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Cuando llegaron a su casa, en Stratford High Street, la inspectora Miskin alzó la mirada hacia las oscuras ventanas y comentó:

– Creía que había dicho que habría alguien en casa.

– Hay alguien en casa. Están todos en la cocina. Oiga, puedo cuidarme yo sola. No soy una niña, ¿vale? ¿Quieren dejarme tranquila de una vez?

Echó pie a tierra y el inspector Aaron bajó del coche y le ayudó a entrar la Yamaha por la puerta para dejarla en el zaguán. Cuando lo hubieron hecho, Mandy cerró la puerta sin decir palabra.

48

– No le habría costado nada dar las gracias -dijo Daniel-. Es una buena pieza, esa chica.

– Es por la conmoción.

– No estaba tan conmocionada como para no cenar.

La comisaría de Wapping estaba en silencio. Sólo vieron a un agente de policía mientras subían a la sala donde se hallaba el centro de operaciones. Permanecieron unos instantes inmóviles ante la ventana antes de correr las cortinas. Las nubes se habían dispersado y el río fluía ancho y calmado, creando sus dibujos y remolinos de luz bajo el aguijonazo de las altas estrellas. Pero, de noche, en una comisaría siempre reinaba una extraña sensación de paz y aislamiento; incluso cuando había agitación y la calma quedaba rota por fuertes pisadas y ruidosas voces masculinas, la atmósfera mantenía una quietud peculiar, como si el mundo exterior con su violencia y sus terrores pudiese acechar a la espera, pero no turbar esa tranquilidad esencial. También la camaradería era más estrecha: los colegas hablaban menos, pero con mayor libertad. En Wapping, sin embargo, no podían esperar camaradería; Kate sabía que, en cierto modo, eran unos intrusos. La comisaría les ofrecía hospitalidad, les daba todo tipo de facilidades, pero no por eso dejaban de ser unos extraños.

Dalgliesh estaba visitando la jefatura de policía de Durham por algún misterioso asunto de los comisionados, y ella ignoraba si había emprendido ya el regreso a Londres. Llamó para averiguarlo y le dijeron que creían que aún estaba allí. Intentarían localizarlo y le pedirían que se pusiera en contacto con ella.

Mientras esperaban, Kate comentó:

– ¿Quedaste convencido de su coartada? Me refiero a la de Esmé Carling. ¿Estaba en casa la noche en que murió Etienne?

Daniel se sentó tras su escritorio y empezó a jugar con el ordenador. Tratando de reprimir la irritación, contestó:

– Sí, quedé convencido. Ya leíste mi informe. Estuvo con una niña del mismo edificio, Daisy Reed; pasaron toda la velada juntas, hasta medianoche o más tarde. La niña lo confirmó. No fui incompetente, si es eso lo que quieres decir.

– No es eso. Tranquilo, Daniel. Pero, en realidad, nunca la consideramos sospechosa, ¿verdad? El cañón de la chimenea obstruido, el cordón raído… Todo exigía demasiada planificación previa. Nunca contemplamos la posibilidad de que fuera la asesina.

– Entonces, ¿quieres decir que me di por satisfecho con demasiada facilidad?

– No; sólo quiero asegurarme de que quedaste satisfecho.

– Mira, fui con Robbins y con una mujer policía del Departamento de Menores. Entrevisté a Esmé Carling y a la niña por separado. Aquella noche estuvieron juntas; la mayoría de las noches, en realidad. La madre salió trabajar, o sea, a hacer strip tease, alternar, prostituirse o lo que sea. La niña esperaba a que se hubiera marchado y entonces se escabullía al piso de Carling. Por lo visto, les gustaba a las dos. Comprobé todos los detalles de aquella noche y sus historias coincidían. Al principio, la niña no quería reconocer que había estado con Carling; tenía miedo de que su madre le impidiera hacer esas escapadas o de que el Departamento de Menores se pusiera en contacto con la Asistencia Social y al final la llevaran a Protección. Naturalmente, tuvieron que hacerlo; ponerse en contacto con la Asistencia Social, quiero decir. En vista de las circunstancias, ¿qué otra cosa podían hacer? La niña dijo la verdad. Además, ¿a qué vienen ahora estas dudas?

– Pero es extraño, ¿no crees? Tenemos a una mujer a la que acaban de rechazar un libro después de treinta años. Se presenta en Innocent House rugiendo de furia para enfrentarse a Gerard Etienne, pero no le dejan hablar con él porque está en una reunión. Entonces se va a firmar libros y, al llegar, descubre que alguien de Innocent House ha cancelado la sesión. Supongo que a esas alturas debía de estar hirviendo de rabia. Y entonces, ¿tú qué dirías que hace? ¿Irse a casa tranquilamente y escribir una carta o volver aquella misma tarde para vérselas con Etienne? Seguramente sabía que los jueves se quedaba a trabajar hasta más tarde; al parecer, casi todos los que tenían algo que ver con Innocent House lo sabían. Y su comportamiento posterior también resulta extraño. Sabía que Gerard Etienne era el responsable del rechazo de su manuscrito. Cuando Gerard Etienne murió, ¿por qué no volvió e hizo otro intento de que le aceptaran el libro?

– Seguramente sabía que no serviría de nada. Los socios no habrían revocado una decisión de Etienne estando tan reciente su muerte. Y además, seguramente la compartían.

Kate prosiguió:

– Y esta noche también ha habido varios detalles extraños, ¿no te parece? Frances Peverell y De Witt habrían tenido que oír el taxi si hubiera llegado por Innocent Lane hasta la entrada habitual, o sea que, ¿dónde pidió que la dejaran exactamente?

– Probablemente en algún punto de Innocent Walk, y luego siguió a pie hasta el río. Habiendo adoquines en Innocent Lane, sabía que era muy posible que Dauntsey o la señorita Peverell oyeran el taxi. O quizá se apeó al final de Innocent Passage. Es el acceso más próximo al lugar donde se encontró el cuerpo.

– Pero la cancela del final del pasaje estaba cerrada. Si llegó al río por ese camino, ¿quién le abrió el portón y volvió a cerrarlo? ¿Y qué me dices del mensaje? ¿Te pareció una típica nota de suicidio?

– No es típica, quizá, pero ¿qué es una nota de suicidio típica? A un jurado no le costaría mucho llegar a convencerse de que es auténtica.

– ¿Y cuándo la escribió?

– Supongo que justo antes de matarse. No es el tipo de cosa que se prepara por adelantado y se deja a mano por si de pronto hace falta.

– Entonces, ¿por qué no menciona la muerte de Gerard Etienne? Sin duda sabía que era el principal responsable del rechazo de su novela. Pero, claro que lo sabía; tanto Mandy Price como la señorita Blackett nos han descrito de qué manera irrumpió en el despacho para hablar con él. Sin duda su muerte tuvo que influir en sus sentimientos hacia la Peverell Press. Y aunque no fuera así, aunque siguiera sintiendo el mismo rencor, ¿no es extraño que la nota no haga ninguna referencia a su muerte?

En aquel momento sonó el teléfono. Era Dalgliesh. Kate le informó con claridad y precisión, y le explicó que no habían podido localizar al doctor Wardle porque había sido llamado para otro caso, pero que tampoco habían intentado buscar un sustituto dado que se había movido el cuerpo. En aquellos momentos se encontraba en el depósito de cadáveres. Daniel tuvo la sensación de que Kate escuchaba mucho rato sin hablar, excepto algún que otro «Sí, señor».

Finalmente, colgó el auricular y le anunció:

– Volverá esta noche en avión. Dice que no hemos de entrevistar a nadie de Innocent House hasta que tengamos los resultados de la autopsia. Eso puede esperar. Mañana has de intentar localizar al taxista y comprobar si alguien ha visto esta noche alguna cosa en el río entre las siete y la hora en que Mandy encontró el cadáver, aunque sea una de esas embarcaciones que celebran fiestas a bordo. Las llaves del piso de Carling estaban en el bolso y parece ser que no tenía parientes cercanos, de modo que mañana por la mañana iremos allí. Está en Hammersmith, en el edificio Mount Eagle Mansions. Quiere que la agente de la señora Carling se reúna con nosotros en el piso a las once y media. Pero, antes que nada, él y yo entrevistaremos de nuevo a Daisy Reed. Y hay otra cosa. Maldita sea, Daniel, se nos tendría que haber ocurrido a nosotros. El jefe quiere que los peritos examinen la lancha mañana a primera hora. La Peverell Press tendrá que arreglárselas de otro modo para trasladar a sus empleados desde Charing Cross. Dios mío, me siento como una perfecta idiota. El jefe debe de estar preguntándose si alguna vez somos capaces de ver más allá de nuestras propias narices.