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– ¿Y no es así? -Emily odió hacer esa pregunta, pero una vez planteada cualquier subterfugio era tan rotundo como una respuesta.

– Tú no conocías a Hugo -dijo Susannah con una voz tenue y llena de ternura. Era como si los años transcurridos desde su muerte se hubieran desvanecido, y él acabara de salir por la puerta a dar un paseo, no para siempre-. No estás hablando de mi miedo, querida, sino del tuyo.

Emily no daba crédito.

– ¿Del mío? A mí no me preocupa quién mató a Connor Riordan, salvo porque te afecta a ti.

– Miedo de eso, no -corrigió Susannah-. Dudas de Jack, te preguntas si te quiere, si te extraña tanto como tú esperas. Quizá empiezas a darte cuenta de que no le conoces tan bien como él a ti.

Emily estaba atónita. Aquellos pensamientos apenas habían llegado a un nivel consciente, y sin embargo ahí estaba Susannah enunciándolos en voz alta, y esa negativa que había acudido a sus labios no serviría de nada.

– ¿Qué te hace pensar eso? -dijo con la voz tomada.

Susannah la miraba con mucha ternura.

– La forma como hablas de él. Le quieres, pero hay tantas cosas que ignoras… Jack es joven, acaba de cumplir cuarenta años, y sin embargo no conoces a sus padres, ni sabes si tiene hermanos o hermanas, no hablas de ellos y por lo visto él tampoco. En este momento compartes su tarea parlamentaria y social, pero ¿qué sabes o compartes sobre quién era antes de que lo conocieras, y de lo que le ha hecho ser quienes?

De pronto Emily sintió que estaba al borde de un precipicio, y que perdía el equilibrio. Esa noche se celebraba la cena de la duquesa. ¿Estaría Jack allí? ¿Sentado al lado de quién? ¿La echaba de menos?

Susannah le hizo una leve caricia con la punta de los dedos.

– Probablemente esto no tiene demasiada importancia. No significa que haya algo desagradable, pero el hecho de que no lo sepas indica que te asusta. No creo que sea porque no te importe. Si le quieres, todo lo suyo te importa.

– Él nunca habla de eso -dijo Emily en voz baja-, así que yo no pregunto. Me ocupo de que mi familia nos baste a los dos. -Levantó la vista hacia Susannah-. Tú quieres a la gente de Hugo, ¿verdad? Este pueblo, este paisaje salvaje, la costa, incluso el mar.

– Sí -contestó Susannah-. Al principio me resultó duro y extraño, pero me acostumbré, y luego cuando su belleza pasó a formar parte de mi vida, empecé a amarlo. Ahora no viviría en ningún otro sitio. Y no solo porque Hugo vivió y murió aquí, sino por sí mismo. La gente ha sido buena conmigo. Han permitido que me convierta en uno de ellos, en alguien de aquí. No quiero abandonarlos sin dejar esto resuelto, sea cual sea la respuesta. No quiero irme sin que haya terminado.

– Pues ayúdame, y yo haré lo que pueda para averiguar la respuesta -prometió Emily.

* * *

Emily empezó a pensar seriamente en ello aquella noche, pero estaba demasiado cansada porque con la tormenta apenas había dormido, y hasta la mañana siguiente no sintió que tenía la mente suficientemente clara como para ser perspicaz.

Se fue a dar un buen paseo, no hacia el pueblo esta vez sino en dirección contraria, a lo largo de la orilla, donde estaban las charcas de roca y el viento susurraba entre la hierba.

Las preguntas sobre el método y la oportunidad de matar a Connor Riordan serían difíciles, o incluso imposibles de contestar después de siete años. Las únicas pistas residían en el motivo. Connor Riordan había descubierto secretos tan peligrosos y dolorosos para que le mataran, ¿sobre quién? ¿Ya conocía a alguien de la aldea antes de que el mar le arrojara allí aquella noche?

Cuando Maggie O'Bannion acudió a limpiar las chimeneas y a ocuparse de otras tareas pesadas como la ropa de cama, Emily decidió ayudarla. En parte porque le incomodaba no hacer nada, pero en realidad para tener la oportunidad de charlar con naturalidad con Maggie mientras trabajaban juntas.

– Oh, no, señora Radley, le aseguro que puedo hacerlo sola -protestó Maggie al principio, pero cuando Emily insistió, aceptó con bastante satisfacción. Emily no le dijo que hacía mucho tiempo que no se ocupaba personalmente de una tarea doméstica, pero dada su torpeza, Maggie seguramente lo supuso enseguida.

– Parece que Daniel se va recuperando -comentó Emily, mientras metían las toallas en la enorme caldera de cobre del lavadero y añadían el jabón-, aunque aún tardará un poco.

– Claro que tardará, pobre chico -añadió Maggie, y sonrió al ver que Emily se sorprendía de que el jabón fuera comprado, y no fabricado en casa.

Emily se sonrojó.

– Recuerdo cuando lo fabricaba -dijo, aunque Maggie no había hecho ningún comentario.

– El señor Ross hacía las cosas muy bien -aseguró Maggie-. Iba a Galway una vez cada quince días como mínimo y le compraba a ella todo lo mejor, prácticamente hasta el día que murió.

– ¿No estaba enfermo? -preguntó Emily.

– No, fue todo repentino. Un ataque al corazón, allí en la ladera. Donde le habría gustado morir. No conocerá nunca a un hombre mejor que él.

– ¿Su familia procede de esta zona? -Ahora Emily estaba barriendo el suelo con la escoba, tarea que difícilmente podía hacer mal. Maggie estaba ocupada mezclando ingredientes para fabricar más cera para los muebles. Aquello olía a lavanda, y a algo más intenso y muy agradable.

– Oh, sí -dijo Maggie con entusiasmo-. Era primo de Dick Humanidad Martin.

– ¿Dick Humanidad? -A Emily le pareció divertido, pero no tenía ni idea de quién estaba hablando. De un héroe local, seguramente.

– Le llamaban el rey de Connemara. -Maggie sonrió e irguió un poco más los hombros-. Se pasó toda la vida evitando la crueldad con los animales. Allá en Londres, básicamente.

– ¿En Londres tratan peor a los animales que aquí? -Emily trató de que su voz no expresara ofensa.

– No, en absoluto. Era miembro del Parlamento, y allí es donde se cambian las leyes.

– Ah, sí, por supuesto. -Pensó que debía acordarse de preguntarle a Jack si había oído hablar de Dick Humanidad. Pero ahora tenía que llevar la conversación de vuelta a lo que necesitaba saber-. Daniel sigue sin acordarse de nada. -Le pareció que estaba siendo abiertamente descortés, pero no se le ocurría una forma más sutil de plantearlo-: ¿Cree que el barco se dirigía a Galway? ¿De dónde supone que había venido?

– Se refiere a que debemos pensar qué podemos hacer para ayudarle -dijo Maggie pensativa-. La cuestión es que podía haber zarpado de cualquier sitio: Sligo, Donegal o incluso más lejos.

– ¿Su acento le dice algo? -preguntó Emily-. Yo no conozco Irlanda, pero si estuviera en casa puede que tuviera alguna idea. Como mínimo habría distinguido entre Lancashire y Northumberland.

– ¿Y eso habría ayudado? -dijo Maggie con interés-. Tenía entendido que Inglaterra era un lugar muy grande, con millones de personas.

Emily suspiró.

– Sí, tiene razón, naturalmente. No serviría de mucho.

Pero en Irlanda hay muchas menos, ¿verdad? -Era una pregunta cortés, ya sabía la respuesta.

– Sí, pero en el caso de un marinero es distinto. Ellos adoptan expresiones de todas partes, y a veces también acentos. Yo no soy buena en eso. Me doy cuenta de que no procede de esta zona de la costa, pero eso tampoco quiere decir que venga del norte, ¿no cree? Puede ser de cualquier parte. Cork, o Killarny, o incluso Dublín.

Emily se inclinó y recogió el polvo que había con la pala. No es que hubiera mucho, más que un verdadero trabajo, era un gesto.

– No, tiene usted razón. Puede ser de cualquier parte. ¿La mayoría de la gente del pueblo nació aquí?

– Casi todos. El señor Yorke es de Galway, creo, pero diría que su familia es de un pueblo de por aquí. Está muy arraigado en este lugar. Si quiere usted conocer la historia, debe preguntarle a él. No solo le contará las leyendas, sino también el significado que tienen. -Sonrió sin muchas ganas-. Todas las viejas disputas entre los Flaherty y los Conneeley, las buenas obras de los Ross y los Martin, y las malas también, y las historias de amor y las batallas de la época de los reyes de Irlanda en tiempos de la prehistoria.