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– Por ahora no es necesario y dudo que llegue a serlo. El registro puede realizarse el lunes, cuando estén todos los empleados. Si el asesino se llevó la grabadora por una razón determinada, a estas horas probablemente esté en el fondo del río. Si se la llevó el bromista de la oficina, podría aparecer en cualquier sitio. Y lo mismo se puede decir de la agenda.

– Por lo visto -dijo Daniel-, era la única grabadora de este tipo que había en la oficina. Era propiedad personal del señor Dauntsey. Las otras, más grandes, funcionan a pilas y conectadas a la red con cintas de casete habituales, de diez por seis centímetros. El señor De Witt pregunta si podría verlo sin mucha demora, señor. Vive con un amigo enfermo de gravedad y le había prometido volver temprano.

– Muy bien. Lo recibiré enseguida.

El ingeniero del gas, con el abrigo puesto y a punto para irse, expresó con vehemencia su desaprobación, obviamente dividido entre un interés casi patrimonial por el aparato y la indignación profesional por su mal uso.

– Hacía casi veinte años que no veía una estufa de esta clase. Tendría que estar en un museo, pero no hay nada que le impida funcionar correctamente. Es sólida, está bien hecha. Es de las que se instalaban en los cuartos para niños. La llave de paso es extraíble, fíjese, para que los niños no pudieran accionarla sin darse cuenta. Lo que ha pasado aquí está muy claro, comandante. El cañón de la chimenea está completamente obstruido. Esta carbonilla debe de llevar años acumulándose. Sabe Dios cuándo le hicieron la última revisión a esta estufa. Era una muerte anunciada. Lo he visto otras veces, sin duda usted también, y volveremos a verlo. La gente no puede decir que no se lo han advertido bastante. Los aparatos de gas necesitan aire. Si no hay ventilación, funcionan mal y se acumula monóxido de carbono. El gas es un combustible perfectamente seguro si se utiliza como es debido.

– ¿Habría estado a salvo con la ventana abierta?

– Es de suponer que sí. La ventana es alta y bastante estrecha, pero si hubiera estado abierta como es preciso no le habría pasado nada. ¿Cómo lo encontraron? Dormido en la silla, supongo. Es lo que suele ocurrir. Les entra un poco de sueño, se duermen y ya no despiertan.

– Hay peores maneras de morir -comentó Daniel.

– No, señor; si es usted ingeniero de gas, no las hay. Es una ofensa para el producto. Supongo que necesitará un informe, comandante. Bien, enseguida lo tendrá. Era joven, ¿verdad? Eso hace que aún sea peor. No sé por qué, pero es así. -Abrió la puerta y antes de salir paseó la mirada por la habitación-. Me gustaría saber por qué subió a trabajar aquí. Es curioso que eligiera este lugar. Se diría que en un edificio de estas dimensiones ha de haber suficientes despachos sin necesidad de subir aquí arriba.

28

James de Witt cerró la puerta a sus espaldas y se detuvo unos instantes junto a ella con aire indiferente, como preguntándose si, después de todo, iba a molestarse en entrar; finalmente, cruzó la habitación con paso ágil y desenvuelto y desplazó la silla vacía a un lado de la mesa.

– ¿Le importa que me siente aquí? Enfrentarse a usted con la mesa de por medio, como si fuéramos adversarios, resulta más bien intimidante. Despierta desagradables recuerdos de entrevistas con el tutor.

Vestía de un modo informal, con unos tejanos azul oscuro y un holgado jersey de punto acanalado, provisto de refuerzos de piel en codos y hombros, que parecía excedente del ejército. En él el conjunto resultaba casi elegante.

Era muy alto -sin duda más de un metro ochenta- y un tanto desgarbado, y movía con cierta desmaña las muñecas largas y huesudas. La cara, que poseía algo del melancólico humor de un payaso, era enjuta y de rasgos inteligentes, las mejillas lisas bajo los prominentes huesos. Un grueso mechón de cabello castaño claro le caía sobre la ancha frente. Tenía los ojos semicerrados, soñolientos bajo los hinchados párpados, pero eran unos ojos a los que se les escapaba poco y que no delataban nada. Cuando volvió a hablar, su voz suave y agradable resultó curiosamente inadecuada para las palabras, pronunciadas con lentitud:

– Acabo de ver a Claudia. Tiene aspecto de estar mortalmente cansada. ¿Realmente era necesario interrogarla hoy? Después de todo, acaba de perder a su único hermano en circunstancias desoladoras.

Dalgliesh respondió:

– Difícilmente podría considerarse un interrogatorio. Si la señorita Etienne nos hubiera pedido que lo interrumpiéramos, o si yo la hubiera visto demasiado afectada, es evidente que habríamos pospuesto la entrevista.

– ¿Y Frances Peverell? Para ella no será menos desagradable. ¿No puede esperar hasta mañana para entrevistarla?

– No, a no ser que se encuentre demasiado angustiada para verme ahora. En esta clase de investigación, necesitamos obtener la mayor información posible en el menor tiempo posible.

Kate se preguntó si quien le preocupaba de verdad era Frances Peverell, y no Claudia Etienne.

– Supongo que le he quitado el turno a Frances. Lo siento, pero mis planes para el día se han visto alterados y mi amigo, Rupert Farlow, se quedará solo si a las cuatro y media no he llegado a casa. De hecho, Rupert Farlow es mi coartada. Doy por sentado que el propósito principal de esta entrevista es que le presente alguna. Ayer volví a casa en la primera lancha, a las cinco y media, y llegué a Hillgate Village hacia las seis y media. De Charing Cross a Notting Hill Gate fui en metro. Rupert le confirmará que estuve en casa con él todo el tiempo. No vino nadie y, cosa insólita, nadie llamó por teléfono. Si no le importa, concierte una cita antes de ir a verlo. Está enfermo de gravedad y algunos días son mejores que otros para él.

Dalgliesh le formuló la pregunta de rigor: si conocía a alguien que pudiera desear la muerte de Gerard Etienne.

– ¿Enemigos políticos, por ejemplo, utilizando la palabra en su sentido más amplio?

– ¡Santo Dios, no! Gerard era un liberal impecable, al menos de palabra, si no en los hechos. Y a fin de cuentas lo que importa es lo que se dice. Tenía las opiniones liberales correctas. Sabía lo que no puede decirse ni publicarse en la Inglaterra de hoy, y no lo decía ni lo publicaba. Acaso lo pensara, como todos los demás, pero eso todavía no es delito. A decir verdad, dudo que le interesaran mucho los asuntos políticos y sociales, ni siquiera los que afectan a la edición. Podía fingir interés si lo creía conveniente, pero dudo que lo sintiera.

– ¿Qué le interesaba? ¿Qué sentía profundamente?

– La fama. El éxito. Él mismo. La Peverell Press. Quería presidir una de las mayores editoriales privadas del país; la mayor, en realidad, y la de más éxito. La música; Beethoven y Wagner en particular. Era pianista y tocaba bastante bien. Lástima que no mostrara la misma sensibilidad en su trato con las personas. Su pareja actual supongo que también le interesaría.

– Estaba prometido.

– Con la hermana del conde de Norrington. Claudia ha telefoneado a su madre. Imagino que a estas horas ya le habrá dado la noticia a su hija.

– ¿Y el compromiso no planteaba ningún problema?

– No que yo sepa. Claudia podría saberlo, pero lo dudo. Gerard era reservado acerca de lady Lucinda. Nos la presentó a todos, por supuesto. Dio una fiesta aquí el diez de julio, en lugar de la acostumbrada fiesta de verano, para celebrar al mismo tiempo el compromiso y el cumpleaños de su novia. Creo que la conoció en Bayreuth el pasado año, pero saqué la impresión, aunque podría estar equivocado, de que ella no estaba allí por Wagner. Creo que su madre y ella habían ido a visitar a unos primos del Continente. En realidad, sé muy poco de ella. El anuncio del compromiso fue una sorpresa, desde luego. No nos figurábamos que Gerard tuviese ambiciones sociales, si de eso se trataba. Lo que estaba claro era que lady Lucinda no aportaba ningún dinero a la empresa. Linaje, pero sin fondos. Naturalmente, cuando esta gente se queja de pobreza sólo quiere decir que tiene una ligera dificultad momentánea para pagar los gastos de su heredero en Eton. Con todo, no cabe duda de que lady Lucinda contaba entre los intereses de Gerard. Y luego está el montañismo. Si le hubiera preguntado a él por sus intereses, seguramente habría citado el montañismo, aunque, que yo sepa, sólo escaló una montaña en su vida.