. La patria es lo primero.

– Ya entiendo. -Parecía confuso.

– ¡No, no lo entiende! -No acertaba a decir lo que pretendía-. El problema es su lealtad a Roma.

– ¿A Roma? Yo pensé que era a Dios… o a Irlanda.

Se estaba burlando de ella, pero Emily descubrió que era incapaz de guardarle rencor. Dicho así, era absurdo. Todo ese distanciamiento era una insensatez, no tenía nada que ver con la lealtad. En realidad era más bien una cuestión de obediencia y aceptación.

– ¿Usted no había venido nunca a visitarla antes? -apuntó él.

Habría sido inútil negarlo. Era obvio que era una extraña.

– Ahora está enferma.

Eso también era obvio. Había hecho que sonara como si esa fuera la única razón por la que había ido allí, y no por el bienestar de Susannah. Pero eso también era verdad. De hecho, ni siquiera lo habría hecho si Jack no la hubiera forzado. Su opinión había sido decisiva. Pero aquello tampoco era asunto de Daniel.

– ¿Y ha venido usted a cuidarla?

– No. He venido a pasar la Navidad con ella.

– Es una buena época para perdonar. -Hizo un leve gesto de asentimiento.

– Yo no la perdono -espetó Emily.

Él pestañeó.

– No la perdono porque no hay nada que perdonar -dijo enfadada-. Tiene derecho a casarse con quien quiera.

– Pero ¿su padre había pensado en otra persona para ella? ¿Un anglicano? ¿Con dinero, quizá? -Observó la elegante capa de lana de Emily con su distinguido cuello de piel, y sus pulidas botas de cuero que sufrían un poco en aquel camino irregular.

:-No, no había pensado en nadie. Somos una familia acomodada, nada más. Mi primer marido tenía dinero, y un título. Murió.

Él la compadeció al instante.

– Lo siento.

– Gracias. Pero quiero mucho a mi segundo marido. -Emily notó el tono defensivo de su propia voz.

– ¿También tiene dinero y un título? -preguntó Daniel.

– ¡No, no! -dijo ella como si la pregunta hubiera sido un tanto insultante-. Ni dinero, ni perspectivas de tenerlo. Me casé con él porque le quiero. Es miembro del Parlamento y realiza un trabajo muy valioso.

– ¿De modo que su padre está muy contento? Ay, me olvidaba. Me dijo usted que también había muerto. ¿Le importó que se casara usted con un hombre sin título ni perspectivas? -Caminaba por aquel sendero accidentado exactamente al mismo ritmo que Emily-. ¿Desafió usted su enfado, como su tía Susannah? Ahora entiendo por qué ha venido a visitarla. Siente una solidaridad natural. ¿No es exactamente la oveja negra de la familia, pero sí de otro color, al menos?