Выбрать главу

Dalgliesh no replicó. Su silencio y lo que implicaba desconcertaron visiblemente a Daisy. Tras una breve pausa, la niña prosiguió en tono defensivo.

– ¿Cómo sé que no intentarán cargarle el asesinato del señor Etienne a tía Esmé? Ella dijo que quizás intentarían cargárselo a ella, creía que podían arreglar las cosas para hacerla pasar por culpable.

– No creemos que la señora Carling tuviera nada que ver con la muerte del señor Etienne -le aseguró Dalgliesh-. Y no vamos a cargarle el asesinato a nadie. Lo que queremos es averiguar la verdad. Creo saber dos cosas acerca de ti, Daisy: que eres inteligente y que, si prometes decir la verdad, dirás la verdad. ¿Me lo prometes?

– ¿Cómo sé que puedo confiar en usted?

– Te pido que confíes en nosotros. Tú misma has de decidir si puedes hacerlo o no. Es una decisión importante para una niña, pero no puedes esquivarla. Ahora bien, no nos mientas. Antes que mentirnos, preferiría que no nos dijeras nada.

Kate pensó que era una estrategia muy arriesgada y esperó no tener que oír a continuación que la señora Summers había advertido a sus alumnos que no confiaran en la policía. Daisy clavó sus ojos de cerdito en los de Dalgliesh. El silencio pareció interminable.

Finalmente, Daisy anunció:

– De acuerdo. Diré la verdad.

La voz de Dalgliesh no cambió.

– Cuando vinieron a verte el inspector Aaron y la mujer policía, les dijiste que tenías la costumbre de pasar las veladas en casa de la señora Carling, para hacer los deberes y cenar con ella. ¿Es cierto?

– Sí. A veces me acostaba en la habitación que no ocupaba ella y a veces en el sofá. Luego tía Esmé me despertaba y me traía de vuelta aquí antes de que llegara mamá.

– Oiga -intervino la señora Reed-, la niña está segura en casa. Siempre cierro las dos cerraduras al marcharme y ella tiene su juego de llaves. Y dejo un número de teléfono. ¿Qué puñetas tengo que hacer? ¿Llevármela conmigo al club?

Dalgliesh no le prestó atención. Su mirada siguió fija en Daisy.

– ¿Qué hacíais cuando estabais juntas?

– Yo hacía los deberes y a veces ella escribía un poco, y luego mirábamos la tele. Me dejaba leer sus libros. Tiene muchísimos libros sobre asesinatos, y lo sabía todo sobre los asesinos de la vida real. Yo solía bajarme la cena y a veces comía algo de la suya.

– Parece que pasabais buenos ratos juntas. Supongo que se alegraría de que le hicieras compañía.

– No le gustaba estar sola de noche -apuntó la madre-. Decía que oía ruidos en la escalera y no se sentía segura ni siquiera Con las dos cerraduras. Decía que si una persona que guardaba un duplicado de las llaves tenía un descuido, un asesino podía cogerlas, subir sin hacer ruido y meterse en el piso. O podía estar en el tejado cuando se hacía de noche, bajar con una cuerda y entrar por la ventana. Algunas noches incluso oía al asesino dar golpecitos en el cristal. Y siempre era peor cuando en la tele hacían alguna película de miedo. No le gustaba mirar la tele a solas.

«Pobre niña», pensó Kate. De modo que ésos eran los horrores vividamente imaginados de los que Daisy, sola en casa una noche tras otra, se refugiaba en el piso de la señora Carling. ¿Y de qué huía Esmé Carling? ¿Del aburrimiento, de la soledad, de sus propios temores imaginarios? Era improbable que entre ellas existiese un vínculo de amistad, pero cada una satisfacía la necesidad de compañía y seguridad de la otra, le proporcionaba los pequeños consuelos domésticos de un hogar.

Dalgliesh prosiguió:

– Les dijiste al inspector Aaron y a la mujer policía del Departamento de Menores que el jueves catorce de octubre, el día en que murió el señor Etienne, estuviste en el piso de la señora Carling desde las seis de la tarde hasta que ella te acompañó a casa alrededor de la medianoche. ¿Era verdad?

Aquí estaba por fin la pregunta crucial, y a Kate le pareció que esperaban la respuesta conteniendo el aliento. La niña siguió mirando a Dalgliesh con la misma calma. Su madre exhaló audiblemente una bocanada de humo, pero no dijo nada.

Pasaron los segundos, hasta que Daisy contestó:

– No, no era verdad. Tía Esmé me pidió que mintiera por ella.

– ¿Cuándo te lo pidió?

– El viernes, el día después de que mataran al señor Etienne, vino a buscarme a la salida de la escuela. Me esperaba en la puerta. Luego me acompañó a casa en el autobús. Nos sentamos arriba, donde no había mucha gente, y me dijo que vendría la policía a preguntarme por ella y que debía decirles que habíamos pasado la tarde y la noche juntas.

»Dijo que podían sospechar que había matado al señor Etienne porque era una escritora de misterio y sabía mucho sobre asesinatos y porque sabía inventar planes muy inteligentes. Dijo que tal vez la policía quisiera cargarle la muerte del señor Etienne porque tenía un motivo para matarlo. En la Peverell Press, todo el mundo sabía que odiaba al señor Etienne porque le había rechazado su libro.

– Pero tú no creías que lo hubiera hecho ella, ¿verdad, Daisy? ¿Por qué no?

Sus ojillos penetrantes no se apartaron de los de Dalgliesh.

– Usted ya sabe por qué.

– Sí, y la inspectora Miskin también. Pero dínoslo.

– Si lo hubiera hecho ella, habría subido a pedirme la coartada aquella misma noche, antes de que volviera mamá. Pero no me la pidió hasta después de que encontraran el cuerpo. Además, no sabía a qué hora había muerto el señor Etienne; por eso quería una coartada desde media tarde hasta la noche. Tía Esmé dijo que debíamos contar la misma historia porque la policía intentaría pillarnos. Así que le conté al inspector todo lo que habíamos hecho, menos lo que habíamos visto por la tele, pero lo habíamos hecho la noche anterior.

Dalgliesh comentó:

– Es la forma más segura de inventar una coartada. En esencia estás diciendo la verdad, así que no has de temer que la otra persona diga algo distinto. ¿Fue idea tuya?

– Sí.

– Esperemos que no te dediques nunca al crimen, Daisy. Esto es muy importante y quiero que lo pienses bien antes de contestar a mis preguntas. ¿Lo harás?

– Sí.

– ¿Te contó tu tía Esmé lo que había ocurrido en Innocent House aquel jueves por la noche, la noche en que murió el señor Etienne?

– No me contó mucho. Dijo que había estado allí y que había visto al señor Etienne, pero que estaba vivo cuando ella se fue. Alguien llamó para pedirle que subiera al último piso y él le dijo a tía Esmé que no tardaría en volver. Pero tardaba mucho y ella se cansó de esperar, así que al fin se fue.

– ¿Se fue sin volver a verlo?

– Eso me dijo. Dijo que estuvo esperando mucho rato y que al final se asustó. Da mucho miedo Innocent House cuando se han ido todos y la casa se queda fría y silenciosa. Hubo una señora que se mató allí, y la señora Carling dice que a veces se ve su fantasma. Así que no esperó a que volviera el señor Etienne. Le pregunté si había visto al asesino y me contestó: «No, no lo vi. No sé quién lo hizo, pero sé quién no lo hizo.»

– ¿Te dijo a quién se refería?

– No.

– ¿Te dijo si era un hombre o una mujer, la persona que no lo había hecho?

– No.

– ¿Y tú sacaste la impresión de que se refería a un hombre o a una mujer, Daisy?

– No sé.

– ¿Te dijo alguna otra cosa acerca de esa noche? Intenta recordar sus palabras exactas.

– Me dijo algo, pero en aquel momento no le encontré ningún sentido. Dijo: «Oí la voz, pero la serpiente estaba ante la puerta. ¿Por qué estaba la serpiente ante la puerta? Y qué momento más extraño para tomar prestada una aspiradora.» Lo dijo en voz muy baja, como si hablara sola.

– ¿Le preguntaste qué había querido decir?

– Le pregunté qué clase de serpiente era, si era una serpiente venenosa, si había mordido al señor Etienne. Y ella dijo: «No, no era una serpiente de verdad, pero quizás era igual de mortífera, a su manera.»