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Ella quería reír, e indignarse, y se sentía avergonzada porque casándose con Jack Radley se había arriesgado de un modo insensato. Ella había tenido mucho dinero y él no poseía nada y, algo peor, había coqueteado tan descaradamente y se había abierto camino por ser un invitado tan encantador en las fiestas que daban otros que casi nunca había tenido que pagar el techo que le cobijaba. Pero era divertido, era agradable, y cuando las cosas se ponían difíciles y peligrosas era valiente. Las mejores cualidades que albergaba en su interior las había descubierto cuando ya estaban casados.

Pero ella lo había aceptado sin tener que desafiar la ira paterna, ni perder un céntimo del dinero que heredó al enviudar. ¿Habría tenido el valor de casarse con Jack si no hubiera sido tan sencillo? Confiaba en que sí, pero no había tenido que demostrarlo. Ella, comparada con Susannah, era superficial, y sin embargo la había juzgado sin dudarlo.

– Es muy generoso por su parte haber venido, y en Navidad nada menos -interrumpió Daniel sus pensamientos-. Su marido la echará de menos.

– Eso espero. -Lo dijo con una vehemencia que la sorprendió. ¿Jack la echaría de menos? Había insistido enseguida para que se fuera.

Emily intentó recordar las semanas previas a que llegara la carta de Thomas. ¿Hasta qué punto Jack y ella habían estado unidos, más allá de lo habitual? Él siempre era agradable. Pero también lo era con todo el mundo. Y tal como acababa de recordarse a sí misma, quien tenía el dinero era ella. O su hijo Edward en realidad, hijo de George, no de Jack. Ella había heredado Ashworth Hall y todo lo que conllevaba.

¿Jack la estaba echando de menos? O quizá aceptaba y disfrutaba de la compasión y la hospitalidad de la mitad de las mujeres de Londres, que lo consideraban casi tan atractivo como ella?

Emily tuvo la desagradable convicción de que Daniel la estaba observando; le estudiaba la cara como si pudiera leer sus emociones en ella. Ella se había delatado al decir: «Eso espero».

– Estará cuidando a mis hijos -continuó con cierta brusquedad. Entonces deseó haber dicho «nuestros hijos». «Mis» sonaba exclusivo, beligerante. Pero si volvía atrás y rectificaba, parecería aún más vulnerable.

– Ha hecho usted muy bien -repitió él-. ¿Susannah tiene hijos? Ella no habla de ellos y no hay fotografías.

– No, no tiene.

– ¿De modo que solo la tiene a usted?

– ¡En absoluto! -Eso sonaba horrible, como si hubiera abandonado a Susannah durante todos esos años-. Mi madre está viajando por Europa y mi hermana no se encuentra bien.

– ¿Es inválida?

– En absoluto. De hecho está muy sana, simplemente tiene un poco de bronquitis.

– De modo que ella también se perderá las fiestas de Navidad.

– No suele ir a muchas fiestas. Está casada con un policía… de alto rango.

No sabía por qué había añadido esa última parte. Pitt era un simple agente cuando Charlotte se había casado con él. Ella también se había casado por amor, sin importarle demasiado lo que pensaran los demás. Y al recordar el pasado, Emily extrañó aquellos días en los que Charlotte y ella habían jugado un papel en algunos de los casos más complicados de Pitt. Ese tipo de ayuda había sido casi imposible desde que él estaba destinado en el Cuerpo Especial. Bailes, teatro, cenas, todo eso era muy divertido, pero al cabo de cierto tiempo carecía de profundidad; era un mundo superficial, lleno de ingenio y glamour, pero sin pasión.

– La he ofendido -dijo Daniel contrito-. Perdone. Ha sido usted tan considerada conmigo que me gustaría conocerla mejor. Creo que he hecho preguntas inapropiadas. Perdóneme, por favor.

– En absoluto.

Emily mintió; necesitaba negar con rotundidad que él hubiera descubierto algunas verdades. Ella era feliz, y él no debía pensar lo contrario. Le miró para asegurarse de que lo entendía. Estaba sonriendo, pero no pudo leer lo que había detrás de su mirada. Se quedó pensando que la había entendido mucho mejor de lo que ella pretendía.

Con una claridad repentina y muy dolorosa, Emily recordó lo que el padre Tyndale había dicho sobre las preguntas que hacía Connor Riordan: sacaban a la luz aspectos vulnerables que a partir de entonces ya no podían disfrazar, ni ignorarse. ¿Quién no había podido soportar que desnudara sus sueños? ¿Supo él en algún momento lo que estaba haciendo? ¿Volvía a pasar lo mismo ahora, empezando con ella?

¿Debía averiguarlo? ¿Se atrevería? Tal vez la alternativa fuera peor: una cobardía que suponía la muerte de la aldea. Ella tendría que agudizar la mente a fondo para averiguarlo, y no limitarse a tantear el terreno, captando miedos y dudas sin llegar a nada. Tal vez suscitaría cosas aún más desagradables que las que se estaban removiendo. En cuanto se pusiera en marcha sería moralmente imposible pararlo antes de que la verdad saliera a la luz. ¿Estaba preparada para eso? ¿Era capaz siquiera de hacer algo así, por no hablar de afrontar los resultados?

A Susannah preferiría no contárselo, ya tenía que afrontar suficientes problemas, pero Emily no podía tener éxito sin ayuda. Mientras se decía eso, se dio cuenta de que ya había tomado una decisión. Fracasar podía ser una tragedia, pero no intentarlo era una derrota.

* * *

Emily no tuvo oportunidad de hablar a solas con Susannah hasta el té de la tarde. Daniel había vuelto a acostarse; las profundas heridas que tenía seguían molestándole y se sentía derrotado tanto por el cansancio como por la tristeza, tal vez. Ella apenas había pensado en la soledad que Daniel debía de estar sintiendo, una pérdida a la que no podía asociar ni nombres ni caras, tan solo un vacío devastador.

Emily y Susannah se sentaron junto al fuego con el té, unos bollos, mantequilla, mermelada y nata. Emily echó a faltar la viveza de las llamas de un fuego de carbón o de leña, pero empezaba a acostumbrarse al olor tosco de la turba.

Le describió a Susannah la mañana en la iglesia, y después el paseo de vuelta que dio con Daniel, las preguntas que él había hecho y cómo su sagacidad le había alterado las ideas, haciéndole comprender lo que había querido decir el padre Tyndale acerca de Connor Riordan.

Susannah permaneció inmóvil un buen rato sin contestar, con la cara pálida y angustiada.

– ¿No es eso por lo que querías que viniera en realidad? -le preguntó Emily con cariño, inclinándose un poco hacia delante. No le gustaba ser tan directa, pero no tenía ni idea de cuánto tiempo tenían para averiguar la verdad.

– La verdad es que yo escribí a Charlotte -dijo Susannah con tono de disculpa-. Pero eso fue antes de que Thomas me dijera que de hecho tú también le habías ayudado mucho, al principio. Lo siento. Es un poco descortés, pero no queda tiempo para educadas evasivas.

– No -corroboró Emily-. Necesito tu ayuda. ¿Te apetece dármela? Si no, acordaremos no hacer nada.

Susannah pestañeó.

– No hacer nada. Eso suena tan… endeble, tan deshonesto.

– ¿O discreto? -apuntó Emily.

– En este caso eso es un eufemismo de cobardía -le dijo Susannah.

– ¿De qué tienes miedo? ¿De que haya sido alguien a quien aprecias?

– Claro.

– ¿No es mejor saber quién ha sido que sospechar de todos?

Susannah se veía muy pálida, incluso bajo la luz del candil.

– A menos que sea alguien a quien aprecio de forma especial.

– ¿Como el padre Tyndale?

– No pudo ser él -dijo Susannah al instante.

– ¿O alguien a quien Hugo apreciaba? -añadió Emily-. ¿O a quien protegía?

Susannah sonrió.

– Tú piensas que me da miedo que lo hiciera él, para proteger al pueblo de la perspicaz mirada de Connor.