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– Lo siento -dijo-. No debe de resultarle fácil hablar de su muerte.

– No es tan doloroso como para que me impida hablar. Dígame, por favor, señor Dalgliesh: ¿cree usted que Gerard murió asesinado?

– Todavía no podemos estar seguros, pero es más una probabilidad que una posibilidad. Por eso tenemos que interrogarla hoy mismo. Querría que me explicara qué ocurrió exactamente anoche.

– Supongo que Gabriel, el señor Dauntsey, ya le habrá explicado que lo asaltaron. No fui con él al recital de poesía porque se mostró inflexible en que quería ir solo. Creo que tenía la sensación de que no iba a gustarme. Pero hubiera debido ir con él alguien de la Peverell Press. No había leído en público desde hace unos quince años y no estuvo bien que fuera solo. Quizá si hubiese ido yo con él no lo habrían asaltado. Hacia las once y media recibí una llamada del hospital St. Thomas para decirme que estaba allí y que tendría que esperar a que le hicieran una radiografía, y para preguntarme si me ocuparía de él en caso de que le permitieran marchar. Por lo visto, estaba bastante decidido a irse y querían asegurarse de que no pasaría la noche solo. Estuve asomándome a la ventana de la cocina para verlo llegar, pero no oí el taxi. Su puerta de entrada está en Innocent Lane, pero seguramente el taxista debió de torcer en la bocacalle y lo dejó allí. Gabriel debió de llamarme nada más llegar. Me dijo que se encontraba bien, que no tenía ninguna fractura y que iba a tomar un baño. Después, le alegraría que bajara a su piso. No creo que en realidad quisiera verme, pero sabía que no me quedaría tranquila hasta haberme asegurado de que estaba bien.

Dalgliesh preguntó:

– Entonces, ¿no tiene usted llave de su piso? ¿No podía esperarlo allí?

– Tengo la llave, en efecto, y él tiene la de mi piso. Es una precaución razonable por si se produce un incendio o una inundación y necesitamos acceder al piso del otro en su ausencia. Pero no se me ocurriría utilizarla sin que Gabriel me lo hubiera pedido.

– ¿Cuánto tiempo tardó en bajar después de la primera llamada? -quiso saber Dalgliesh.

La respuesta, naturalmente, tenía una importancia crucial. Cabía la posibilidad de que Gabriel Dauntsey hubiera matado a Etienne antes de salir para participar en la lectura de poesía a las siete cuarenta y cinco. El margen de tiempo era muy justo, pero podía hacerse. Sin embargo, al parecer sólo habría tenido ocasión de regresar a la escena del crimen después de la una de la noche.

Repitió la pregunta.

– ¿Cuánto tardó el señor Dauntsey en llamarla para que bajara? Intente ser precisa.

– No pudo ser mucho. Supongo que unos ocho o diez minutos, quizás un poco menos. Unos ocho minutos, diría yo, el tiempo justo de tomar un baño. Su cuarto de baño está debajo del mío. No oigo correr el agua del grifo, pero sí la que escapa por el desagüe. Anoche estuve atenta a oírla.

– ¿Y tuvo que esperar ocho minutos?

– No miraba el reloj. ¿Por qué iba a hacerlo? Pero estoy segura de que no tardó un tiempo excesivo. -Como si se le ocurriera de pronto la posibilidad, añadió-: No dirá usted en serio que sospecha de Gabriel, que cree que volvió a Innocent House y mató a Gerard, ¿verdad?

– El señor Etienne murió mucho antes de medianoche. Lo que consideramos ahora es la posibilidad de que le enroscaran la serpiente al cuello unas horas después de su muerte.

– Eso querría decir que alguien subió deliberadamente al despachito de los archivos, sabiendo que Gerard estaba muerto, sabiendo que estaba allí. Pero la única persona que podía saberlo era el asesino. Lo que está usted diciendo es que cree que el asesino volvió al despachito de los archivos al cabo de unas horas.

– Si hubo un asesino. Todavía no lo sabemos.

– ¡Pero Gabriel estaba enfermo! ¡Lo habían asaltado! Y es un anciano. Tiene más de setenta años. Y padece de reuma. Suele andar con bastón. Es imposible que lo hiciera en ese tiempo.

– ¿Está absolutamente segura de ello, señorita Peverell?

– Sí, estoy segura. Además, es verdad que se bañó. Oí escapar el agua.

– Pero no puede afirmar que fuera el agua del baño -objetó Dalgliesh con delicadeza.

– ¿Qué podía ser, si no? No se limitó a dejar el grifo abierto, si es eso lo que pretende insinuar. De haberlo hecho, lo habría oído de inmediato. El agua de que le hablo no empezó a correr hasta transcurridos unos ocho minutos desde la primera llamada. Casi enseguida volvió a llamar para decirme que ya podía recibirme. Bajé inmediatamente. Iba en bata. Se notaba que acababa de bañarse. Tenía el cabello y la cara húmedos.

– ¿Y qué ocurrió entonces?

– Ya había tomado algo de whisky y no quería nada más, así que insistí en que se acostara. Al verme decidida a pasar la noche en su piso, me explicó dónde había sábanas limpias para la cama libre. No creo que haya dormido nadie en esa habitación desde hace años. Él se durmió enseguida, y yo me acomodé en un sillón de la sala, delante de la chimenea eléctrica. Dejé la puerta abierta para poder oírle, pero no se despertó. Me desperté yo antes que él, poco después de las siete, y preparé una taza de té. Intenté no hacer ruido, pero creo que debió de oír que me movía por la casa. Cuando despertó eran aproximadamente las ocho. Ninguno de los dos tenía prisa. Sabíamos que George abriría Innocent House. Desayunamos un huevo duro cada uno y nos dirigimos a la oficina poco después de las nueve.

– ¿Y no subió usted a ver el cuerpo del señor Etienne?

– Gabriel sí subió. Yo no. Yo esperé con los demás al pie de la escalera. Pero cuando oímos aquel horrible gemido agudo creo que comprendí que Gerard había muerto.

Dalgliesh advirtió que la mujer empezaba a angustiarse de nuevo. Había averiguado todo lo que le interesaba saber por el momento. Le dio las gracias amablemente y la dejó marchar.

Una vez Frances se hubo retirado, permanecieron unos instantes en silencio hasta que al fin Dalgliesh comentó:

– Bien, Kate, todos nos han presentado coartadas desinteresadas y convincentes. El amante de Claudia Etienne, el huésped enfermo de James de Witt y Frances Peverell, obviamente incapaz de creer que Gabriel Dauntsey pueda ser culpable de ningún acto malicioso y mucho menos de asesinato. Ha intentado ser sincera en cuanto al lapso de tiempo transcurrido desde que Dauntsey llegó a casa hasta que ella bajó a verlo. Es una mujer sincera, pero yo juraría que sus ocho minutos se quedan cortos.

– No sé si se ha dado cuenta de que Dauntsey le proporciona una coartada, además de proporcionársela ella a él. Aunque, claro, carece de importancia, ¿no? Tuvo tiempo de sobra para ir a Innocent House y hacer la jugada de la serpiente antes de que Dauntsey llegara a casa. Y también tuvo tiempo de sobra para matar a Etienne. No dispone de ninguna coartada para las primeras horas del atardecer. Se ha dado prisa en hacer constar lo del agua del baño, el hecho de que Dauntsey no podía haberse limitado a abrir el grifo y dejar correr el agua.

– No, pero hay otra posibilidad. Piénselo, Kate.

Kate reflexionó unos instantes y al fin dijo:

– Sí, claro, habría podido hacerse así.

– Lo cual quiere decir que necesitamos conocer la capacidad de la bañera. Y tendremos que hacer un cálculo del tiempo. No se lo pida a Dauntsey. Robbins tendrá que imaginarse que es un viejo reumático de setenta y seis años. Que compruebe cuánto tarda en llegar desde la puerta de Dauntsey en Innocent Lane hasta el cuartito de los archivos, hacer lo que haya que hacer allí y regresar.

– ¿Subiendo por la escalera?

– Que lo compruebe por la escalera y en ascensor. Tratándose de ese ascensor, seguramente es más rápido por la escalera.

Mientras empezaban a recoger los papeles, Kate pensó en Frances Peverell. Dalgliesh se había mostrado atento con ella, pero ¿acaso era alguna vez brutal en un interrogatorio? Su comentario sobre la ropa de los difuntos había sido sincero. Al mismo tiempo, había resultado considerablemente eficaz de cara a ganarse la confianza de Frances Peverell. Seguramente se compadecía de la mujer, quizás incluso le gustaba, pero en el curso de la investigación no se dejaría influir por ningún sentimiento personal. «¿Y yo qué?», se preguntó Kate, no por primera vez. ¿Acaso Dalgliesh no mostraba un desapego semejante, una inexorabilidad comparable, en todos los aspectos de su vida profesional? Pensó: «Me respeta, se alegra de tenerme en el equipo, se fía de mí, a veces incluso creo que le gusto. Pero, si fallara estrepitosamente en el trabajo, ¿cuánto duraría?»