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¿Era cierto eso? Y Connor Riordan ¿había llegado al pueblo sin una visión mediatizada por la historia y las justificaciones, y había visto a Brendan más claramente que los otros? ¿O el único temor de la señora Flaherty era su propia experiencia con ese marido a quien tanto quería, olvidando el hecho de que Brendan era otra persona, un hombre, distinto? Ella no podía aferrarse a su marido, ni reparar los errores que hubiera podido cometer o corregir antiguas debilidades.

¿Qué era eso que Emily había visto en los ojos de Brendan? ¿Miedo de estar convirtiéndose en su padre, con sus mismas debilidades? ¿O temía que su madre tampoco lo valorara por sí mismo, que no le permitiera librarse del fantasma de Seamus sin dejar de quererle?

¿Su madre seguía protegiéndole porque él lo necesitaba o porque lo necesitaba ella? ¿Alimentaba sus debilidades en lugar de frenarlas, para que siguiera necesitándola?

¿Connor se había dado cuenta de eso, y hurgó en la herida? A veces las leyendas importaban más que la realidad, y los sueños más que la verdad. ¿Daniel lo captaría también?

– Gracias, señor Yorke -dijo Emily de repente-. Tiene usted razón. Es muy probable que descubra una belleza en la ciénaga que no creía que pudiera existir.

Entonces se dio cuenta de que tenía frío y aceleró el paso. Agradeció llegar a la tienda y disfrutar del agradable calorcito que hacía allí dentro.

– Buenos días, señora Radley -dijo Mary O'Donnell con una sonrisa-. Aunque hace un poco de fresco. ¿Qué puedo ofrecerle? Le he guardado a la señora Ross un poco de miel de brezo buenísima. A ella le encanta. Y le sentará muy bien. -Se agachó y cogió un tarro de debajo del mostrador, y añadió-: Y una docena de huevos frescos. Con esa pobre criatura que arrastró el mar y todo eso, deben ustedes de cocinar más de lo habitual. Y él, ¿cómo está?

– Magullado -contestó Emily-, tengo la impresión de que está más mal herido de lo que dijo al principio. Pero se recuperará.

– Y entretanto se quedará aquí, claro. -Mary apretó los labios.

– ¿Adónde iba a ir? -preguntó Emily.

– Su madre debe de extrañarle -contestó Mary-. Dios se apiade de la pobre criatura.

Emily metió la compra en la bolsa y pagó.

– Esta tarde la tienda está tranquila -comentó con una mirada de cierta preocupación.

Mary desvió la vista, como si algo le llamara la atención. Pero no había nada, nada se movía, excepto el viento.

– Seguro que se llenará más tarde -dijo con una sonrisa.

Emily sabía que no se enteraría de nada si no preguntaba.

– Me he encontrado con el señor Yorke junto a la playa. Me ha estado contando algunas historias del pueblo.

– Ah, no lo dudo -afirmó Mary, aliviada de poder hablar de banalidades-. Conoce esta zona como nadie.

– Y a la gente -añadió Emily.

A Mary se le ensombreció la mirada.

– Sí, también, imagino. Por cierto, señora Radley, aquí tengo media hogaza de pan para la señora Flaherty. Si le viene de camino, ¿le importaría llevársela? -Sacó una bolsa muy bien envuelta. No era una invitación a dar por terminada la conversación, pero sí una sugerencia.

Emily la captó.

– Por supuesto. Lo haré con mucho gusto.

Mary le indicó inmediatamente cómo llegar a casa de los Flaherty.

– No tiene pérdida -le dijo amablemente-. Es la única del camino que tiene pilares de piedra y tres árboles delante. Y ¿le importaría llevarle una libra de mantequilla también?

* * *

La señora Flaherty pareció alarmada al ver a Emily en el umbral.

Emily le mostró la hogaza y la mantequilla y le explicó por qué las tenía ella.

La señora Flaherty las cogió, y ya que Emily no se movía de la entrada, la invitó a tomar una taza de té, para no parecer descortés. Ella aceptó de inmediato.

Una enorme estufa pegada a la pared caldeaba la cocina, y las cacerolas de cobre pulido junto a las ristras de cebolla colgadas de las vigas del techo, los manojos de hierbas y la porcelana azul y blanca sobre el viejo aparador de madera, creaban un ambiente acogedor.

– Qué habitación tan bonita -dijo Emily espontáneamente.

– Gracias. -La señora Flaherty sonrió. Puso el hervidor sobre el hornillo y empezó a colocar las tazas y los platillos. Había ido a la despensa a buscar leche, cuando un movimiento al otro lado de la ventana atrajo la mirada de Emily. Estaba mirando hacia el jardín, viendo a Brendan Flaherty conversando animadamente con alguien que estaba fuera del alcance de su vista, cuando volvió la señora Flaherty. Esta miró al exterior, vio a Brendan y le contempló con una expresión de orgullo exacerbado en la cara. Él sostenía un marco de madera tallada, como si lo colocara alrededor de una pintura.

– Eso lo hizo su padre -dijo la señora Flaherty en voz baja-. Seamus era muy mañoso. Amaba la madera y parecía que ella le hablaba, distinguía las vetas y sabía qué orientación tendrían.

– ¿Brendan también tiene ese don? -preguntó Emily, viendo cómo este acariciaba la pieza con la mano.

Una sombra fugaz atravesó el rostro de la señora Flaherty.

– Bueno, se parece a su padre porque los hombres se parecen -habló en voz baja, hueca y con cierto pesar, y de repente, en aquel momento, Emily fue consciente de la soledad de la señora Flaherty, y de lo distinta que era de la de Susannah. Esta era incompleta, llena de dudas, de cosas no resueltas.

Entonces Brendan se movió y Emily vio que era Daniel con quien estaba hablando. Daniel se echó a reír y extendió la mano. Brendan le dio el marco de madera. Daniel le miró a los ojos, y dijo algo. Brendan le puso una mano en el hombro.

La señora Flaherty prácticamente lanzó las tazas y los platos sobre la mesa con gran estrépito, y se dirigió dando zancadas a la puerta de atrás de la cocina. La abrió de un empujón y salió.

Brendan se dio la vuelta, alarmado. Apartó la mano del hombro de Daniel. Parecía avergonzado. Daniel se limitó a mirar a la señora Flaherty, como si fuera incapaz de entenderla.

Ella le arrebató el marco de las manos.

– No le corresponde a Brendan darle esto -dijo con voz ronca- Ni ninguna de las obras de su padre. No sé lo que busca aquí, joven, pero no lo conseguirá.

– Madre… -empezó a decir Brendan.

Ella se volvió hacia él.

– ¡No puedes regalar el trabajo de tu padre hasta que no lo iguales! -le dijo con vehemencia y un temblor en la voz.

– Madre… -intervino Brendan de nuevo.

Daniel le cortó.

– Él no me estaba dando nada, señora Flaherty. Solo me lo enseñaba. Está orgulloso de su padre, como usted desea.

Ahora la señora Flaherty tenía las mejillas ardiendo. Estaba confusa, había metido la pata y no sabía cómo, pero seguía furiosa.

– Tal vez sería mejor que acompañe a Daniel a casa, y ya no la molestemos más -interrumpió Emily-. Aceptaré su invitación para el té en otro momento.

Vio que Brendan miraba a su madre con evidente incomodidad, y enseguida apartó la vista, intentando decir algo sin conseguirlo.

– Gracias -accedió Daniel, dirigiéndose a Emily, y dio un paso hacia ella. Se volvió un poco y sonrió a Brendan con gentileza y un destello de ironía. Luego rozó apenas el brazo de Emily, y la guió por el sendero hacia la verja y el camino.

Cuando Emily pasó el pestillo de la cancela al salir, vio a Brendan y a la señora Flaherty discutiendo con vehemencia. En un momento dado, la señora Flaherty apuntó hacia el camino con el dedo, sin ver ni mirar a Emily, que la estaba observando. Brendan le respondió a gritos, pero ella no oyó sus palabras, aunque estaba negando algo, por la forma como meneaba la cabeza.